Promesa de sangre (versión latinoamericana). Brian McClellan
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Читать онлайн книгу Promesa de sangre (versión latinoamericana) - Brian McClellan страница 12
—Yo lo golpearé en un lugar más bonito que su cara la próxima vez que lo vea tratando de violar a una ciudadana adrana. —El sargento le apuntó con el cigarrillo—. Esto no es Gurla.
—Informaré sobre esto al capitán, señor —repuso Heathlo con desdén.
El sargento se encogió de hombros.
—Heathlo, no lo presiones —dijo uno de los soldados—. Lo siento, sargento. Es nuevo en la compañía.
—Manténganlo a raya —respondió el sargento—. Él será nuevo, pero espero más de ustedes dos. —Ayudó a Ganny a levantarse, luego se tocó la frente con el dedo en dirección a Nila a modo de saludo—. Señorita, estamos buscando al hijo del duque Eldaminse.
Ganny miró a Nila.
—Estaba contigo —dijo.
Nila notó lo aterrorizada que estaba la institutriz. Se obligó a mirar los ojos azules del sargento.
—Acabo de llevarlo a la cama.
—Vayan. Encuéntrenlo —indicó el sargento a los soldados, y ellos salieron de prisa de la cocina. Él se quedó y observó la habitación lentamente—. No está en su cama.
—Tiene la costumbre de deambular —explicó Nila—. Acabo de acostarlo, pero seguramente el ruido lo asustó. ¿Qué está sucediendo? —Aquello no era un accidente. Esos soldados sabían exactamente de quién era esa casa. El sargento había mencionado a un mariscal de campo. Adro solo tenía un hombre con ese rango: Tamas.
—El duque Eldaminse y su familia fueron arrestados por traición —dijo el sargento.
Ganny palideció; parecía estar a punto de desmayarse.
Nila sintió que el estómago se le tensaba. Traición. Acusaciones de esa índole podían hacer que se cuestionara la lealtad de todo el personal. No había escapatoria. Había oído la historia sobre un archiduque, el primo del propio Rey de Hierro, que había complotado contra el trono. Su familia y todo su personal fueron enviados a la guillotina.
—Puedes irte —dijo el sargento—. Estamos aquí solo por el duque y su familia. —Avanzó hacia la cubeta frunciendo el ceño—. Te convendría buscar un nuevo trabajo. De hecho, si puedes, deberías dejar la ciudad al menos durante unos días—. Se puso el cigarrillo en la boca y levantó un par de pantalones de la pila.
—¡Olem!
El sargento giró la cabeza cuando otro soldado entró en la habitación.
—¿Encontraron al niño? —preguntó el sargento y pareció olvidarse de la cubeta.
—No, pero lo mandaron a llamar. El mariscal de campo.
—¿A mí? —Pareció dudar.
—Tiene que reportarse inmediatamente ante el comandante Sabon.
—Muy bien —dijo y apagó el cigarrillo sobre la mesa de la cocina—. Vigila a Heathlo. No dejes que los muchachos maltraten a ninguna de las mujeres. Si tienes que dejarlos saquear un poco para mantenerlos ocupados, hazlo.
—Pero nuestras órdenes…
—Los muchachos incumplirán algunas de nuestras órdenes de una u otra manera. Prefiero que incumplan las que no los lleven a la horca.
—Bien.
Olem echó una última mirada al lugar.
—Tomen todos los objetos de valor que tengan aquí y váyanse —dijo—. El duque tampoco volverá por sus cosas… —Hizo un gesto de saludo hacia Ganny y Nila antes de salir.
“Así que llévense lo que quieran”, pensó Nila.
Ganny le echó una mirada rápida y salió corriendo hacia el vestíbulo. Un momento después, Nila la oyó subir por la escalera de los sirvientes.
Nila tomó la llave del mayordomo del escondite sobre la chimenea y abrió el armario de la platería. Lo que tenía oculto bajo el colchón de su cama no valía ni una fracción de los cubiertos de plata que ahora estaba metiendo en un saco de arpillera.
Esperó hasta que no se oyera a ninguno de los soldados en el vestíbulo y levantó a Jakob de la cubeta. Lo ayudó a quitarse la ropa de dormir y le dio unos pantalones sucios y la camisa de uno de los niños de la servidumbre. Eran demasiado grandes, pero servirían.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Jakob.
—Lo llevaré a un lugar seguro.
—¿Y la señorita Ganny?
—Creo que no volverá.
—¿Y mis padres?
—No lo sé. Creo que querrían que venga conmigo. —Recogió un poco de ceniza fría del rincón de la chimenea y la mezcló con agua—. Quédese quieto —le dijo, mientras le untaba el rostro y el cabello con las cenizas. Lo tomó de la mano, y con el saco lleno de platería robada sobre el hombro, se dirigió a la puerta trasera.
Había dos soldados vigilando el callejón que había detrás de la vivienda. Nila caminó hacia ellos con la cabeza baja.
—Ey, tú —dijo uno de los hombres—. ¿De quién es el niño?
—Mío —respondió Nila.
El soldado levantó la barbilla de Jakob.
—No parece el hijo de un duque.
—¿No deberíamos retenerlo hasta que encontremos al niño? —preguntó el otro.
—El sargento Olem dijo que podíamos irnos —indicó Nila.
—Bien —dijo el soldado—. Pues, entonces, márchate. Será una noche muy larga.
Capítulo 4
Adamat partió del Horizonte y se dirigió directamente a su casa en un carruaje conducido por uno de los soldados de Tamas. Fue un viaje largo, acompañado solo por sus preocupaciones y su desconfianza en sí mismo, a medida que el conductor atravesaba las calles de Adro en el silencio de la noche. Adamat deseó que pudieran ir más rápido. Pero eso no ayudó. El cielo del este había comenzado a aclarar cuando se bajó del carruaje, empujó el viejo portón, atravesó su pequeño jardín y llegó a la puerta principal. Tomó las llaves con torpeza, que se le cayeron de las manos, y luego se detuvo un momento e inhaló profundo.
Había visto cosas peores, se recordó a sí mismo. No sería peor que los disturbios de Oktersehn. Metió con fuerza la llave en la cerradura y la giró; el metal oxidado chilló cuando abrió la puerta, medio de un empujón, medio de una patada.
Subió al primer piso saltando escalones de dos en dos y golpeó cada puerta que iba pasando a medida que avanzaba por el corredor. Llegó a su habitación y abrió la puerta.
—Faye —dijo.
Su esposa levantó