Hilos que tejen la RED. Isabel Sanfeliu
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Así es como hacemos más fácil o más complicada nuestra contribución a la prueba de la tesis propuesta hace ya casi un siglo por el escritor húngaro Frigyes Karinthy, transformada con el tiempo en juego social y en experimentos rigurosos, de que dos personas cualesquiera de este mundo —por ejemplo, tú, lector o lectora, y un khalkha nativo de Mongolia Exterior elegido al azar— están separadas por solo seis eslabones sociales [del tipo «el conocido de mi conocido»].
Merece acotarse que un elemento importante para seleccionar una metáfora que haga raíces (o que vuele, según la alegoría que prefiera el lector) es que permita incluir la dimensión temporal, la mutación a veces imperceptible y a veces abrupta de los recambios, de los ingresos y egresos, distancias y aun evolución de las funciones sociales dentro de la red en el correr del tiempo. Es decir, la evolución de la red social personal en el curso de la vida de sus miembros.
Eso lleva a su vez a introducir otra pregunta interesante, a saber: ¿cómo definimos a la red social personal? ¿Cuál es el punto fijo o invariante que marca y rotula su existencia? Mi red social, ¿nace con mi nacimiento y muere con mi muerte? Yo sé que he sido parte explícita de la red social de, por ejemplo, mi abuela, que me recibía en su casona con chocolate caliente y arrumacos, pero no de la de sus padres, bisabuelos a los que nunca conocí. ¿La incluyo en mi red, aun muerta? La de ella, ¿aún existe? ¿O es que soy un habitante temporario de una red multigeneracional marcada por ciertos inciertos apellidos transformados por las migraciones o reconocibles por algunos tradicionales, o por una combinación específica de algunos pocos genes que no solo me diferencian de un orangután y de una lagartija, sino que me generan una fisonomía parecida a (la foto) de mi tatarabuelo cuando era joven? La respuesta está a merced, por cierto, de la definición operacional que utilicemos. Y la definición operacional, en tanto instrumento, está al servicio del propósito de su uso.
Incluso una definición vaga como «tu red social, tal como la sientes», que asegura la idiosincrasia de la respuesta, merece su respeto tanto en una conversación informal —en la que la rigurosidad nos importa menos que lo que Roman Jakobson llamó la función fática (de conexión o contacto) del lenguaje que su precisión referencial— como en una investigación rigurosa acerca de, por ejemplo, qué es lo que la gente define como su red social o a quién incluye espontáneamente.
Para complicar la cuestión de las fronteras de la red social, las últimas décadas han lanzado un desafío extraordinario a través de la creación y el imponente desarrollo de las redes sociales electrónicas, que han multiplicado más allá de todo cálculo la capacidad de conexión entre individuos y, en muchos casos, relegado a un papel secundario la conexión in vivo… tema que, a pesar de haber escrito un libro y varios artículos al respecto, me abruma y sobrepasa, tal vez porque no mamé la revolución electrónica como lo hicieron desde niños mis vástagos y, aún más, desde la cuna, los vástagos de mis vástagos. Por lo que mi meollo se revuela cuando me pregunto, por ejemplo: la admirable autora de este volumen debe tener (no lo sé, solo me imagino) centenares de «amigos» en Twitter. ¿Los incluye ella como miembros en el trazado del mapa de su red social personal? Si, en su sitio de red, miles de admiradores (miles y uno conmigo) la aclaman, le envían comentarios a sus comentarios y ella, generosamente, incluye respuestas afectuosas y respetuosas, genéricas y puntuales, ¿ellos la pueden definir legítimamente como miembro de su red social personal, o ella a ellos? ¿Cuánto de los aspectos cualitativos de su identidad (o de la mía, o de la tuya, lector) se ha construido sobre la base del proceso cálido de lo que Ronald Laing y colaboradores (1966) llamaron «la espiral de las perspectivas recíprocas» (mi imagen de ti, mi imagen de tu imagen de mí, mi imagen de tu imagen de mi imagen de ti, y así), tan propio de las interacciones en red?
Con esta media verónica le paso la faena de la respuesta a estas y miles de otras preguntas a la mente inquisitiva y la pluma rica de Isabel Sanfeliu, quien ha expandido aún más su óptica experta en los procesos grupales tanto como en la introspección para regalarnos en este volumen, con su estilo a la vez erudito y poético —rara y feliz combinación—, una incursión minuciosa al tema de las redes sociales en todas sus complejidades… y tantos otros temas asociados a este, desde la evolución de la red en el curso de la existencia hasta la evolución de la identidad en el curso de los recambios de red, pasando por las sutilezas de la comunicación interpersonal, la complejidad y el cimbronazo cualitativo generado por los avances de la era digital, así como su impacto en la globalización, sus alcances y las paradojas que genera.
De hecho, una visión psicosocial compleja del individuo-en-sociedad genera un caleidoscopio de interconexiones; reaparece la supergalaxia, esta vez del vasto ámbito de los conceptos psicosociales, en los que hay ideas centrales e ideas satélites de cada una, conceptos que, junto con sus satélites, intersectan el espacio conceptual de tantas otras. Además, acaba asociándose en órbitas recíprocas, influenciadas a su vez por macroconceptos aún distantes que, por su peso específico y masa, afectan por mera presencia gravitacional la órbita de tantos otros conceptos, y aun nos permite entrever la presencia virtual de constelaciones en proceso de ser creadas y que, quién sabe, puede que revolucionen y hagan periféricas tantas ideas centrales en nuestro universo actual.
Fascinante ese laberinto multidimensional (¡vaya, otra metáfora!, tal vez un poco menos sistémica, en el sentido de recursiva, pero tiene su encanto), esta vez de las ideas y los modelos de nuestra feraz disciplina, pleno de avenidas iluminadas, caminos circulares, callejones sin salida, pistas falsas y vías regias, y en constante evolución. Y qué maravilla poder tener como guía para su recorrido a este Hilo tendido por Isabel Sanfeliu, una Ariadna de lujo que nos transmite el placer de explorar confines, jugar con ellos, desgranarlos, descubrir sus códigos, y abrir así nuevos interrogantes que a su vez invitan a su exploración. El amenazante Minotauro se esfuma cuando descubrimos que la oscuridad de los nuevos laberintos al final de los laberintos ya explorados puede ser leída no como un mensaje de peligro o de rechazo, sino como una invitación a explorarlos, cosa que hace (y nos invita a hacer) Isabel Sanfeliu con inteligencia, audacia y alegría.
Caminante, no hay camino…
CARLOS SLUZKI, M.D.
Clinical Professor, Department of Psychiatry George Washington University
Professor Emeritus,, Global and Community Health and Conflict Analysis and Resolution George Mason University
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
GRANOVETTER, M. S., «The strength of weak ties», Am. J. Sociology, 78(6), 1973, pp. 1360-1380.
KAHN, R. L., y ANTONUCCI, T. C., «Convoys over the life course: Attachment, roles, and social support», en P. B. Baltes y O. Brim (comps.), Life-span development and behavior, vol. 3, Nueva York, Academic Press, 1980, pp. 254-283.
LAING, R. D., PHILLIPSON, H. y LEE, A. R., Interpersonal Perception: A Theory and a Method of Research, Londres, Tavistock Publications, 1966.
La araña teje su red, el pescador lanza la suya: atrapar para de-vorar. Hay entramados que protegen, otros