Zoncoipacha. Mariela Tulián
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Actualmente, acciones similares se llevan adelante en diferentes países del mundo y en nuestra región, desde el movimiento denominado Masa Crítica.
Otra acción destacada fue el «Plan Blanco de Rumores», que consistió en difundir rumores creíbles entre los medios de comunicación y la policía para generar pánico y caos social[20].
Si bien estos movimientos sociales parecen haberse disuelto por las persecuciones políticas en 1968, aún quedan en distintas partes del mundo reductos de resistencia con esas formas de actuar, que en algunos casos solo se realizan como método de oposición política desde los medios de comunicación masivos. En definitiva, siguen siendo actos violentos que solo generan más violencia. Nos llama la atención que, a pesar de trabajar en los medios masivos de comunicación, no se percaten de que no es la violencia sino los silogismos los que logran coyunturas sociales, las palabras justas, proferidas en el momento y lugar adecuados. Pero claro, un silogismo debe ser una verdad absoluta para que logre una coyuntura social; debe ser la consecuencia de un razonamiento irrefutable y la derivación de algún tipo de diálogo social. Por lo tanto, un silogismo no puede ser un constructo de los medios de comunicación.
Por todo ello, el reclamo de reivindicación histórica de los pueblos y comunidades indígenas propone una manera diferente de hacer política, diferente incluso de la resistencia no violenta. La defensa de autonomía y autodeterminación de los pueblos, protegiendo el territorio de los saqueos a sus recursos naturales y, por sobre todas las cosas, impidiendo el desmantelamiento de nuestras culturas milenarias, implica mucho más. Lo que no pone en peligro en absoluto la soberanía de las naciones que hoy se crearon sobre nuestros territorios ancestrales.
Nuestra resistencia, que indudablemente está teñida de las distintas maneras étnicas de ser, comunicar y sentir, no concebimos que pueda compararse con otras formas sociales de resistencia porque, fundamentalmente, cada vez que un grupo social se ha propuesto una «resistencia no violenta» se ha valido de alguna u otra forma de violencia simbólica. En cambio, los pueblos y comunidades originarios nos planteamos la reivindicación a partir de que los gobiernos terminen por comprender que, al final, después de tanta lucha, los estados no nos incluyeron como ciudadanos de esas mismas patrias que ayudamos a forjar. No nos incluyeron e incluso nos invisibilizaron de distintas maneras y negaron nuestro derecho a existir a través de genocidios que continúan hasta el día de hoy a través de la invisibilización social. En definitiva, «el contrato social» entre los estados y los pueblos originarios jamás fue forjado. Desarrollaremos esta idea más adelante, pero en definitiva la resistencia indígena se basa en pocas palabras, en la lucha por seguir existiendo.
Pensar en estos conceptos sociales tan actuales representa un desafío nuevo para los pueblos originarios, el cual no se presenta por estar lejos de los ámbitos epistemológicos, sino por estar tan cerca de nuestras matrices culturales, por no haber olvidado cosas tan maravillosas como estas palabras del testamento de Chac-Le «[…] Iba triste: esta palabra la inventamos después. Y otras palabras para cosas que no conocíamos, como náufragos y soledad y abandono y nunca más… y odio»[21].
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