Los frutos del árbol de la vida. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Entra entonces en la tercera séfira, Hod, la región de Mercurio, donde puede estudiar todas las disciplinas de la Escuela divina: la magia, la Cábala, la astrología, la teúrgia. Es la región del saber: todas las ciencias están ahí, todos los conocimientos, clasificados, arreglados, ordenados. En la séfira Hod, entra en relación con el orden angélico de los Bnei-Elohim (los Hijos de los Dioses) que la tradición cristiana llama los Arcángeles.
Terminado este periodo, el discípulo se dirige hacia la séfira Netzach, que es la región de Venus. Es la séfira de la belleza y de la gracia. Todo lo que puede inspirar a los artistas, los verdaderos creadores, todos los colores, las formas, los sonidos, los perfumes, están ahí. Es en la séfira Netzach, precisamente, en donde se encuentran los Elohim que crearon el Cielo y la tierra, como se dice en el principio del Génesis.
Y la prueba de que son los Elohim, los Ángeles de la séfira Netzach, quienes crearon el mundo, es que este acontecimiento se reproduce en miniatura cada vez que un niño es concebido. Para crear un niño, el hombre y la mujer están bajo la influencia de Netzach, el amor, y los Elohim construyen el cuerpo de ese niño. Incluso si el hombre y la mujer no son conscientes de ello, los Elohim hacen su trabajo. Los sefirot no están lejos de nosotros, trabajan cada día en todos los aspectos de la existencia. Así es, mirad tan sólo la creación de un niño: los Elohim están ahí, y si son llamados, algunos meses después aparece un pequeño ser ante el cual todos quedan maravillados.
Después de haber estudiado en Netzach los principios de la creación, y las fuerzas que trabajaron en la construcción del universo y del hombre, hay que subir a la séfira Tipheret, la región del Sol, y entrar en contacto con su espíritu. No conocemos realmente el espíritu del sol, pero si nos unimos a él, que es el mismo que el espíritu de Cristo, una emanación de Dios mismo nos da todo lo que posee: la luz, el calor, la vida, la belleza, la pureza, la salud... Y unirse al sol, no significa exponerse de vez en cuando a sus rayos como mucha gente hace, automáticamente, maquinalmente. Por supuesto, el cuerpo físico recibirá así algunas partículas, pero para recibir del sol elementos espirituales, es nuestro espíritu el que debe ir a tocarlo, entrar en contacto con él, penetrarlo, fundirse en él... Sí, nuestro espíritu ¡no nuestra piel! Exponerse físicamente al sol, ya está muy bien, de acuerdo; pero si nuestra conciencia, nuestra inteligencia, nuestro espíritu participan en ese encuentro con él, recibiremos mucho más que el calor o la vitalidad: un conocimiento, una iluminación.
El sol está habitado por una Inteligencia sublime de la cual dependen los acontecimientos en Saturno, Júpiter y todos los demás planetas. Pues está en el centro del sistema solar, como Tipheret está en el centro del Árbol sefirótico; es el corazón del mundo. Es de la región de Tipheret de donde vienen todos los grandes Maestros de la humanidad. Por ello hay que trabajar sin cesar con la luz, penetrar con la luz todo nuestro ser, nuestros huesos, nuestros músculos, nuestras células, y proyectar la luz por todas partes, en todas las criaturas. Así es como un día se consigue entrar en esta región del Sol.
Cuando se deja Tipheret, hay que poseer una gran audacia para defender la verdad sin temor alguno. El discípulo se convierte en un combatiente valeroso, un soldado de Cristo, un caballero; afronta todas las adversidades para ayudar a la humanidad. Entonces, las puertas de la séfira siguiente se abren, entra en Geburah, el dominio de la fuerza, del poder, y se vuelve invencible. La séfira Geburah es activa, fogosa, dinámica, es de fuego. Es la morada de los Ángeles exterminadores: cuando Dios ordena la destrucción de una ciudad, como fue el caso de Sodoma y Gomorra por ejemplo, el aniquilamiento de una civilización, o incluso de un continente, se dirige a los Ángeles de Geburah para que derriben y quemen todo lo que es impuro.
Cuando el discípulo llega a desarrollar en sí mismo la generosidad, la grandeza, la nobleza, el amor por la humanidad, entra en la región de Hesed, la misericordia. Previamente debió aprender a dominar todas las tendencias egocéntricas que le impulsan al deseo de imponerse a los demás, de rebajarlos, despojarlos o perjudicarlos. En ese momento comprueba que, lejos de sentirse disminuido por ello, se vuelve más grande, pues es precisamente cuando uno sabe eclipsarse que se convierte realmente en un ser poderoso: se descubre la herencia de Hesed que nos da el poder de gobernar, de reinar en el orden, la armonía, la riqueza y el esplendor; Hesed nos transmite la herencia de todos los Iniciados, sus descubrimientos más admirables, todos los frutos de sus trabajos.
Después de esta región tan grandiosa de Hesed, el discípulo toma el camino de la séfira Binah: la inteligencia. Es una región terrible, implacable, donde reinan los Veinticuatro Ancianos, los señores del Karma, quienes poseen el conocimiento absoluto de todos los destinos.7 Saben lo que cada ser ha hecho, lo que merece, las pruebas que aún tiene que pasar, lo que debe pagar para satisfacer todas sus deudas y ser libre. La libertad, la libertad absoluta, se adquiere únicamente en Binah. En esta región sólo es admitido aquél al que ya nada puede conmover, ni las pérdidas, ni los abandonos, ni los sufrimientos, aquél que sabe permanecer impasible incluso frente a toda expoliación. Saturno nos invita a ser como un ermitaño, un asceta, a practicar el total renunciamiento, la abnegación más absoluta. Quien continúa rebelándose contra las injusticias de su suerte, quien siempre cree merecer más de lo que le sucede, está aún lejos de Binah.
Binah es la puerta angosta.8 Quien pasa por esta puerta estrecha, abandona su piel, como lo hace la serpiente que muda, deslizándose por una grieta entre dos piedras rugosas. Cuando el destino quiere renovar a alguien, lo hace pasar por acontecimientos que le obligan a desembarazarse de todo su equipaje y vestidos inútiles. Pues la puerta estrecha está hecha exactamente de acuerdo con su forma y a su medida, debe pasar sin equipaje, absolutamente desnudo simbólicamente. Y tan pronto como pasa la puerta, descubre todos los tesoros de la sabiduría universal.
No olvidéis, sin embargo, que todas esas regiones están dentro de nosotros. Vivimos con ellas y trabajamos al mismo tiempo sobre todas a la vez. Ahora bien, si queréis concentraros particularmente sobre alguna de ellas para trabajar y desarrollar ciertas virtudes, podéis hacerlo. Pero en general, se trabaja simultáneamente sobre todos los sefirot, consciente o inconscientemente, y con más o menos éxito. Estas regiones están en nosotros, y también están en el cosmos, y cuando hacemos progresos interiores, las puertas exteriores se abren también.
Es en Binah donde las puertas comienzan a abrirse, en esa región severa, implacable, donde reina Jehovah. Cuando por fin se ha concebido claramente la idea de que las pruebas por las cuales se ha pasado son necesarias para nuestro bien, entonces se ve a Binah bajo otro aspecto. Se siente que ella es una madre. Por otra parte, la Cábala la llama la Madre Cósmica. Es a la vez una madre severa que castiga, y una madre llena de amor, pues ella nos abre las puertas. Esas puertas son cincuenta en total: las cincuenta puertas de la inteligencia, son los diez sefirot con sus cinco divisiones. Binah abre las puertas de la inteligencia para hacer comprender al discípulo todo lo que hasta entonces era misterioso para él. El discípulo ha pasado por cada séfira, ha desarrollado las virtudes correspondientes, pero no por ello lo ha comprendido todo. Cuando obtenéis un diploma de física o de química, habéis estudiado un cierto programa, pero eso no quiere decir que conozcáis absolutamente toda la física o toda la química. Vivís sobre la tierra, pero eso no quiere decir que la conocéis en su totalidad. Pues bien, cuando lleguéis a Binah, conoceréis todo el camino que habréis recorrido porque ella os abrirá las cincuenta puertas y, en particular, la puerta que conduce hacia Hochmah, la sabiduría.
Hochmah es la región del Cristo, del Verbo.9 Allí se encuentran los nombres y las letras del alfabeto sagrado con el cual se pueden formar palabras, frases, poemas, practicar la magia divina, la teúrgia. Una tradición cuenta que fue el Arcángel de Hochmah, Raziel, quien transmitió a Adán el libro que contenía los secretos de la creación, pero que ese libro le fue arrebatado después de la Caída. La Cábala es una tentativa para recuperar estos secretos.
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