Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny

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Florentino Ameghino y hermanos - Irina Podgorny

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nueva, y que la palabra inflexible de la ciencia, viene a revelar que quizás es la más vieja.

      Se trataba de un joven muy modesto, muy sencillo y, sobre todo, muy estudioso, tanto que los mozos de su edad juzgaban su despreocupación por infelicidad y lo saludaban con una sonrisita de lástima.

      En abril de 1876, estimulado por sus hallazgos, la prensa y Ramorino, Ameghino presentaría a la Sociedad Científica otra memoria sobre El hombre cuaternario en la Pampa para demostrar la convivencia, en las pampas argentinas y en una época geológica anterior a la presente, del hombre cuaternario con los animales colosales cuyos restos ornamentaban los museos de Europa y América. Se basaba en el examen de los huesos animales con huellas humanas, los pedernales tallados, el carbón vegetal, la tierra cocida y los fósiles humanos. Ramorino, sin embargo, no pudo cumplir con su promesa de defenderlo: enfermo, se iría a morir a Génova. Ameghino, con sus protectores débiles o al borde de la muerte, envió “todas las clases de pruebas” para que hablaran por sí solas.

      La Sociedad Científica Argentina era el tribunal para los hallazgos de carácter dudoso, como el realizado por los hermanos Breton, unos franceses de la provincia de Buenos Aires que desde 1866 proveían de fósiles al Museo Público y también sostenían contar con restos del hombre fósil de las pampas: una punta de flecha, extraída en presencia del juez de paz de Luján y otros testigos, quienes certificaban haberla visto asociada a los restos de otras épocas. Florentino y sus hermanos no tardaron en visitar el lugar pero sin pedir permiso a los descubridores: poco después, el mismo juez de paz habría de imponerle la abstención de excavar en esos parajes marcados por el “señor Greton”. El derecho consuetudinario zanjaba la propiedad de los hallazgos frente a esta intromisión que pasó por encima de las reglas de cortesía que Ameghino bien conocía y hacía valer para sí mismo.

      VIRTUDES FÓSILES

      Mientras tanto, en Mercedes, buscar fósiles se había combinado con el orgullo y la creación de un héroe local. La Aspiración anhelaba la celebridad científica de la ciudad y publicitaba La antigüedad del hombre en las pampas argentinas, una obra en preparación, con veinticinco capítulos, dos volúmenes y más de setecientas láminas con las armas y los instrumentos encontrados por el autor, cuya vida de penurias también promocionaba. En el invierno, La Prensa de Buenos Aires había recogido una noticia de un diario de la ciudad del preceptor: una desagradable aventura sufrida en las excursiones campestres y los paseos solitarios de aquel “infatigable explorador de los secretos de la tierra”. Estando ocupado en sus tareas, como a dos leguas de la ciudad y sobre la otra banda del río Luján, fue sorprendido por tres individuos, que a pie y de una manera hostil cayeron sobre él. Completamente desarmado, no tuvo otro recurso ni medio de ponerse a salvo que el de arrojarse al agua, en un río de márgenes fangosas y profundas. Gracias a que los bandidos no se animaron a zambullirse y a su “presencia de ánimo, resolución y habilidad”, se escurrió de las garras de los asaltantes. La Prensa lo felicitaba por tan hábil escapada y le recomendaba ser más previsor en el futuro.

      Esas virtudes coincidían con la campaña de otros diarios de la capital –muchos de ellos mitristas– en pos de la formación de una generación joven “austera, sencilla, laboriosa y educada al amparo de los sanos principios de la moral” para enfrentar la decadencia propia de esos días tristes de la patria. Las ciencias naturales y físico-matemáticas aparecían como el ancla para evitar el desbande. El furor del lujo seducía al niño desde que comenzaba a salir a la calle, y muchos padres hacían de los niños de escuela caballeros de salón, caballeritos que tomaban a la universidad como mero instrumento de socialización, continuada luego debajo del Cabildo. Varios editoriales denunciaban: “Marchamos a vapor en pos de la fortuna terrenal”. A pesar de que “nuestra juventud consagrada al cultivo de la ciencia y de las letras, se encuentre al corriente del movimiento europeo, sea por el órgano de varias asociaciones, sea directamente, posee las revistas y libros que diariamente aparecen en Ultramar en los idiomas inglés y francés”, la triste realidad mostraba cómo, cada día, se reducía más y más el número de los que amaban la ciencia y la literatura. Con pesar señalaba que la suscripción pública a los Anales de la Sociedad Científica sólo había producido “ONCE SUSCRITORES espontáneos”; los demás eran de compromiso, “llevados por los socios que invocaban la amistad al afecto, y aun así mismo no pasan de ochenta”. La Prensa no dejaba de subrayar: “Y cuidado que en la Sociedad hay personas respetables, notables e influyentes”. Distribuida gratuitamente entre ciento treinta socios y ochenta suscriptores, el resto de la edición de quinientos números circulaba fuera del país. La biblioteca de la Sociedad, bastante rica en autores locales e internacionales, en todo 1876 había tenido un solo lector de la universidad a pesar de haberse gestionado un permiso especial para que se le franqueara el acceso a sus estudiantes. El busilis de todos los males: en Buenos Aires no se lee… o se leen novelas, o la manteca rancia de los novelones españoles, de los mercachifles de la literatura. Y, curiosamente, el diagnóstico los incluía: dada la masa de población, los mismos diarios eran poco leídos. Nadie reparaba en que, dada la enorme cantidad de periódicos, un individuo alfabetizado difícilmente pudiera comprarlos o leerlos todos. Con el entusiasmo redentor de las ciencias, La Prensa tampoco reconocía que la nueva generación de jóvenes naturalistas nacía modelada por ella misma, según las reglas de esa sociabilidad de caballeros enrolados en la tarea de construir una reputación a través de su afiliación política o a una facción.

      En un marco hostil al catolicismo del presidente Avellaneda, La Prensa también le recordaba al clero que “el descubrimiento del hombre, vulgar e impropiamente llamado fósil, que vivió hace ochenta o cien mil años”, no era un ataque a las creencias religiosas y que “el esqueleto de una generación antigua como la tierra habitable”, tarea en la que se desvelaban Moreno, Zeballos y otros jóvenes, no debía maltratarse en los programas de las escuelas públicas o particulares. Sin embargo, cuestionaban el pesimismo de un suelto de la mañana, convencidos de que “mucho se avanza cuando en la sociedad hay más de un diario empeñado en dirigir las masas hacia el buen derrotero. ¿Cederá vencida la prensa por la mala dirección que lleva la juventud en sus estudios elementales que tal vez deciden de su porvenir intelectual?”.

      La Tribuna se sumaba a esta misión, destacando que “hoy la ciencia y la poesía han celebrado alianza ofensiva y defensiva para las grandes cruzadas del progreso humano”. La influencia de la pasión de la ciencia “curará en parte a las generaciones argentinas de los paroxismos de la pasión política. Hay enfermedades que se curan, provocando otras nuevas”. La geología, la antropología, la paleontología ya descollaban en el pensamiento argentino y, de vez en cuando, aparecían trabajos notables que revelaban una decidida vocación. Francisco Moreno había penetrado en las regiones australes, recogiendo datos y ampliando con sus descubrimientos las observaciones de Paul Broca sobre la capacidad material del cráneo de las razas humanas. “El fanatismo de las grandes causas es contagioso. El fanatismo de Moreno, está haciendo prosélitos.” Y así cada periódico empezaba a construir el centro de propulsión de esta nueva cruzada, al punto tal que La Creación, un libro de juventud de Burmeister, se volvía una obra superior al Kosmos de Humboldt y su autor, el maestro de una generación de jóvenes argentinos en la que, por supuesto, no faltaba Luis Fontana.

      A pesar de que no se leyera, en la Argentina se publicaba. Y mucho. Para enterarse de los avances de la arqueología prehistórica o la arqueología americana, se avanzaba sólo con hojear los diarios. Así La Libertad –probablemente con textos redactados por Zeballos– resumía los resultados y publicaciones de los americanistas, reunidos en Nancy en 1875 y en Luxemburgo en 1877, los avances en la interpretación de los manuscritos mexicanos sobrevivientes a la conquista y la memoria de Théophile Bermondy sobre los grandes y hermosos patagones, los miserables y asquerosos fueguinos y los peculiares araucanos, dedicados especialmente a la agricultura, distintos de los anteriores tanto en lo moral como en lo físico. El Correo Español, por su parte, había publicado varias columnas con un estudio paleontológico sobre aquel “hombre

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