Breve historia de la Arqueología. Brian Fagan
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Breve historia de la Arqueología - Brian Fagan страница 7
Champollion y Wilkinson fueron una nueva variedad de académicos. Pintaron un retrato vívido de una civilización pintoresca y vigorosa. Ambos llegaron a la conclusión de que la arqueología, por sí misma, no podía reconstruir las civilizaciones antiguas. Cualquier investigación seria dependía de un trabajo en equipo entre los excavadores y la gente que se ocupaba de las inscripciones y archivos escritos.
La magnífica narración de los egipcios que hizo Wilkinson situó los estudios formales de las civilizaciones antiguas en un lugar preponderante. La destrucción masiva a lo largo del Nilo fue cediendo para dar lugar a la investigación disciplinada.
Pasaron seis décadas hasta que llegaron nuevos copistas al Nilo, pero, gracias a Champollion y Wilkinson, ahora eran profesionales.
4
EXCAVANDO EN NÍNIVE
Babilonia y Nínive, las dos grandes ciudades bíblicas, eran materia de novelas. En el Antiguo Testamento se habla del rey Nabucodonosor (quien reinó aproximadamente desde el 604 y el 562 a.C.), el gran rey de la antigua Babilonia (en el actual sur de Irak). Era un conquistador despiadado, famoso por mantener cautivos a los judíos en su capital. Las ganancias de su poderoso imperio crearon una ciudad espectacular. De acuerdo con informes griegos más tardíos, miles de esclavos erigieron las murallas de la ciudad, tan gruesas que carros podrían haber competido en carrera sobre ellas.
Según se dice, Nabucodonosor creó los hermosos jardines colgantes para las terrazas de su palacio, y se convirtieron en una de las siete maravillas del mundo antiguo. Aún se duda sobre su existencia. La capital desapareció con la caída de la civilización asiria. Los pocos viajeros europeos que lograron llegar a Babilonia se encontraron frente a un desierto árido de montículos polvorientos. Tuvieron que pasar muchos siglos para que los arqueólogos alemanes pudieran reconstruir algunas partes de la ciudad (véase capítulo 20).
Nínive estaba muy al norte del río, lo que ahora es Irak septentrional. En el año 612 a.C. fue una de las ciudades asirias más importantes, incluso la mencionan en el libro del Génesis de la Biblia. Según el profeta Isaías, Dios maldijo a los ninivitas arrogantes. Dejó a Nínive «desolada, árida como el desierto». No quedaron edificios ni templos a la vista. Los visitantes europeos más tardíos indicaban que la ira de Dios, en efecto, había destruido a los asirios.
Babilonia y Nínive fueron obviados de la historia, y son conocidas solo por la Biblia. Ahí permanecieron hasta que los extraordinarios hallazgos arqueológicos confirmaron la historia bíblica. En 1841, un grupo de académicos influyentes de la Sociedad Asiática de Francia aprovechó Nínive como nueva oportunidad para llevar a cabo excavaciones impresionantes que hicieran ver bien a Francia. En 1842, el gobierno nombró a Paul-Émile Botta (1802-1870) como su cónsul (representante) en Mosul. Botta había sido diplomático en Egipto y su nombramiento se debió a que hablaba un árabe fluido. Su tarea extraoficial era excavar en Nínive, aunque no tenía experiencia importante en este tipo de actividad.
Las excavaciones inexpertas de Botta fueron inútiles durante mucho tiempo, pues excavaba en las capas superiores infértiles del montículo Kuyunjik (es decir, en estratos que no tenían ni huesos ni herramientas). Los montículos de ciudades antiguas se forman gradualmente capa por capa; los niveles más tempranos, frecuentemente los más importantes, se forman en la base. Pero Botta no sabía nada sobre este tipo de zonas. Excavó aleatoriamente cerca de la superficie y encontró algunos ladrillos con inscripciones y fragmentos de alabastro, pero nada digno de atención.
Después de meses de trabajo, le cambió la suerte. Un poblador de Khorsabad, a unos 22 kilómetros al norte de Kuyunjik, le mostró a Botta algunos ladrillos con inscripciones y le contó historias sobre muchos hallazgos cerca de su casa, en un montículo antiguo. El cónsul envió a dos hombres a investigar. Una semana más tarde, uno de ellos regresó sobrecogido por la emoción. Una pequeña excavación había revelado muros tallados con imágenes de animales exóticos.
Botta cabalgó hacia Khorsabad de inmediato. Estaba asombrado por la precisa realización de las imágenes talladas en los muros de la pequeña área que habían excavado. Junto a los animales alados y otras bestias, caminaban extraños hombres barbudos con largas túnicas. Botta rápidamente trasladó a sus trabajadores a Khorsabad. En cuestión de unos pocos días, los excavadores desenterraron una serie de losas de caliza del palacio de un rey antiguo desconocido.
Botta escribió triunfante a París y anunció la revelación de una verdad bíblica. «Nínive ha sido redescubierta», informó orgulloso. El gobierno francés concedió la financiación de 3.000 francos para excavaciones ulteriores. Botta contrató a más de 300 trabajadores, pues sabía que tenía que cavar en grandes dimensiones para hacer hallazgos de importancia. Comenzó una tradición de enormes exploraciones en Mesopotamia (del griego, que significa «entre ríos»), que continuó hasta bien entrado el siglo XX.
Los franceses, sabiamente, también enviaron a EugÈne Napoleón Flandin, un artista arqueólogo de París. Ambos hombres trabajaron en los montículos hasta finales de octubre de 1844. De-sentrañaron la estructura de un complejo palaciego que abarcaba más de 2,5 kilómetros cuadrados. Los trabajadores simplemente fueron siguiendo los muros del palacio por donde podían. Desenterraron escenas de un rey en la guerra, derrotando ciudades, en el juego de caza y en complejas ceremonias religiosas. Las puertas estaban resguardadas por leones con cabeza humana. Ninguna excavación anterior había redituado tales tesoros.
Flandin llegó a París en noviembre de 1844 con dibujos que volvieron locos de alegría a los académicos franceses. Era una tradición artística completamente nueva, totalmente distinta a la de Grecia, el Nilo o Roma. Botta también volvió a París. Terminó un informe de las excavaciones, acompañado por cuatro volúmenes de los dibujos de Flandin, y fue una auténtica sensación. Botta declaró erróneamente que había redescubierto Nínive en Khorsabad. No es el único que se ha equivocado, como Belzoni en Egipto, él era incapaz de leer las inscripciones del palacio. Ahora sabemos que lo que encontró fue Dur Sharrukin, el palacio del rey asirio Sargón II (722-705 a.C.), un conquistador agresivo y exitoso. Tuvieron que pasar muchos años para que las así llamadas inscripciones «cuneiformes» revelaran cuál era su capital (véase capítulo 5).
Justo cuando Botta comenzaba a trabajar en Nínive en 1842, un joven inglés llamado Austen Henry Layard (1817-1894) comenzaba a sentir fascinación por la arqueología de Mesopotamia. Había pasado dos semanas en Nínive en 1840 estudiando la zona. Estaba dotado de una curiosidad insaciable y extraordinarias habilidades de observación, por lo que tomó la determinación de excavar los montículos de las ciudades antiguas. La arqueología se convirtió en su pasión.
Como muchos grandes arqueólogos, Layard era muy inquieto. Pasó un año entre los nómadas bajtiaríes en las montañas de Persia (actualmente Irán) y se convirtió en un consejero confiable de la tribu. Sabía tanto sobre la política local que el emisario británico en Bagdad lo envió a Constantinopla para asesorar al embajador que estaba ahí. Para entonces, en 1842, había pasado tres días en Mosul con Botta, quien lo alentó para que explorara; sin embargo, Layard no tenía un solo centavo.
Pasó tres años como oficial de inteligencia (sin el nombramiento) en Constantinopla. Después, el embajador británico, sir Stratford Canning, a regañadientes, le concedió una licencia durante dos meses para excavar en Nimrud, un conjunto de montículos río abajo de Mosul. Layard apostó a que podía llegar al corazón de la ciudad desde abajo, así que abrió túneles en los montículos. Casi de inmediato,