Neoliberalizando la naturaleza. Arturo Villavicencio

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Neoliberalizando la naturaleza - Arturo Villavicencio Ciencias Sociales

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1996). Como ellas no perciben un sentido de pertenencia, ellas tratan, cuando se presenta la posibilidad, de explotar al máximo los recursos disponibles. Esto explicaría el descenso de las poblaciones de especies en muchos parques nacionales de África.

      Sostiene D. Harvey que para que los movimientos políticos y sociales tengan algún macro impacto en el largo plazo, ellos deben su­perar la nostalgia de lo perdido y deben estar preparados para reconocer las ganancias positivas que podrían resultar de la transferencia de activos a través de formas limitadas de desposesión. Ellos deben buscar discriminar entre los aspectos progresivos y regresivos de la acumulación por desposesión (2003: 178). Es probable que la observación de Harvey contenga una dosis de verdad. Sin embargo, en contraste con «escenarios prometedores» profusamente publicitados por la conservación neoliberal, un sinnúmero de estudios empíricos revela una realidad diferente. Campesinos guatemaltecos, in­do­nesios o brasileños desplazados por plantaciones forestales o cultivos para agrocombustibles destinados a la compensación del car­bono; comunidades desplazadas en nombre de la protección de áreas ambientalmente sensibles, en Yucatán, Madagascar, Indonesia o Colom­bia; compañías privadas en Sudáfrica, Tanzania o Kenia beneficiarias del «manejo comunitario» de los recursos; comunidades locales en Zanzíbar, Belice o en Colombia (Parque Nacional Natural Tayrona, por ejemplo) desposeídas de sus derechos de acceso a tierras ancestrales en nombre del desarrollo ecoturístico. En muchos lugares de África los métodos y prácticas de una conservación exclusiva continúan desde la época colonial ya sea mediante métodos abiertamente violentos (Serengueti en 1998, la cuenca del río Chinko en la República Centroafricana, la reserva Mkomazi en Tanzania, por citar algunos casos) o, en otros casos, la coerción y violencia están ingeniosamente disfrazadas bajo el discurso de una conservación par­ticipativa y la fórmula milagrosa de «ganador-ganador» (Fairhead, Leach y Scoones, 2013; Kelly, 2011; Reid, 2003; Pleumarom, 2002; Igoe y Brockington, 2007; Higham y Luck, 2007). Estos escenarios son efectivos en movilizar paradigmáticas intervenciones administrativas, pero la mayoría de veces estas intervenciones tienen consecuen­cias sociales y ecológicas nefastas para los pueblos y la conservación.

      Cualesquiera que fueran los impactos del neoliberalismo, el punto importante radica en que sus políticas no benefician automáticamente a las comunidades locales ni a la naturaleza. Se puede aceptar que el neoliberalismo abre nuevos espacios de manera que pueden perjudicar o beneficiar al ambiente, pueden presentar oportunidades o un lastre a las poblaciones locales; sin embargo, al igual que resulta importante entender las condiciones bajo las cuales probablemente puede beneficiar a las comunidades locales y al ambiente, es igualmente importante tener en cuenta que tales beneficios no son una consecuencia intencionada del neoliberalismo. El neoliberalismo es acerca de la restructuración del mundo para facilitar la extensión del libre mercado. Los proponentes del neoliberalismo mantienen que esto beneficia a los pueblos locales y al ambiente. Una abrumadora mayoría de estudios demuestran que esta no es una hipótesis válida (Igoe y Brockington, 2007).

      Los esquemas de apropiación verde ignoran sus implicaciones en la alteración de modos de vida de poblaciones locales presentes en los entornos naturales que se consideran marginales en términos de producción de alimentos, pero rentables en términos de conservación (Sullivan, 2008/2009). Las interacciones entre pue­blos, comunidades con su entorno natural son siempre presentadas como «perturbaciones antropogénicas» a una naturaleza estable. Así, las actividades de subsistencia y prácticas agrícolas ancestrales (pastoreo, agricultura) son «satanizadas» al ser consideradas como una causa directa de la degradación ambiental y, en particular, una importante fracción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Se ignora que estas actividades son parte inherente de la cultura y modos de vida de poblaciones y, en su lugar, se argumenta de forma cuestionable que ellas están atrapadas en un círculo de pobreza del cual podrían escapar si se presentaran opciones alternativas. Por supuesto que las alternativas están dadas por los espacios que abre la mercantilización de la naturaleza en un mundo globalizado. Así, por ejemplo, el pago por servicios ambientales, al establecer una ecuación entre la satisfacción de las necesidades locales de alimentos, por un lado, y la demanda global por servicios ambientales provenientes de los mismos ecosistemas, por otro, se convierte en uno de los mecanismos privilegiados para escapar de la situación de pobreza. Esta alternativa es planteada entonces en términos de oportunidad de negocios: en lugar de una producción de subsistencia se presiona el desplazamiento del uso del suelo hacia nuevas oportunidades de negocios alrededor de la venta de servicios ambientales para la satisfacción de la demanda de los centros urbanos globales. La mercantilización de la naturaleza convierte los servicios ecosistémicos, en principio de propiedad pública o comunal y de acceso abierto, en mercancías de acceso únicamente para aquellos con poder de compra, institucionalizando un acceso diferenciado a los servicios ambientales en función de la capacidad de pago y exacerbando de esta manera las desigualdades sociales.

      La reparación verde

      Resulta fácil discernir un cambio fundamental reciente en la estructura de las relaciones entre economía y naturaleza. En el siglo xx el ambiente y la naturaleza fueron valorados por lo que ellos ofrecían: ya sea por los recursos o por su «uso sostenible». El léxico dominante fue conservación y sostenibilidad. Mientras la mercantilización de los recursos naturales bajo la forma de extracción y procesamiento ha sido y es percibida como un proceso relativamente claro y directo, alcanzar lo opuesto –mercantilización a través de la conservación, o lo que West (2011) llama «conservación como desarrollo»– requería nuevas maneras de pensar y la puesta en marcha de ingeniosos mecanismos. El problema se presentaba alrededor de la generación de valor a partir de la conservación de los recursos in situ cuando el valor ha sido siempre creado mediante el trasporte de los recursos de su lugar de origen y así ignorar los impactos sociales y ambientales afectados por este desplazamiento (Fletcher, Dressler y Buscher, 2014).

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