Breve historia de la Arqueología. Brian Fagan

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Breve historia de la Arqueología - Brian Fagan Yale Little Histories

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mismo día, Layard movió a sus hombres al sur y desenterró el Palacio Sudoeste, construido por el rey Asarhaddón (681-669 a.C.). Layard mantiene su posición como el único arqueólogo de la historia que ha encontrado dos palacios en veinticuatro horas.

      En sus excavaciones, simplemente siguió la ruta de los muros decorados en las habitaciones del palacio. Encontró lozas talladas almacenadas que pertenecían a un palacio anterior. En ellas había escenas de batalla y de un asedio. Estos hallazgos pronto empañaron a los de Khorsabad. Mientras tanto, Botta abandonó la vida pública, lo habían designado para un puesto misterioso en el Líbano, nunca volvió a la arqueología y murió en 1870.

      Layard trabajaba con un objetivo en su mente, encontrar obras de arte y artefactos espectaculares que pudiera enviar a Londres. Sabía que los hallazgos exóticos que enviara al Museo Británico pondrían los ojos sobre él. No hay ninguna manera en la que su trabajo pueda describirse como un registro minucioso de hallazgos.

      Layard y su asistente asirio Hormuzd Rassam levantaron un campamento en la cima del montículo Nimrud, lo que les proporcionaba una vista magnífica sobre el llano que los rodeaba. Siempre estaba en guardia para asegurarse de que no se acercaran súbitas incursiones miembros de la tribu en busca de tesoros. Les ofreció regalos a los jefes locales para comprar su lealtad, pero tampoco dudaba en usar la violencia cuando era necesario. Eventualmente, se volvió una especie de jefe tribal, pues comenzó a arreglar disputas y matrimonios.

      Después hizo más descubrimientos extraordinarios, por ejemplo, tres esculturas de toros alados. Layard organizó una fiesta de tres días para sus trabajadores con el fin de celebrar estos hallazgos. En el Palacio Norte, sus hombres descubrieron un magnífico pilar tallado con un rey que recibía tributo. Describía los triunfos militares del rey Salamanasar III (859-824 a.C.), quien peleó constantemente contra los Estados vecinos, como los hititas (véase capítulo 20). Layard construyó un gran carro y arrastró sus pesados hallazgos hacia el Tigris, envió los artefactos río abajo a Basra en balsas que flotaban con odres inflados, idénticos a los que mostraban los relieves asirios. A continuación, Layard excavó en el montículo Kuyunjik de Nínive, donde entre los túneles pronto aparecieron nueve cámaras adornadas con bajorrelieves (esculturas en las que las figuras apenas sobresalen de la superficie).

      El primer cargamento de esculturas de Nimrud llegó al Museo Británico el 22 de junio de 1847, y cuando Layard llegó a Inglaterra lo trataron como a un héroe. En 1849 publicó Nínive y sus restos —un «pequeño esbozo» de su obra que se volvió un éxito de ventas.

      Las excavaciones en Kuyunjik se reanudaron en 1849. Layard cavó un laberinto de túneles que seguían a las paredes palaciegas decoradas, e ignoraba el valioso contenido de las cámaras. Una vez más, pasaba días enteros bajo tierra dibujando las esculturas conforme aparecían, a la luz de pozos de ventilación y velas. Los túneles sombríos llevaron hasta las grandes figuras de leones que resguardaban las puertas del palacio. Las losas de piedra caliza de la entrada aún tenían las marcas de las ruedas de un carro asirio. Sus trabajadores expusieron toda la fachada sudoriental del palacio del rey Sennacherib (705-681 a.C.), quien emprendió campañas en Mesopotamia, Siria, Israel y Judea.

      Las inscripciones del palacio contenían una crónica de las conquistas, sitios y logros reales. En los relieves aparecían monarcas y dioses que parecían estar vivos, como si estuvieran adelantándose para interrogar a los visitantes intrusos. Muchos de los relieves de Kuyunjik se exhiben en el Museo Británico actualmente, y yo siempre descubro algo cuando visito el museo y los veo. El tallado es impresionante. Uno de los conjuntos de relieves muestra a casi 300 trabajadores arrastrando a un toro gigante con cabeza humana de una balsa en el río al palacio. Un hombre sentado sobre un caballo a un costado del toro da las órdenes. Mientras tanto, el rey supervisa la labor desde su carro, bajo una sombrilla.

      El descubrimiento más sensacional de Layard ocurrió cuando descubrió el sitio y captura de una ciudad desconocida —desconocida hasta que se descifraron las inscripciones cuneiformes que la acompañaban en la década de 1850 (véase capítulo 5)—. Los relieves eran su preocupación principal, los hallazgos pequeños, a menos que tuvieran valor comercial, no eran de su interés.

      Las excavaciones de vez en cuando hallaban una tablilla de barro con inscripciones cuneiformes, pero muchas de ellas se hacían polvo, pues no estaban cocidas y eran frágiles. Después, Layard topó con lo más preciado, aunque le llevó un tiempo darse cuenta de que lo había hecho. Casi al final de la excavación, recogió con la pala cientos de tablillas de barro en seis cajas. Estas formaban parte de la biblioteca real y resultaron ser de sus descubrimientos más importantes. Después de las excavaciones de 1850, envió más de cien cajas por el río Tigris.

      Tras un intento de excavación infructuoso en Babilonia y otro en una ciudad primigenia del sur (que falló porque sus métodos eran demasiado toscos para tratar con ladrillo sin cocer), Layard volvió a su patria.

      El Museo Británico posee muchos dibujos de Layard, el único registro de hallazgos que no pudo enviar. Tenía el gran instinto arqueológico para lo importante y no para lo trivial; y, como Giovanni Belzoni, tenía suerte para los descubrimientos que lo llevaban a los palacios reales y a encontrar hallazgos sensacionales. Pero aparentemente sus métodos eran muy bruscos y se perdían muchas cosas. No fue hasta medio siglo después cuando los académicos alemanes convirtieron las excavaciones de Grecia y Mesopotamia en una disciplina científica (véase capítulo 20).

      Layard es una persona difícil de descifrar, pero definitivamente tenía una personalidad apresurada, era un excavador despiadado en la búsqueda de descubrimientos deslumbrantes. Cavó ciudades enteras con solo uno o dos asistentes europeos y cientos de trabajadores locales. A fin de cuentas, lo único que le interesaba era la fama y los hallazgos espléndidos para el Museo Británico.

      Sin embargo, realmente destacó por lo bien que se llevaba con los lugareños; se hizo amigo de muchos, algo inusual entre los arqueólogos. A juzgar por su escritura elocuente y sus fluidas descripciones, Austin Henry Layard era tan aventurero como arqueólogo. Pero sí fue él quien llevó a los asirios bíblicos bajo los focos y demostró que gran parte del Antiguo Testamento está basada en hechos históricos. La descodificación de la escritura cuneiforme pronto dio mayor importancia a sus hallazgos (véase capítulo 5). Agotado con la exigencia de sus excavaciones y harto de los constantes problemas para conseguir financiación, Layard renunció a la arqueología a los treinta y seis años. Cambió de rumbo y se volvió político, después diplomático, un empleo en el que se beneficiaron de su experiencia para tratar con personas de otras culturas. Más tarde se convertiría en embajador británico en Constantinopla, uno de los puestos diplomáticos más importantes en Europa en ese momento. Nada mal para un arqueólogo aventurero.

      5

      TABLILLAS Y TÚNELES

      Incluso durante la década de 1840, la arqueología siempre ha sido mucho más que excavar en busca de civilizaciones perdidas. Layard realizó descubrimientos asombrosos en Nimrud y Nínive, pero trabajó con grandes dificultades, pues no podía leer las inscripciones que acompañaban los espectaculares relieves tallados en los muros de los palacios asirios. ¿Quiénes eran estos poderosos monarcas que fueron a la guerra, sitiaron ciudades y erigieron leones con cabeza y pecho humanos en las puertas de sus palacios? El joven excavador era consciente de estos problemas, pero no tenía conocimientos de lenguas antiguas. Necesitaba que alguien supiera leer las inscripciones del muro y los pequeños escritos de las tablillas de arcilla que salían de su zanja. En el primer libro que publicó, Nínive y sus restos, proclamó que Nimrud era la Nínive antigua, pero había sido solo una suposición y estaba a punto

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