El Mar. Jules Michelet

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acarreando el hambre y la muerte.

      Tantas observaciones dispersas sobre las corrientes del aire, de las aguas, las estaciones, los vientos, las tempestades, quedaban como una tradición en la memoria de los pescadores y los marineros, perdiéndose las más de las veces, bajando á la tumba con ellos.

      La guía del navegante, la meteorología descentralizada, parecía vana, y acabó por ser negada. El ilustre M. Biot pidióla estrecha cuenta de lo poco que hasta entonces había adelantado. No obstante, en ambas playas, europea y americana, hombres perseverantes fundaban esa negada ciencia sobre la base de la observación.

      El último y más célebre de todos, el norteamericano Maury, emprendió valerosamente lo que hubiera hecho retroceder á cualquier Gobierno, el examen y clasificación de innumerables cuadernos de bitácora, de esos informes documentos, á menudo truncados, que llevan los capitanes. Tales extractos, redactados, en tablas donde resaltan los hechos concordantes, dieron por resultado algunas reglas y generalidades. Un congreso de marinos, reunido en Bruselas, resolvió que las observaciones, á partir de aquel momento anotadas cuidadosamente, serían centralizadas en un mismo depósito, el Observatorio de Wáshington.

      Noble homenaje de la Europa á la joven América, al pacienzudo é ingenioso Maury, sabio poeta de los mares que ha resumido sus leyes, y hecho un servicio mayor todavía, pues por el impulso del corazón y el amor á la Naturaleza, al mismo tiempo que por lo positivo de sus resultados, logró transportar el Universo. Sus cartas y la primera obra que escribió, cuya tirada fué de ciento cincuenta mil ejemplares, se regalan liberalmente por los Estados Unidos á los marineros de todas las naciones del orbe. Muchos hombres eminentes, así en Francia como en Holanda, Jansen, Tricaut, Julien, Margollé, Zurcher y otros, hanse convertido en intérpretes, en elocuentes misioneros de aquel apóstol de los mares.

      ¿Por qué la América se nos ha adelantado en este caso? La América representa el deseo. Es joven y se muere por estar en relaciones con el resto del globo. Sobre su espléndido continente y en medio de tantos Estados, créese, sin embargo, solitaria. Tan alejada de su madre la Europa, tiene su mirada fija hacia este centro de la civilización, como la tierra hacia el sol, y todo lo que la acerca á esta gran luminaria hácela palpitar. Puede juzgarse de ello por la embriaguez, por los conmovedores festejos á que se entregaron en aquella tierra con ocasión de inaugurarse el telégrafo submarino que enlaza ambas playas, prometiendo el diálogo y la réplica en algunos minutos, de suerte que los dos mundos no tengan más que un solo pensamiento.

      Maury ha demostrado con verdadero genio la armonía del aire y del agua. A tal Océano marítimo tal Océano aéreo. Sus movimientos alternados, el trueque de sus elementos son enteramente análogos. El distribuye el calor por el orbe, produce las sequías ó la humedad. Esta la toma de los mares, del infinito del Océano central, sobre todo en los trópicos, en los grandes hervideros de la caldera universal. Conviértese en seco, al contrario, cuando pasa por los tostados desiertos, los grandes continentes, los ventisqueros (verdaderos polos intermedios del globo), que le chupan hasta su última gota. El calentamiento del Ecuador y el enfriamiento del polo, alternando la densidad y sutileza de los vapores, le hacen viajar en forma de corrientes y contracorrientes horizontales, que se cambian. Bajo la Línea, el calor que aligera los vapores y los hace subir, crea corrientes de abajo arriba. Antes de distribuirse se ciernen sobre ese sombrío receptáculo que (lo hemos dicho) forma alrededor del globo como un anillo de nubes.

      He aquí, pues, otras pulsaciones marítimas y aéreas independientemente del pulso de la marea. Este era externo, impreso por otros astros al nuestro; mas el pulso de las corrientes diversas es intrínseco á la tierra, constituye su propia vida.

      En el libro de Maury, el rasgo de ingenio, en mi opinión, es haber dicho: «El agente más aparente de la circulación marítima, el calor, no sería bastante. Hay otro no menos importante ó más que aquél: la sal.»

      Esta abunda de tal suerte en el mar, que si toda la que contiene se aglomerara en América, la cubriría por entero formando una montaña de 4,500 pies de altura.

      La salobridad del mar, sin variar gran cosa, sin embargo, aumenta ó disminuye según las localidades, las corrientes, la proximidad del Ecuador ó de los polos. Desalado ó saladísimo, por esta misma causa ofrécese el mar pesado ó ligero, más ó menos movible. Esa mezcla continua, con sus variaciones, hace correr el agua con más ó menos rapidez, es decir, produce corrientes—corrientes horizontales en el seno del mar—y corrientes verticales del mar de las aguas al mar aéreo.

      El francés M. Lartigue ha puesto en evidencia ingeniosamente varios lunares é inexactitudes que presenta la geografía de Maury. (Anales marítimos). Empero el autor americano, precavido en esto, no trata de ocultar lo que piensa respecto á lo incompleto de su ciencia, declarando que en ciertos puntos no le ha sido dado valerse más que de hipótesis. Otras veces parece que titubea, preséntase soñador, inquieto. Su libro, escrito lealmente y de buena fe, deja vislumbrar fácilmente el combate interior á que se entregan dos espíritus: el literalismo bíblico, que hace del mar una cosa, creada por Dios de una sola vez, una máquina que se mueve al impulso de su mano,—y el sentimiento moderno, la simpatía de la Naturaleza, para quien el mar es un ser animado, una fuerza vital y casi persona, donde el alma amante del Universo crea de continuo.

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