Los frutos del árbol de la vida. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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IV
El Tetragrama y los setenta y dos genios planetarios
El gran Nombre sagrado de Dios que los Iniciados se han transmitido de siglo, en siglo está formado por las cuatro letras Iod He Vav He: hvhy. Por eso se le llama el Tetragrama (del griego tetra: cuatro, y gramma: letra).16 Ese nombre misterioso no debía ser pronunciado; únicamente el Gran Sacerdote del Templo de Jerusalén tenía este derecho y conocía el secreto de su pronunciación. Según la tradición, éste profería, una vez al año, el Nombre de Dios en el Templo de Jerusalén, mientras que afuera la multitud hacía ruido gritando y tocando instrumentos para que ese nombre no fuera oído. Porque quien lo oyera sin estar preparado para ello, moriría fulminado.
Las dos primeras letras de ese nombre son pues Iod, símbolo del principio masculino, dinámico, el fuego, y He, símbolo del principio femenino, plástico, receptivo. El número de Iod es 10, el de He, 5. El número de la mujer es por tanto la mitad que el del hombre. Los dos reunidos dan el número 15. Y si sumáis esas dos cifras: 1 + 5, obtendréis el 6, que es el número de la letra Vav, la letra siguiente, lo que demuestra que el hijo es el fruto de la Unión del padre y de la madre.
Tenemos pues: Iod, el padre, He, la madre, y Vav el hijo que es la prolongación del padre, como puede verse en el grafismo de la letra Vav, que es una prolongación de Iod. En cuanto al segundo He, que repite el primero, es la hija, la repetición de la madre, la gran Madre cósmica. El segundo, He es la naturaleza tal como la vemos. La Trinidad Padre-Madre-Hijo es invisible; sólo la Hija, la naturaleza, que los filósofos llaman “la naturaleza naturada”, es accesible a nuestros cinco sentidos. La verdadera Naturaleza, “la naturaleza naturante”, la que creó los mundos y a través de la cual se manifiesta el Espíritu cósmico, no se la conoce. Es Isis velada a quien el Iniciado procura quitar sus velos para contemplarla en su desnudez, es decir en su verdad.
Los cabalistas construyeron toda una ciencia concerniente al Nombre de Dios. Cada letra consta de un cierto número de nudos de donde parten tres florones,
o bien inscriben las letras del Nombre en un triángulo, de esta manera:
Si en el primer esquema se multiplica el número de nudos por el de florones, se obtiene el número 72. Es también el número que se obtiene por el segundo esquema. ¿Cómo? Puesto que cada letra posee un número: Iod 10, He 5, Vav 6, sumando todas las letras ubicadas en el triángulo, se obtiene 72. Este número 72 forma la síntesis de todas las potencias del gran Nombre de Dios: Iod, He, Vav, He, las cuales son representadas por los 72 genios planetarios. Es lo que los cabalistas llaman el Schem Hamephorasch, literalmente: “El nombre en detalle...”17
Estos 72 genios trabajan en el universo y la tradición cuenta que fue gracias a ellos que Salomón pudo construir el Templo de Jerusalén. Pues aquél que conoce los nombres de los 72 genios, que conoce sus virtudes, sus poderes, así como los momentos del año o de la jornada durante los cuales debe invocarlos, realmente puede realizar grandes cosas.
Sevres, 27 de Marzo de 1960
16 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte I: “La oración dominical: “Padre nuestro que estás en los Cielos”.
17 El grano de la mostaza, Obras completas, t. 4, cap. I: “La vida eterna, es que Te conozcan, Tú el único verdadero Dios”.
V
La creación del mundo y la teoría de las emanaciones
Imaginemos ahora que asistimos a la creación del mundo. Naturalmente, es imposible comprender cómo ocurrió realmente. Pero todos los grandes espíritus que pudieron elevarse suficientemente alto como para recibir respuestas y profundizarlas, afirman que antes de la aparición del mundo reinaba un estado de no-actividad que han asimilado al reposo, al sueño. Ese estado de no-actividad estaba en realidad animado por un poderoso movimiento. Desde luego, esto es difícil de definir y de expresar. La imagen que puede darnos la mejor idea sobre ello, es la de una rueda que gira tan rápido que ya no se la ve mover: parece inmóvil. Los grandes Rishis de la India llaman a ese estado “pralaya”. Y de ese estado de reposo en la inmensidad infinita, Dios emergió para crear el mundo proyectando una substancia de Sí mismo que el Génesis llamó “luz”.
Pero toda creación supone una limitación y así Dios se impuso límites. Salió de esa inmensidad, de ese estado indescriptible de existencia sutil en el que Él se encontraba para formar un mundo, un receptáculo que llenó con sus emanaciones: fue Kether, la primera séfira. Ain Soph Aur, el Dios absoluto, inexpresable, incognoscible, proyectó pues un reflejo de Sí mismo: el Dios manifestado, que ha sido llamado Dios Padre para diferenciarlo del Dios absoluto, que nadie ha podido conocer.
Árbol sefirótico
A su vez, el Dios Padre emanó de Sí mismo una substancia, formó el Hijo: la séfira Hochmah, la sabiduría. Y esta emanación que procedía del Dios Padre, llenó tanto la esfera de Hochmah que ésta desbordó y colmó la esfera siguiente: la séfira Binah, región de las leyes, de la inflexibilidad. Luego Binah, desbordando, comenzó a llenar otro receptáculo, Hesed, región de la misericordia, de la bondad. Y Hesed a su vez desbordó...
Pero detengámonos un instante para constatar un hecho muy interesante: la emanación divina, al verterse de un mundo para formar otro, cambia de polaridad, de aspecto, de rostro. Deja Hochmah, en donde representa la armonía universal, para entrar en Binah que representa la justicia, la severidad implacable, irreductible. Deja Binah para derramarse en Hesed, donde se manifiesta por el contrario como gracia, clemencia, indulgencia, perdón. Y he aquí ahora que esta generosidad, esta misericordia, derramándose en otro mundo, el de Geburah, se transforma en combatividad (es la región de Marte), en voluntad formidable, en fuego devorador.
A medida que se desborda y forma nuevos mundos, la emanación divina se condensa más y más. Es siempre la misma quintaesencia, pero cada vez más densa para hacer un trabajo siempre diferente, para crear sin cesar nuevas energías, nuevos colores, nuevas formas. Al dejar Geburah, se vierte en otra región, el mundo del Sol, Tipheret, la belleza.
“Pero si en nuestro sistema solar, el sol es más importante que los planetas, os preguntaréis, ¿cómo es posible que en el Árbol sefirótico esté situado después de Marte?” Sí, tal como los cabalistas lo situaron sobre el Árbol, la región espiritual de Marte está emplazada más alta que la del Sol. Pero no hay que comparar dos sistemas que pertenecen en realidad a planos diferentes: el sistema solar, tal como los astrónomos lo observan, es un conjunto de cuerpos físicos, mientras que el Árbol sefirótico es un conjunto de regiones espirituales. Marte, en el Árbol sefirótico, no es el planeta que vemos en el cielo y ni siquiera el de la astrología, sino un principio espiritual. El planeta Marte es una condensación, una representación material de fuerzas espirituales que están en Geburah. Y el principio que está en Geburah, no es en realidad ni superior ni inferior al que se encuentra en Tipheret.
Tipheret es la región