Breve historia de la Arqueología. Brian Fagan

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Breve historia de la Arqueología - Brian Fagan страница 15

Breve historia de la Arqueología - Brian Fagan Yale Little Histories

Скачать книгу

nadie puso en duda el descubrimiento. No obstante, es justo recordar que en aquella época no existían las herramientas analíticas que permitieran verificar su antigüedad. Finalmente, un análisis químico desenmascaró la falsificación en 1953. De cualquier manera, ya entonces, otros fósiles encontrados en África y en China habían puesto en tela de juicio al Hombre de Piltdown, el cual no guardaba ninguna semejanza con aquellos.

      El Pithecanthropus erectus de Dubois había quedado relegado al olvido hasta que en la segunda década del siglo XX una investigación geológica china excavó en una cueva profunda en Zhoukoudian, en el sudoeste de Pekín. En este lugar arqueológico un investigador de campo sueco y el estudioso chino Pei Wenzhong desenterraron huesos humanos. El espécimen era aparentemente idéntico al hallazgo que Dubois había descubierto en Trinil. Poco tiempo después, las dos formas de Pithecanthropus se agruparon bajo la clasificación de Homo erectus, «el hombre erguido».

      A pesar de los descubrimientos de los Neandertales y del Homo erectus, aún quedaban enormes vacíos en la historia del pasado. Muchos miles de años separaban las hachas de piedra de Hoxne y del valle de Somme de los fósiles de los humanos posteriores y de las zonas arqueológicas más recientes, como Stonehenge. Nadie podía fechar ni los fósiles de Dubois ni los del valle de Neander. Las gavetas de los museos repletas de herramientas de piedra sin fechar eran todo lo que llenaba el vacío entre los fósiles de Java y los de los Neandertales. Lo único que mostraban era que la tecnología se había vuelto más compleja a lo largo del tiempo, pero solamente eso.

      Una de las preguntas más urgentes era quiénes habían sido los primeros humanos. Otra era cómo habían convivido estas sociedades humanas tan disímiles entre sí.

      Las teorías de la evolución social humana aparecieron de forma notable en la obra del científico social Herbert Spencer (1820-1903). Su trabajo se desarrolló en una época de industrialización acelerada y de grandes cambios tecnológicos. No es de sorprender que Spencer llegara a la conclusión de que las sociedades humanas se habían desarrollado desde formas simples a otras más complejas y diversas. Esta teoría permitió a los arqueólogos imaginar un progreso ordenado de las simples sociedades antiguas a las sociedades complejas modernas.

      Pero… ¿cómo habían sido las sociedades antiguas? Spencer escribía en una época en la que la información sobre las sociedades no occidentales de África, América, Asia y el Pacífico comenzaban a divulgarse. A través de las descripciones de exploradores sobre tribus desconocidas en ese momento, así como por los trabajos de Catherwood, Stephens y otros, se podía fácilmente imaginar una pirámide del progreso. En la base estaban los Neandertales y las sociedades cazadoras, como los aborígenes de Australia y Tasmania; más arriba, las sofisticadas civilizaciones de los aztecas, mayas y camboyanos. En la cima estaba, por supuesto, la civilización victoriana.

      Las personas trataban de colocar los fósiles humanos y los hallazgos arqueológicos en un entorno que les fuera fácil de entender y que les diera sentido. Las teorías del progreso humano ofrecieron un marco conveniente para el pasado desconocido que los arqueólogos habían descubierto. Sin embargo, algunos estudiosos dieron un paso más allá.

      Sir Edward Tylor (1832-1917), otro científico inglés pionero en antropología, concibió tres fases de las sociedades humanas: salvajismo (sociedades de caza-recolección), barbarie (sociedades agrícolas simples) y civilización. Para el público victoriano, que creía fuertemente en el progreso tecnológico como marca de la civilización, esta perspectiva simple y gradual del pasado era muy atractiva. ¿Y quién puede juzgarlos? En aquella época, más allá de los ajustados confines de Europa, no se sabía nada sobre la arqueología. Estas teorías simplistas reflejaban el común acuerdo de que la civilización del siglo XIX representaba la alta cúspide de la historia de la humanidad. Hacia la década de los sesenta y setenta del siglo XIX, la evolución del género humano se antojaba gradual y ordenada.

      Sin embargo, todo iba a cambiar cuando los descubrimientos arqueológicos en África, América y Asia revelaran un mundo prehistórico más diverso y fascinante.

      9

      LAS TRES EDADES

      A principios del siglo XIX, la arqueología europea era un misterio confuso. Para la mayoría de los estudiantes del pasado europeo, la verdadera historia se iniciaba con Julio César y los romanos. Por supuesto, esto era una tontería, pues había muchas otras zonas arqueológicas más antiguas. Sin embargo, todo lo que fuera anterior al césar era un revoltijo de descubrimientos apilados en los museos y en colecciones privadas: hachas de piedra pulida, espadas de bronce y otros elaborados ornamentos. El caos de restos y sitios arqueológicos no tenía coherencia histórica.

      Las Sagradas Escrituras, que se usaban comúnmente como fuentes históricas, no ofrecían ninguna respuesta. ¿Cómo se podría crear un marco teórico para el pasado remoto? ¿Habían sido diferentes los pueblos que habían utilizado herramientas de piedra o que habían desarrollado las espadas de metal? ¿Cuál era su apariencia? ¿Los individuos que habían vivido en Inglaterra y en otros países europeos se parecían a los indígenas americanos, como había sugerido John Aubrey (véase capítulo 1)? Nadie sabía qué sociedades humanas habían vivido en Europa antes de los romanos.

      Pocos europeos se tomaron la arqueología tan en serio como los daneses. Los romanos nunca conquistaron Dinamarca, por lo que sus ciudadanos sentían un fuerte vínculo hacia sus antiguos habitantes. La arqueología, la única manera de estudiarlos, se desarrolló de manera paralela al fuerte interés patriótico por los restos precristianos. No obstante, al igual que sus colegas ingleses y franceses, los excavadores daneses lidiaron con una maraña de hallazgos arqueológicos. No es una coincidencia que los primeros intentos de ordenar ese caos surgieran en Escandinavia.

      En 1806, el gobierno danés estableció una Comisión de Antigüedades para proteger las zonas arqueológicas y fundar un museo nacional. En 1817, sus miembros eligieron a Christian Jürgensen Thomsen (1788-1865) para poner en orden las colecciones nacionales y exhibirlas (en esa época estaban apiladas en el desván de una iglesia). Thomsen, hijo de un rico comerciante, era un entusiasta coleccionista de monedas. Gracias a su mente ordenada y precisa, era la persona idónea para ordenar y organizar el museo. Quien se dedica seriamente a la numismática se convierte en un clasificador acostumbrado a disponer los objetos según su estilo. Además, Thomsen disfrutaba conociendo personas y conversando con ellas. Si a esto añadimos un talento extraordinario para la escritura de cartas, lo cual le granjeó contactos a lo largo de Dinamarca y más allá, tenemos al encargado de museo ideal.

      El meticuloso Thomsen comenzó registrando las colecciones en cuadernos de contabilidad, al igual que en los negocios. Cada objeto recibía un número. Las nuevas adquisiciones también se catalogaban y numeraban. De esta manera, tenía acceso inmediato a cualquier objeto del museo. En unos cuantos meses había catalogado 500 artefactos. El engorroso proceso de catalogación y registro le permitieron familiarizarse con una amplia variedad de artefactos prehistóricos. Las colecciones de Copenhague incluían miles de herramientas de piedra de las primeras zonas de caza e hileras de hachas de piedra y azuelas (herramientas de corte con una hoja afilada colocada perpendicularmente al mango) utilizadas para carpintería primitiva. Había dagas de piedra bellamente talladas, espadas de bronce y numerosos broches.

      Realizar el catálogo era una cosa, pero organizar el embrollo de hachas y cuchillas de piedra, azuelas de bronce, escudos y algunos ornamentos de oro, era otra. Thomsen se dio cuenta de que muchas piezas de la colección provenían de sepulcros en los que se enterraba a las personas junto con vasijas de arcilla o hachas de piedra, y tal vez con broches y alfileres. Los grupos de ofrendas

Скачать книгу