Breve historia de la Arqueología. Brian Fagan
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La selva imponente y las plazas impresionaron de tal manera a Stephens que, elocuentemente, comparó su perfección con la de cualquier anfiteatro romano. «La ciudad estaba desolada», escribió, «todo eran misterios, oscuros e impenetrables enigmas». «¿Quién había construido esos impresionantes monumentos?», se preguntaba. Los jeroglíficos eran muy distintos de los egipcios, y los indígenas locales no tenían idea de quién había construido Copán. Stephens lo comparó con un naufragio: «Estaba ahí, delante de nosotros como un barco destruido». Con una brújula y una cinta métrica, trazaron el mapa de la ciudad antigua marcando líneas rectas a través de la selva. Este fue el primer plano de un asentamiento maya. A diferencia de Layard en Mesopotamia, ellos no realizaron excavaciones, sino que se basaron en sus mediciones y observaciones minuciosas para relatar la historia de Copán.
Catherwood se instaló aquí para dibujar las estelas y los relieves decorados, una tarea compleja que desafió sus habilidades artísticas. Mientras tanto, Stephens averiguaba quién había construido Copán. De inmediato, llegó a la conclusión de que no era obra de los antiguos egipcios, o de alguna otra civilización que cruzara el Atlántico muchos siglos atrás. Esta era una ciudad exótica y única. Si hubieran podido transportar incluso una pequeña porción de las ruinas a Nueva York, hubiera sido una exposición asombrosa. Después de muchas negociaciones, Stephens compró Copán a su dueño local por 50 dólares. Para fortuna de los siguientes arqueólogos, el río no soportaba embarcaciones por lo que, de hecho, no pudo trasladar nada.
Stephens pasó solamente 13 días en Copán, pero Catherwood se quedó durante mucho más tiempo. Trabajó con lluvias intensas, con lodo hasta los tobillos y plagado de mosquitos. Los relieves se veían con mucha dificultad, excepto con luz muy intensa. Su tarea era enorme pues la extensión de Copán era de casi tres kilómetros y tenía tres patios principales, pirámides y templos.
Más tarde, Stephens y Catherwood volvieron a encontrarse en la ciudad de Guatemala. En ese momento, Stephens ya había desistido de su carrera diplomática. Decidieron ir a verificar la información sobre otra ciudad cubierta de maleza conocida como Palenque, en el sur de México, y que se decía era tan espectacular como Copán. El viaje los llevó por terrenos bastante accidentados. Para entonces ya habían optado por usar sombreros de ala ancha y ropa holgada para estar más cómodos, como la gente de ahí acostumbraba a vestir.
Las últimas etapas del viaje habían sido terribles a pesar de la ayuda que recibieron de 40 botones locales. Muchas veces tenían que abrirse camino entre la maleza, pero finalmente, Palenque emergió de entre la selva. Este yacimiento arqueológico era mucho más pequeño que Copán y había sido gobernado por Pakal el Grande desde el año 615 hasta el año 683 d.C. El magnífico Templo de las Inscripciones era su monumento funerario y albergaba su cuerpo bajo la pirámide del mismo, que fue excavada en 1952.
Stephens y Catherwood acamparon en el complejo palaciego de Pakal. Estaba tan húmedo que era inútil prender velas, y Stephens se divertía leyendo el periódico a la luz de las luciérnagas. Vencidos por los mosquitos y las fuertes lluvias, los dos hombres se tropezaban con edificios que eran prácticamente invisibles por la vegetación. Mientras Catherwood dibujaba, Stephens construía escaleras rudimentarias y despejaba las paredes del palacio para el artista. La estructura de muros gruesos con decoraciones elaboradas rodeaba varios patios, y en total medía 91 metros de largo. Trazaron un plano en bruto después de varias semanas, pero la humedad y las nubes de insectos terminaron por ahuyentarlos.
Conscientes del potencial científico y económico de Palenque, Stephens intentó comprar las ruinas por 1.500 dólares, cantidad muy superior a los 50 que pagó por la lejana Copán. Pero cuando descubrió que se tenía que casar con una mujer local para cerrar el trato, renunció de inmediato a su adquisición. Los dos hombres huyeron en busca de otra ciudad maya, Uxmal, pero para su mala suerte, Catherwood cayó gravemente enfermo con fiebres y solo logró permanecer un día en el magnífico asentamiento.
En julio de 1840, ambos regresaron a Nueva York, donde Stephens comenzó con la escritura de Incidentes del viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán, un best seller al año siguiente. El libro mostraba a Stephens en su mejor momento, pues estaba escrito en un estilo narrativo muy sencillo. Era, por supuesto, un libro de viajes, pero Stephens habló de los tres sitios desde la perspectiva de alguien que está muy familiarizado con los indígenas locales. Declaró que la gente que había construido Copán, Palenque y Uxmal compartían una misma cultura. Su arte era rival de las obras más exquisitas de las civilizaciones mediterráneas y era de origen local. Stephens terminó el libro con una clara afirmación basada en sus observaciones y conversaciones con los lugareños: las ruinas que él había visto las habían construido los ancestros de los mayas.
Stephens no era el único que escribía sobre los mayas. Su libro apareció dos años antes de que el historiador bostoniano, William H. Prescott publicara su clásico Historia de la conquista de México, en 1843. Prescott aprovechó el trabajo de Stephens y se aseguró de que se leyera mucho entre sus colegas de la academia. Entre tanto, solo quince meses después de su regreso a Nueva York, Catherwood y Stephens regresaron a América Central, determinados a pasar más tiempo en Uxmal.
De noviembre de 1841 a enero de 1842, se quedaron en las ruinas, ocupados con el mapeo, medición y dibujo del centro maya que probablemente sea el más representativo de este estilo arquitectónico. Uxmal es famoso por sus pirámides, templos y largos edificios palaciegos. Fue la capital del Estado maya desde el año 850 hasta el año 925 d.C. Una vez más, los hombres no realizaron excavaciones, tan solo se concentraron en concebir una idea de la ciudad y de su edificio principal, el famoso cuadrángulo de las Monjas. Catherwood intentó elaborar un registro lo más minucioso posible, para poder elaborar una réplica de vuelta en Nueva York.
A pesar de los ataques de fiebre, Stephens consiguió visitar otros sitios en las proximidades, como Kabáh. Recuperó las vigas de una puerta de madera con inscripciones de jeroglíficos, que más tarde se llevó a Nueva York. Viajaban ligeros y cabalgaron a través de la península de Yucatán. Pasaron 18 días en Chichén Itzá, que ya era famoso por su gran pirámide escalonada, El Castillo, y su enorme campo de juego de pelota. También conocieron a algunos estudiosos locales que compartieron información histórica muy valiosa con ellos.
Catherwood y Stephens visitaron Cozumel y Tulum, lugares anotados por los primeros exploradores españoles, donde había poco que ver además de nubes enteras de mosquitos. Con todo esto, los dos viajeros regresaron a Nueva York en junio de 1842. Como era de esperar, apareció otro best seller de Stephens, Incidentes de viaje en Yucatán, nueve meses después. En los capítulos finales del libro, reafirmó que las ruinas mayas eran obra de los locales, que prosperaron hasta la Conquista española. Todas las subsiguientes investigaciones sobre la civilización maya están basadas en su conclusión directa.
Este fue el fin de las aventuras arqueológicas de Stephens y Catherwood. Ambos regresaron a América Central para trabajar en el proyecto del ferrocarril. Sin embargo, cuando apareció la malaria se fueron. Stephens murió en Nueva York en 1852, debilitado por años de enfermedades tropicales. Catherwood falleció en un accidente de barco en el mar de Terranova dos años más tarde.
Tuvieron que transcurrir cuarenta años para que se reanudara algún trabajo científico en los asentamientos que ellos habían documentado