¿Hubo socialismo en la URSS?. Jaime Canales Garrido

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¿Hubo socialismo en la URSS? - Jaime Canales Garrido

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y, sobre todo, reeducar a las más amplias masas de la población en el espíritu de la prioridad de los intereses comunes sobre los privados, inclusive de los intereses individuales.

      Esa tarea debió y debe ser resuelta en medio de una aguda lucha contra la ideología burguesa, la superación de los prejuicios pequeñoburgueses y los intereses egoístas heredados del capitalismo. La principal tarea ideológica de la dictadura del proletariado es elevar a la totalidad de la clase obrera victoriosa a la posición de dueña del país, de su economía, de la ciencia y la cultura.

      Sin embargo, la dictadura del proletariado será inestable y estará condenada al fracaso, si la vanguardia de la clase obrera no es capaz de atraer a la causa de la administración del Estado, en primer lugar, a todos los trabajadores, y luego a todos los ciudadanos sin excepción.

      Esa incorporación e implicación de todos los estratos no burgueses en la gestión del Estado es la principal tarea creativa de la dictadura del proletariado, en la cual debe ser superada inicialmente la inevitable división de la sociedad de transición en gobernantes y gobernados, y debe ser establecido el poder del pueblo trabajador, ejercido por él mismo.

      Lenin y los bolcheviques, a pesar de las condiciones impuestas por la guerra y el sabotaje interno, siempre tomaron medidas, de modo de posibilitar que, a través de los Soviets, los trabajadores participaran en la gestión del Estado. Una de las formas de participación directa en la administración de la propiedad estatal por parte de los trabajadores encontró su más inequívoca plasmación en el “Control Obrero”.

      Debido al bajo nivel educacional, cultural y profesional de los obreros y campesinos rusos no fue una tarea exenta de dificultades, pero, poco a poco, el partido y el gobierno fueron creando condiciones para elevar el nivel técnico, profesional y cultural de los trabajadores de la ciudad y del campo, en su gran mayoría, analfabetos.

      Pero el propio desarrollo de la revolución socialista en las complejas condiciones de Rusia obligó a los bolcheviques a emprender acciones que no en todo momento respondieron o correspondieron a las causas que las provocaron: la guerra hace impredecible absolutamente todo o gran parte de los acontecimientos y de las soluciones posibles a los problemas que ellos traen consigo.

      Las causas de los errores cometidos -pocos e insignificantes, dicho sea de paso- estribaban, como es evidente, en la ruinosa situación en que se encontraba el país y, por ende, su sociedad.

      Cuando los bolcheviques se hicieron del poder político, el país había sido sacudido hasta sus más profundas entrañas por el movimiento revolucionario que se arrastraba desde el año 1905; a partir de 1914, por la destructiva Primera Guerra Mundial; y, entre mayo de 1918 y abril de 1921, por la intervención de catorce Estados capitalistas, que desencadenaron la guerra civil a gran escala en todo el país de los Soviets.

      Por eso muchos de los pasos dados por el nuevo gobierno bolchevique eran, en cierto grado, experimentales: la teoría se mostraba insuficiente y el terreno exigía creatividad, y no una actitud dogmática.

      Pero, lo importante es que los bolcheviques -en condiciones en que, inmediatamente después de haber tomado el poder político en sus manos, se vieron, además, enfrentados a la resistencia despiadada del capital interno e internacional, en medio de una guerra que desangraba al país- tomaban medidas políticas y administrativas, a veces, aventuradas, de modo de dirigir y controlar la vida del inmenso país. Y los resultados que obtuvieron constituyen la más inequívoca demostración de que su accionar fue correcto. Por supuesto que hubo errores, pero el balance fue altamente positivo.

      Es en este sentido que, al analizar el proceso de desmontaje del socialismo después del año 1953 y de lo que sucedió en la URSS ulteriormente, es sumamente difícil encontrar una explicación racional para lo ocurrido, a no ser la manifiesta incapacidad de estadista y político de Jruschov, de su desmedida ambición y sed de poder, y de la colaboración -pasiva o activa- de los miembros históricos del Partido Comunista (b) de la URSS.

      Porque, contrariamente a toda racionalidad y a las ideas y planes que tenía Stalin -formulados en los trabajos del XIX Congreso del PCUS- tomó en sus manos el poder político la figura más insignificante y menos capacitada en términos teóricos y políticos para dirigir el inmenso país, precisamente, uno de los principales burócratas partidarios, que se había distinguido por ser un ejemplo de obsecuencia ante los líderes del partido y del Estado y observar una manifiesta conducta rastrera, particularmente, en relación con Stalin.

      La infausta paradoja histórica estriba en que, históricamente, al frente del partido y del Estado de la gran nación, habían estado dirigentes sabios, aún más, geniales, y, ahora, se hacía del poder, por medio de chantajes, engaños, calumnias y maniobras, un individuo que, aparentemente, no tenía, en condiciones de normalidad, ninguna posibilidad de ocupar tan elevada posición en el Estado Soviético.

      Y, como no podía dejar de ser, su gestión a la cabeza del partido y del Estado fue desastrosa, porque recibió un país en pujante desarrollo, poderoso, socialmente cohesionado, con alta moral, pero, debido a la introducción de medidas económicas y políticas que no tenían ningún asidero, inició la destrucción de la base económica, social, moral e ideológica del Estado Soviético. A tal punto fue ruinosa su gestión, que los mismos que colaboraron para llevarlo al poder en 1953 y participaron activamente de su segundo golpe de Estado en 1957, lo depusieron el año 1964.

      Este es el primer caso de un alto dirigente del Estado Soviético -el único que, por primera vez, dirigía el país en absoluta paz interna y externa, a pesar de la guerra silenciosa de los Estados Unidos y sus aliados europeos occidentales- que, en lugar de desarrollar el país, lo hizo retroceder en todos los aspectos y sentidos posibles.

      En el oscuro período en que Jruschov dirigió los destinos de la URSS -hasta hoy día no se sabe concretamente qué fue lo que motivó su conducta, no obstante la evidencia de que nunca actuó como marxista, porque no lo era- fueron adoptadas una serie de medidas, en todas las esferas de la vida del Estado, que, está a la vista, eran absurdas y que constituyeron la más fidedigna manifestación del desconocimiento teórico y técnico, de la ineptitud gubernamental y de la miopía política del dirigente, las cuales, de hecho, acabaron por desquiciar al Estado socialista.

      La Unión Soviética, en un período de cinco años, había conseguido no solo sanar las profundas heridas provocadas por la guerra de agresión nazi-fascista, que la había llevado a sufrir una situación tan adversa como ningún otro país del mundo había experimentado, sino, además -a despecho de los enemigos del socialismo- vio, una vez más, corroborado en la práctica el fenómeno que ya era conocido como el “milagro económico estalinista”.

      A partir de esos días, en la Unión Soviética -es obvio que debido a la orfandad teórica, política, administrativa y a los espurios intereses de los individuos que habían llegado al poder- no fueron los dirigentes del partido y del Estado los que administraron los acontecimientos, sino que fueron estos los que comenzaron a gobernar a su arbitrio.

      En otras palabras, las medidas tomadas por los dirigentes soviéticos que sucedieron a Jruschov, por lo general, representaron una mera acción de respuesta, paliativa, tendiente a resolver asuntos puntuales, porque lo fundamental -aplicar la teoría en la práctica- no se hacía, acaso porque se ignoraba cómo hacerlo o, pura y simplemente, porque no había voluntad para actuar con base en los principios del marxismo-leninismo.

      A diferencia de Lenin y Stalin -que actuaron como verdaderos marxistas al interpretar fenómenos inesperados, siempre dialécticamente- el nuevo-viejo “comunista” y sus sucesores, ignorando la realidad que ellos y la nomenclatura partidaria habían creado, cegatones, incapaces, abordaron los acontecimientos que se escapaban a su control adulterando y acomodando la historia y la teoría para justificar sus crasos errores.

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