Breve historia de la Arqueología. Brian Fagan
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En 1833, formó parte de una misión militar con base en la ciudad kurda de Kermanshah, donde encontró tiempo para cabalgar hacia la inscripción grabada en la pared de un acantilado de Behistún. El rey Darío el Grande de Persia (550-486 a.C.) había ordenado esculpir un inmenso relieve tallado que cubriera los 111 metros cuadrados de toda la pared rocosa, suavizada y pulida de Behistún. Una enorme figura de Darío se erige triunfante sobre Gaumata, un rival por su trono en el año 522 a.C., a 90 metros del suelo. Tres inscripciones en persa antiguo, elamita (una lengua hablada en el sudoeste de Irán) y en babilonio anuncian su triunfo.
Al igual que sus antecesores, Rawlinson se dio cuenta de que estas inscripciones aparentemente inaccesibles en un risco de caliza eran la piedra de Rosetta de Mesopotamia. La escritura en persa antiguo, que era alfabética, había sido descifrada en 1802. Escaló el risco y copió todas las inscripciones, pero los textos babilónicos y elamitas estaban en un profundo abismo. Rawlinson preparó un andamio improvisado, arriesgó su vida y se colocó muy arriba para hacer copias del texto elamita.
Las responsabilidades militares de Rawlison eran muy apremiantes y le dejaban muy poco tiempo para los textos, de tal manera que su investigación no avanzó hasta el momento en que obtuvo un puesto diplomático en Bagdad, hacia 1843. Su nuevo puesto le permitía pasar más tiempo con la escritura cuneiforme y hacer más copias más precisas de Behistún. Se puso en contacto con otras personas que investigaban la escritura cuneiforme; por ejemplo, Edward Hincks, un sacerdote rural de Irlanda, y Jules Oppert, un lingüista francoalemán. Ellos tres fueron los artífices de la descodificación.
El gran avance llegó en 1847, cuando Rawlinson emprendió su tercer viaje a Behistún para copiar las inscripciones babilónicas aún inaccesibles. El joven kurdo, ágil como una cabra montesa, colgó algunas cuerdas de estacas y se abrió camino sobre el risco. Después, improvisó un asiento con soporte para sentarse y presionó papel mojado contra la escritura tallada. El papel se secó en moldes que podían usarse para copiar los símbolos. Con las inscripciones completas, Rawlinson pudo usar la traducción persa para descifrar el texto babilónico.
Su investigación ahora se extendía a las inscripciones que encontró Layard en Kuyunjik y Nínive. Mientras Rawlinson inspeccionaba los relieves de los muros en el palacio del rey Senaquerib, identificó el sitio y captura de una ciudad. Un enorme ejército asirio acampa frente a las murallas de una ciudad. Los soldados pelean y se abren camino a las fortificaciones. A pesar de su feroz resistencia, la ciudad cae. El rey Senaquerib se sienta en el trono y somete a juicio a los ciudadanos derrotados que pasan a ser esclavos. Rawlinson podía leer la inscripción de la historia: «Senaquerib, el poderoso rey de Asiria, se sentó en el trono mientras el botín de Laquis pasaba ante él». Esto era sensacional —el sitio de Laquis en el año 700 a.C. está narrado en el segundo Libro de los Reyes, en la Biblia.
Los londinenses acudieron en masa a ver los relieves cuando llegaron al Museo Británico, los cuales todavía se exhiben allí actualmente y merece mucho la pena visitarlos. Todos estos descubrimientos despertaron un ávido interés del público por la arqueología en un momento en que las enseñanzas bíblicas eran las más importantes en las escuelas.
Rawlinson motivó a otras personas para que excavaran en el sur de Mesopotamia; entre ellos estaba J. E. Taylor, el diplomático de Besora, al sur. Rawlinson lo envió a explorar las posibles ciudades bíblicas, incluyendo algunos montículos cerca de la ciudad de Nasiriya, que se inundaba a menudo por su cercanía al Éufrates. Taylor encontró un cilindro con inscripciones que ayudó a Rawlinson a identificar el asentamiento, conocido por los habitantes locales como Muqayyar, la ciudad bíblica de Ur de los caldeos, asociada a Abraham en el Génesis (véase capítulo 20). Comparadas con las del norte, las ciudades del sur de Mesopotamia ofrecían pocos hallazgos espectaculares, hasta que los métodos de excavación mejoraron considerablemente. El ladrillo de barro no cocido simplemente era demasiado frágil para que los excavadores lo manejaran.
En 1852, el Museo Británico nombró director de excavaciones a Hormuzd Rassam (1826-1910) bajo la supervisión de Raw- linson. Rassam era asirio y tenía contactos locales. Además, había trabajado como asistente de Layard (véase capítulo 4). Era ambicioso, despiadado, escurridizo y pendenciero. Estaba desesperado por el reconocimiento como gran arqueólogo y supuso que los hallazgos espectaculares eran el camino al éxito. Cuando reanudó el trabajo en Kuyunjik, excavó en un área asignada a los franceses, así que realizó trabajos secretos por las noches. Sus túneles revelaron un relieve de un rey asirio que caza a un grupo de leones desde su carro. Al final, la excavación descubrió la historia completa de una cacería de leones cuidadosamente organizada, completa, con espectadores animados y una leona agonizante. Tal como con el sitio de Laquis, la cacería puede verse en el Museo Británico.
Desafortunadamente, las excavaciones de Rassam en el palacio fueron tan apresuradas y descuidadas que solo sobreviven algunos de los dibujos del edificio, realizados por un habilidoso artista, William Boutcher. Rawlinson dividió los relieves entre los franceses y el rey Friedrich Wilhelm IV de Prusia. Los franceses empaquetaron 235 cajas para el Louvre en París. Enviaron su propio cargamento y uno hacia Berlín río abajo en balsas hechas con odres. Al sur de Bagdad, un grupo local de una tribu que merodeaba atacó y saqueó las balsas, volcaron las cajas al Tigris y mataron a varios miembros de la expedición. Solo dos cajas de descubrimientos franceses en Khorsabad, río arriba de Nínive, llegaron a París. Afortunadamente, la cacería de leones se envió aparte y llegó segura a Londres.
Henry Rawlinson partió a Bagdad en 1855. Comenzó a involucrarse en asuntos de la India y visitaba el Museo Británico a menudo. El museo ya había decidido no financiar más excavaciones asirias, se habían encontrado tantas esculturas que les parecía que había demasiados reyes asirios en Londres. El interés público menguó con la guerra de Crimea (1853-1856) entre Gran Bretaña, Francia y Rusia. Solo algunos académicos mantuvieron interés en los cientos de tablillas que enviaron Layard, Rassam y otros estudiosos de Mesopotamia, o en las colecciones adquiridas por traficantes de las excavaciones ilegales.
Cuando Rassam despejó el suelo de la cámara de los leones, también encontró un gran depósito de tablillas de arcilla y creyó que no eran importantes, por lo que las guardó en cajones de embalar. ¡Qué equivocado estaba! Tres años antes, Layard había recuperado parte de la biblioteca real del rey Asurbanipal en dos habitaciones pequeñas (véase capítulo 4). Ahora Rassam había encontrado el resto, que había terminado en el suelo del gran salón cuando se derrumbó el techo. El archivo del rey contenía registros de guerras y documentos administrativos y religiosos. Una de las tablillas registra la orden para que uno de sus oficiales recopilara documentación alrededor del reino. Un siglo y medio más tarde, las 180.000 tablillas de la biblioteca de Asurbanipal todavía se están descifrando. Han recogido suficiente información como para compilar un diccionario asirio a partir de ellas.
El enfoque de la investigación asiria pasó del campo, al museo y la biblioteca. Un pequeño grupo de académicos cuneiformes examinaron las tablillas de la biblioteca del rey Asurbanipal. Trabajaban en una sala de estudio abarrotada, sin la ayuda de diccionarios y gramáticas. Uno de ellos era George Smith (1840-1876), un aprendiz de grabador tranquilo, que estaba apasionadamente interesado en la escritura cuneiforme y había leído la obra de Rawlinson cuando era muy joven.
En 1872, Smith ya había clasificado muchas de las tablillas en categorías, una de ellas era «mitos». Se topó con la mitad de una tablilla y descubrió referencias a un barco en una montaña y una mención a una paloma enviada para encontrar un lugar de descanso, obligada a regresar. Smith se dio cuenta de que tenía parte de la historia del Diluvio Universal que está recogida en el Génesis. Este relato es conocido