El Mar. Jules Michelet

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¿acaso no es un contrasentido? No: esto prueba únicamente que el furor sólo turba la parte de afuera, las capas externas, poco profundas. De lo interno nada se sabe. Las más débiles criaturas, los átomos conchíferos, las medusas microscópicas, seres flúidos que una nada disuelve, aprovechándose de la corriente, navegan pacíficamente bajo la tempestad.

      Muy pocos llegan hasta nosotros: detiénense en Terranova, donde la fría corriente del polo los ataca, los aprisiona, los mata. Terranova no es más que el osario de esos viajeros heridos por el frío. Los más tenues, aunque muertos, quedan flotando, mas acaban por llover cual nevazón en el fondo del Océano, constituyendo esos bancos de conchas microscópicas que, de Irlanda hasta América, constituyen aquel fondo.

      Maury llama á los dos ríos de agua caliente, el Indico y el Americano, las dos vías lácteas del mar.

      Semejantes en calor, color y dirección, describiendo precisamente una misma curva, no tienen, sin embargo, el mismo destino. El Americano comienza por penetrar en un mar bravío abierto al Norte, el Atlántico, que suelta y manda contra él el flotante ejército de hielos polares, donde gasta su calor. Al contrario, la corriente Indica, circulando primeramente por las islas, llega á un mar cerrado y más preservado del Norte, manteniéndose por mucho tiempo el mismo, cálido, eléctrico y creador, y trazando sobre el globo un enorme reguero de vida.

      Su centro es el apogeo de la energía terrestre en tesoros vegetales, en monstruos, en especias, en peces. De las corrientes secundarias que se desprenden de él y van al Sur, resulta todavía otro mundo, el del mar de Coral. Allí, en un espacio grande como los cuatro continentes—dice Maury,—los pólipos fabrican concienzudamente los millares de islas, bancos y arrecifes que cortan poco á poco ese mar; escollos, hoy día, peligrosos y maldecidos del navegante, pero que remontando, uniéndose á la larga, constituirán un continente, y ¿quién sabe? después de un cataclismo, el refugio del linaje humano.

       Índice

      El pulso del mar.

      Nuestra tierra no es solitaria, según hace notar Juan Reynaud en el precioso artículo de la Enciclopedia. La complicadísima curva que describe expresa las fuerzas, las influencias diversas que sobre ella obran, atestiguando sus relaciones y comunicación con el gran pueblo de los cielos.

      Sus relaciones jerárquicas son particularmente visibles con su jefe, el sol, y con la luna, que, como su servidora, tiene por esto más poderío sobre ella. Así como las flores de la tierra miran al sol, míralo la misma tierra que las sostiene, y aspira hacia él. En aquello que tiene de más movible, su masa flúida se levanta é indica que siente su atracción. Desbórdase y sube (como puede) y, fija su mirada hacia los astros amigos, dos veces al día hincha su seno, dedicándoles á lo menos un suspiro.

      ¿Acaso no siente la atracción de los otros globos? ¿Sus mareas sólo están regidas por la luna y el sol? Todos los sabios así lo decían, esto es lo que creían todos los marinos. Se estaba atenido á los incompletísimos resultados de La Place. De ahí errores terribles que se trocaban en naufragios. Con respecto á los peligrosos escollos de Saint-Malo había una equivocación de dieciocho pies. Sólo en 1839 fué cuando Chazallon, que estuvo á punto de perecer á consecuencia de tales errores, comenzó á descubrir y calcular las ondulaciones secundarias, pero de gran consideración, que modifican la marea general bajo influencias diversas. No cabe duda, que astros menos dominantes que el sol y la luna influyen asimismo en el vaivén de las aguas terrestres.

      Empero, ¿bajo qué ley? Chazallon lo dice: «La ondulación de la marea en un puerto sigue la ley de las cuerdas vibrantes.» Sentencia grave y de gran alcance, que nos da á entender que las relaciones de los astros entre sí, son las relaciones matemáticas de la música celestial, según afirmara la antigüedad.

      La tierra, por medio de su gran marea y de las mareas parciales, habla á los planetas sus hermanos. ¿Contestan éstos? Debemos pensar que sí. Con sus elementos flúidos deben asimismo levantarse, sensibles al esfuerzo de la tierra. La atracción mutua, la tendencia de cada astro á sacudir su egoísmo, debe crear á través de los cielos diálogos sublimes. Por desdicha, los humanos oídos sólo perciben una mínima parte de este coloquio.

      Otro punto debemos considerar. El mar no afloja precisamente en el momento del paso del astro influyente: no tiene oficiosidad de una obediencia servil. Necesita tiempo para sentir y seguir la sacudida; es preciso que llame en su auxilio las aguas perezosas, que venza su fuerza de inercia, que atraiga, que arrastre las más lejanas. La rotación de la tierra, tan terriblemente rápida, muda de continuo los puntos sometidos á la atracción. Añadid que el ejército de las olas, en su movimiento simultáneo, tiene que sufrir todas las contrariedades de los obstáculos naturales, islas, cabos, estrechos, direcciones tan variadas de las orillas, y los obstáculos no menos resistentes de los vientos y corrientes, las rivalidades de los ríos de la tierra, que, bajando de los montes, arrastrados por sus rápidas pendientes, según los derretimientos de nieve y cien accidentes imprevistos, atraviésanse unos á otros y cambian el movimiento regular, iniciando luchas terribles. El Océano se mantiene firme. Las fuerzas de que hacen alarde los ríos más caudalosos, no bastan á intimidarle. Las aguas que hacia él se empujan no las rechaza: recógelas, las hace rodar cual montañas hasta Ruán y Burdeos, con tal violencia, que diríase intenta lanzarlas al otro lado de las montañas verdaderas.

      Tan diversos obstáculos crean á las mareas irregularidades aparentes que embargan y conmueven el ánimo. Nada más sorprendente que la contradicción de horas que ofrecen en dos puertos muy inmediatos. Una marea del Havre, por ejemplo, vale por dos de Dieppe (Chazallon, Baude, etc.) ¡Qué gloria para el humano linaje haber sometido al cálculo fenómenos tan complejos!

      Empero bajo ese movimiento externo, el mar oculta otros internos, los de las corrientes que le atraviesan á tal ó cual profundidad. Sobrepuestas á diferentes alturas, ó vertiéndose lateralmente en opuestas direcciones, corrientes cálidas, contracorrientes frías, ejecutan entre sí la circulación del mar, el cambio de las aguas dulces y saladas, la pulsación alternativa que es su resultado. Lo cálido bate de la Línea al polo, lo frío del polo al Ecuador.

      ¿Hay exactitud en comparar estrictamente esas corrientes, como se ha hecho á veces, corrientes asaz distintas y no muy mezcladas, á los vasos, venas y arterias de los animales superiores? Rigurosamente hablando, no. Empero tienen cierta semejanza con la circulación menos determinada que los naturalistas han descubierto recientemente en algunos seres inferiores, moluscos y anélidos. Suplida esa circulación lagunar prepara la vascular, la sangre se desparrama en corrientes antes de formarse canales determinados.

      Así es el mar: parécese á un gran animal detenido en ese primer grado de organización.

      ¿Quién reveló las corrientes, esas fluctuaciones regulares del abismo al cual jamás descendemos? ¿Quién nos enseñó la geografía de las aguas tenebrosas? Los que viven en ellas ó flotan en su superficie, á saber: los animales y los vegetales.

      Vamos á ver cómo la ballena, cómo los átomos conchíferos (foraminíferos), cómo las maderas de las selvas americanas, transportadas hasta la Islandia, han concurrido á revelar el río de aguas calientes que de las Antillas se encamina á Europa, y la contracorriente fría que se le une en Terranova, pasando al lado ó por debajo, y convirtiendo sus hielos en espesa niebla.

      Una nube roja de animálculos, trasladada por un vendaval del Orinoco á Francia, ha dado la explicación de la gran corriente aérea del Suroeste que refresca nuestra Europa con las lluvias de las cordilleras.

      Sin

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