Hilos que tejen la RED. Isabel Sanfeliu

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Hilos que tejen la RED - Isabel Sanfeliu Ensayo de Sociología

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información; en otros casos se hace referencia a la red social de un sujeto: grupo, vínculo, comunicación… complejos retículos inseparables. ¡Tantos lugares desde los que abordar este tipo de estructura!

      ¿Por qué despierta temor la tecnología que estamos creando? ¿Deberíamos frenar el progreso de la ciencia que modifica nuestro entorno a más velocidad de la que alcanza nuestra capacidad de adaptarnos a él?, ¿o acaso los dispositivos cibernéticos no son más que pseudópodos humanos? ¿Podrán las máquinas superar a nuestra inteligencia? ¿Qué nuevas formas de construcción social de realidad están siendo creadas o modificadas? ¿Somos realmente más violentos? ¿Se puede amar sin mirarse, sin olerse, sin tocarse? ¿Qué decir del actual empeño de exhibirse en la Red? Exhibir un avatar que se confunde con nosotros mismos. ¿Qué tipo de vínculo puede generarse con un cíborg? ¿Habrá que crear un concepto nuevo para definir ese peculiar enlace?

      Son preguntas que están ahí, en boca de todos, antes eran solo patrimonio de los autores de ciencia ficción.

      Nuestra propuesta busca ahondar en ellas ofreciendo un mapa que aporte sentido, una perspectiva histórica que evite precipitados dictámenes en un mundo globalizado. Tanto fanáticos como escépticos o detractores de la Red olvidan dotarla de un contexto antes de establecer juicios de valor.

      Los saltos tecnológicos culminan procesos, son puntos de inflexión que necesitan del entrecruce de aportaciones de distintos campos, es el análisis transdisciplinar. Por lo tanto, para argumentar una postura y actuar en coherencia con la misma, considero necesario tomar distancia del hecho puntual, del acontecimiento aislado.

      Pretendemos discurrir sobre el efecto a medio plazo y los cambios que ya se están produciendo a partir del despliegue de la comunicación a través de Internet. Es difícil intuir peculiaridades del territorio que recorreremos en unos pocos años, lo que sí podemos es indagar algunos de los hilos que parecen gobernar la complejidad de nuestra época: la función social y los aspectos evolutivos del miedo, el vacío que deja la autoridad cuestionada, la dificultad para identificarse con cuerpos intuidos, deformados en lo imaginario, sometidos…

      Goldstein habla del conjunto de neuronas y el núcleo de cada neurona como network o retículo, idea retomada por Foulkes para referirse a la estructura del grupo: el individuo forma parte de una trama social, como igualmente recuerda Carlos Sluzki. En este maremágnum arraiga el concepto de red social virtual que marca el arranque de nuestro siglo XXI.

      También se hubiera podido titular esta obra Hilos que tejen la vida. En el fondo, homeostasis y prevalencia1 son motor tanto de la dinámica vital como de la que mantiene a la Red, siempre que contemplemos estos conceptos en toda su complejidad.

      Si no hay pregunta, no puede haber conocimiento, propuso Gaston Bachelard (Le nouvel Esprit Scientifique, 1934); el auténtico espíritu científico se manifiesta sobre todo en la actitud de reconocer y plantear preguntas. Nada está dado. Todo se construye.

      A la hora de adentrarnos en la Red, empezaremos por recordar su función en origen: conectarse para transmitir y recibir información. Esto conduce a evocar el mundo epistolar del siglo pasado, generador de imaginarios a partir de lo que sus líneas permitían entrever. En la actualidad diría que ante los chats —con su despliegue exhibicionista— y la política del miedo (imperio de la vigilancia, etc.) surgen actitudes reactivas de repliegue y rechazo de todo tipo de tecnología. Por eso me parece importante empezar por la comunicación: tanto como elemento necesario para estructurar un lenguaje —por ende, un sujeto— como su evolución hacia un espacio lúdico y placentero.

      Nuestra consulta es un espacio privilegiado para observar cómo las tradiciones no se borran con la facilidad que muchos pretenden; machismo y homofobia, por ejemplo, agitan el subsuelo de las mentes más progresistas. El hecho de que los cambios sociales se precipiten a tanta velocidad superpone generaciones con identidades cuestionadas en muchos ámbitos.

      Un aspecto en el que también nos detendremos es la repercusión de la Red en la identidad corporal, que va de la mano del tipo de vínculo afectivo del que se quejan muchas adolescentes (en mi experiencia, más ellas que ellos).

      Creo, por último, inevitable incorporar formas diferentes de aprehender la globalización para adentrarnos en esta pequeña y desconcertante jungla. Nos preguntamos si la curiosidad que abre el mundo a un sujeto y los ideales que le forjan como tal podrán vencer al escepticismo, el engaño y la impotencia imperantes.

      El panorama es confuso, los resortes que modulan esta dinámica son impredecibles, no hay una mano que gobierne la tramoya, aunque muchos lo pretendan. No todo cambia tanto como parece, me niego a adscribirme a cómodos argumentos alarmistas y creo que vivimos un momento enormemente fructífero para ejercer el muy placentero y vertiginoso juego que nos define como especie.

      Menudearán por estas páginas unos pequeños avatares que imaginé a modo de alter ego con los que establecer monodiálogos, como diría Unamuno…

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      NOTAS

      1 «La prevalencia asegura que la vida se regule dentro de manera que no solo sea compatible con la supervivencia, sino que contribuya también a la prosperidad, a una proyección hacia el futuro de una vida o una especie» (A. Damasio, 2018, p. 44).

      El objetivo de la comunicación es favorecer la supresión de toda certeza.

      M. PERNIOLA, 2004, p. 128

      Antes de articular palabra, antes incluso de percibir su entorno más allá de las primeras miradas que se le dedican, el instinto de supervivencia incita al humano a negociar con el afuera. La comunicación se estrena de la mano de la necesidad, templando piel con piel; ojos que tantean enfoques, omnímodo pezón que vehicula inquietud, sacia y permite su añoranza. Un mundo por estrenar, del que apoderarse y al que temer, y en el que nos construimos sujetos sin conciencia de ello. En esta travesía, «el ojo del otro y el otro parlante son totalmente indispensables para que se dé un lenguaje propio», en el decir de Bonnet (1981, p. 90). Un lenguaje propio traduce reflexión y pulsiones, va más allá de cuestiones prácticas, como incidir en el comportamiento de otros, aunque revierta en última instancia.

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      Pero, si nos adentramos en el terreno virtual, hay un aspecto de la misma que aparece muy relegado: la musicalidad de las palabras, el tono, un elemento básico que matiza y clarifica mensajes que podrían representar opuestos, emitidos con distinto acento.

      Ciertas configuraciones rítmicas acompañan al humano incluso antes de poder ser nominado como tal; «no resulta creíble un pasado prehistórico silencioso», apuntó Steven Mithen (2005, p. 47).

      La música no es algo accesorio, ni mucho menos, en todas las culturas es una actividad de grupo que cumple una función en la comunidad, informa sin palabras de alarmas o triunfos. Los cantos compartidos, acompañados habitualmente de danzas, están al servicio de la paz y de la guerra; algo ancestral sigue vigente tras el tañido de cualquier instrumento.

      El tipo de vida de los neandertales exigía rápida toma de decisiones y cooperación en grupo para poder sobrevivir y conseguir logros culturales sin precedentes; poseían un grado de control respiratorio tan preciso como el requerido

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