Los frutos del árbol de la vida. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Luego, la emanación divina de Netzach, desborda y se polariza una vez más en forma diferente llenando Hod, la región del intelecto. Y he aquí el saber, el razonamiento, el conocimiento de las cosas concretas. ¿Cómo es posible que el amor de Netzach haya producido la inteligencia y el saber de Hod?... Esta emanación que viene de muy alto recorre pues un camino en forma de sinusoide.
Pero Hod fluye a su vez y desborda para llenar la séfira Iesod, llamada también la región de la vida. ¿Acaso la vida no existía ya en las regiones superiores? Sí, desde luego, pero una vida de un grado distinto, desconocida, invisible, inaccesible, como la vida de los Arcángeles, de las divinidades. ¿Por qué no tenemos con los Arcángeles los mismos contactos que con los humanos?... Es a partir de Iesod que se manifiesta la vida tal como la conocemos: esta séfira proporciona un protoplasma, una materia más condensada, propicia para la formación de los organismos y de las materias vivientes. Iesod es el dominio de la vida y de la pureza.
Por último, este torrente que emana de la Fuente divina, habiendo colmado a Iesod, desbordó para formar Malkut, la última séfira. Primero formó el aspecto etérico, es decir el grado sutil de la materia; luego, una parte del lado etérico se condensó aún más hasta el punto de convertirse en esta materia física que vemos, que tocamos. Y es eso, Malkut, la tierra: una escoria. En realidad, la tierra no es otra cosa que la quintaesencia divina, ya os lo he dicho, pero condensada, que se ha vuelto cada vez más opaca, pesada... ¡Y si se consiguiera reintegrarla al estado sutil, se observaría que es tan pura, tan luminosa, tan maravillosa como la materia de Kether! El problema, es conseguir sutilizarla.
Aquí es donde adquiere importancia comprender los dos procesos “solve” y “coagula”, las dos operaciones del trabajo alquímico, una permite condensar la materia y la otra diluirla. Un día, el universo volverá a ser luz y recuperará su estado primordial de pureza y transparencia. La materia será tal como Dios la emanó originalmente de Sí mismo. O más bien, no es la materia lo que Él emanó, sino una quintaesencia de Sí mismo que Él condensó y convirtió en materia. Dios, sin duda, no tenía en Él ninguna partícula de materia, fue Él quien formó la materia.
La materia es el resultado de la actividad del espíritu, es el espíritu el que, al condensarse, formó la materia. A medida que se condensaba, el espíritu formó una sustancia sobre la cual actúa, produciendo múltiples formas. El espíritu y la materia son dos aspectos de Dios Mismo. La materia es tan sagrada, tan santa como el espíritu, porque es la hija del espíritu.
Cuando se dice en el Génesis que Dios creó a Adán y a Eva, es otra forma de expresar que creó el espíritu y la materia.18 Él creó a Adán (el espíritu), y de una costilla de Adán surgió Eva (la materia). Para los Iniciados que poseen la verdadera ciencia, la materia tiene su origen en el espíritu, surgió del espíritu. La materia no pudo aparecer a partir de la nada, es el resultado del trabajo de Dios Mismo. Dios es todo. Todo lo que existe es su creación. Cómo creó Él la materia, es un misterio, el mayor misterio, no únicamente para los materialistas sino también para los espiritualistas. La materia más grosera, la más impura puede transformarse y volver a encontrar su pureza original cuando está en las manos del espíritu. Por otra parte, lo que hay que comprender también, es que jamás podría medirse el poder del espíritu si no se viera sobre la materia los efectos de ese poder. Si la materia no existiera, no se sabría nada sobre el poder del espíritu.
Al escribir el Génesis, Moisés ocultó en el relato de la creación del primer hombre y de la primera mujer toda una filosofía concerniente a la creación del universo. Pero hay que comprender: Adán no es ese pobre diablo que se ve en las tiras de historietas comiendo la manzana en un jardín: éste es el Adán que han representado para los niños. ¡Si conocierais la historia tal como la cuentan los búlgaros! Cuando Dios sorprendió a Adán debajo del manzano, le preguntó: “¿Qué estás haciendo aquí? – Iadam Gospodi...” (Es decir: yo como, Señor). ¡Estaba comiendo la manzana! “Pues bien, dijo el Señor, en adelante te llamarán Adán...” Y luego, cuando Dios preguntó: “¿Dónde está tu compañera?” Respondió: “Evea, Gospodi” (es decir: ahí está, Señor). “Bueno, dijo Dios, que se llame Eva desde ahora...” Y así queda demostrado que Adán y Eva son nombres de origen búlgaro. Porque, no sé si sabéis que, ¡hablaban búlgaro en aquella época en el Jardín del Edén! Como todavía no estaban bautizados, llegó el momento de hacerlo y son ellos mismos quienes encontraron sus nombres. Dios aprovechó la ocasión, se dijo: “Ya está, en lugar de romperme la cabeza para encontrarles un nombre, es sencillo. “¿Yo como? – Bien: Adán. – ¿Ahí está? – Muy bien: Eva...” Espero que no dudéis de la veracidad de esta interpretación.
Adán no es pues ese buen hombre de la fábula, sino Adam Kadmon, el Hombre cósmico cuyo cuerpo está formado por todas las estrellas, las constelaciones, las nebulosas. Esto es el cuerpo físico de Adam Kadmon, el primer ser creado por Dios. Pues Dios está más allá de todo el universo creado, está más allá de la séfira Kether. Es Adam que es Kether. Kether es la cabeza de Adam Kadmon, Hochmah el ojo derecho y la parte derecha del rostro; Binah el ojo izquierdo y la parte izquierda del rostro; Hesed el brazo derecho; Geburah el brazo izquierdo; Tipheret el corazón y el plexo solar; Netzach la pierna derecha; Hod la pierna izquierda; Iesod el sexo y Malkut los pies.19
En realidad, puede decirse que la creación comenzó verdaderamente con la séfira Hochmah: la sabiduría. En el libro de los Proverbios, la Sabiduría habla así de sí misma: “Cuando el Eterno preparó los cielos, yo estaba allí; cuando trazó un círculo en la superficie del abismo, cuando fijó las nubes arriba y las fuentes del abismo surgieron con fuerza, cuando le puso un límite al mar para que las aguas no superaran los bordes, cuando estableció los fundamentos de la tierra, yo trabajaba junto a Él y era todos los días su deleite, actuando sin cesar en su presencia...”20
Hochmah es la región de la luz, que es la primera emanación de Dios. En el comienzo del mundo Dios dijo: “¡Hágase la luz!” La primera criatura, el origen, el comienzo de todo, fue la luz. La luz es el Cristo, y el Cristo es el sol. ¿Por qué el espíritu de Cristo está situado en el sol, o sea en la séfira Tipheret? En realidad se trata del mismo espíritu bajo dos aspectos diferentes; el espíritu de Cristo es idéntico al espíritu solar. Pero, evidentemente, cuando digo el Cristo, no se trata aquí de Jesús. Jesús es un personaje histórico que vivió en Palestina, que tenía una misión sobre la tierra. El espíritu del Cristo existe desde el origen de la creación. Él es el Verbo, por quien todo fue hecho.
Pero aquí también, cuando digo “el espíritu del sol” hay que comprenderme. No hablo del sol físico, astronómico, sino de un mundo espiritual en donde viven seres que tienen toda una cultura y una civilización. El espíritu de sol es el Arcángel Mikhaël.
El Cristo, el Arcángel Mikhaël, son representaciones diferentes del mismo principio, el segundo Principio de la Santísima Trinidad. La entidad solar que se llama Mikhaël, está vinculada al Cristo, al Verbo, porque el espíritu del Cristo, es el espíritu del sol. Y Melkhisedek también, a quien san Juan describe rodeado por siete candelabros de oro y sosteniendo en la mano siete estrellas y una espada que surge de su boca, es también una expresión de la luz, del Verbo. Los nombres son diferentes, pero el Principio es siempre el mismo.
¿Comprendéis mejor ahora cómo el estado de pasividad de Dios – que no era en realidad pasividad tal como se la entiende habitualmente – se transformó en una actividad en la materia y con la materia? Dios quiso entrar en la materia, quiso penetrarla para manifestarse a través de ella bajo la forma de plantas, de animales, de seres humanos. Sólo que se requiere mucho tiempo: tanto tiempo necesitó el Creador para entrar en la materia, tanto, o quizá