Promesa de sangre (versión latinoamericana). Brian McClellan
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—¿Algo salió mal?
—Perdimos cinco hombres. —Sabon recitó una serie de nombres.
—Que descansen con Kresimir. —Aun mientras lo decía, a Taniel la plegaria le sonó vacía. Hizo una mueca—. ¿Y Tamas?
Sabon suspiró.
—Está… cansado. Derrocar a Manhouch solo es el primer paso. Todavía tenemos que llevar adelante la ejecución, establecer un nuevo gobierno, lidiar con los keseños, con el hambre, con la pobreza. La lista sigue.
—¿Prevé que habrá problemas con el pueblo?
—Tamas prevé prácticamente todo. Surgirán realistas. Sería estúpido pensar que no sucederá, en una ciudad de un millón de habitantes. No sabemos cuántos serán, o cuán organizados van a estar. Tamas te necesita, a ti y a Vlora. ¿No vino contigo?
Taniel echó una mirada hacia Ka-poel. Era la única persona que había en el salón, además de ellos. Había dejado el equipo de Taniel en el suelo y ahora recorría lentamente el lugar, observando pinturas que apenas podían verse en la oscuridad. Llevaba la mochila colgada sobre un hombro.
A Taniel se le tensó la mandíbula.
—No.
Sabon retrocedió un paso e hizo un gesto con la cabeza en dirección a Ka-poel.
—Mi asistente —dijo Taniel—. Es de Dynize.
—Es salvaje, ¿no? —respondió Sabon pensativo—. ¿El Imperio Dynizano finalmente ha abierto las fronteras? Es una gran noticia.
—No. Algunas de sus tribus viven en el oeste de Fatrasta.
—No parece ser más que un niño.
—Ten cuidado de no llamarla “un niño” —dijo Taniel—. Es un poco quisquillosa sobre eso.
—Una niña, entonces —repuso Sabon mirándolo con ironía—. ¿Se puede confiar en ella?
—Le salvé la vida más veces que ella a mí. Los salvajes se toman muy en serio ese tipo de cosas.
—Entonces, no son tan salvajes —murmuró Sabon—. Tamas querrá saber por qué Vlora no está aquí.
—Deja que yo me encargue de eso.
Tamas preguntaría sobre Vlora incluso antes de preguntar sobre Fatrasta. Taniel sabía que sería tonto imaginarse que en dos años las cosas habrían cambiado demasiado. Dos años. Por el abismo. ¿Había pasado tanto tiempo? Dos años antes Taniel había partido hacia el exterior para lo que sería un pequeño viaje a la colonia keseña de Fatrasta. Un tiempo para “calmar los nervios”, había dicho Tamas. Taniel llegó una semana antes de que declararan su independencia de Kez y se había visto obligado a elegir un bando.
Sabon asintió con la cabeza.
—Te llevaré con él entonces.
Sabon retiró el farol de su soporte mientras Taniel levantaba sus cosas. Ka-poel los seguía unos pasos más atrás, mientras ellos avanzaban por los oscuros pasillos. La Casa de los Nobles era un lugar enorme y sobrecogedor. Las gruesas alfombras acallaban sus pasos, por lo que se movían casi como fantasmas. A Taniel no le gustaba el silencio. Le recordaba demasiado al bosque, cuando había enemigos al acecho. Doblaron una esquina y vieron luz proveniente de una habitación al final del pasillo. También voces, que sonaban a gritos de ira.
Taniel se detuvo en la entrada de una habitación bien iluminada, la antesala de la oficina de algún noble. Dentro, dos hombres estaban frente a frente junto a una chimenea enorme. No había ni medio metro entre ellos, y tenían los puños apretados, a punto de comenzar a pelear. Un tercer hombre, un guardaespaldas de mucha presencia y con las facciones golpeadas de un boxeador, estaba de pie a un lado, con expresión perpleja, preguntándose si debería intervenir.
—¡Tú lo sabías! —estaba diciendo el hombre más pequeño. Tenía el rostro rojo y se alzaba de puntillas para tratar de igualar la altura del otro. Se empujó unos lentes sobre la nariz, pero se le volvieron a deslizar—. Dime la verdad, ¿planeaste esto desde el principio? ¿Sabías que adelantarías los planes?
El mariscal Tamas levantó las manos frente a él, con las palmas hacia adelante.
—Por supuesto que no lo sabía —dijo—. Lo explicaré todo por la mañana.
—¡Durante la ejecución! ¿Qué clase de golpe de estado…? —El hombre más pequeño notó la presencia de Taniel y se calló—. Sal de aquí, esta es una conversación privada.
Taniel se quitó el sombrero y se apoyó contra el marco de la puerta, abanicándose con aire despreocupado.
—Pero justo estaba poniéndose interesante —dijo.
—¿Quién es este niño? —le espetó a Tamas el hombrecito.
¿Niño? Taniel miró al mariscal de campo. Tamas no podría haber estado esperándolo esa misma noche, pero no mostró ni un poco de sorpresa. No era un sujeto que exteriorizara sus emociones. Taniel a veces se preguntaba si realmente tenía alguna.
Tamas dejó escapar un suspiro.
—Taniel, me alegro de verte.
¿Era cierto eso? Parecía de todo menos contento. Había perdido algo de cabello durante los últimos dos años, y ahora tenía el bigote más gris que negro. Estaba envejeciendo. Taniel le hizo un gesto leve con la cabeza.
—Discúlpenme —dijo Tamas tras una breve pausa—. Taniel, él es Ondraus el tesorero. Ondraus, te presento al Marcado Taniel, uno de mis magos.
—Este no es lugar para un niño... —Ondraus vio a Ka-poel rondando detrás de Taniel. Entrecerró los ojos—, y una salvaje —agregó. Volvió a entrecerrar los ojos, como si no estuviera seguro de lo que había visto la primera vez. Dijo algo entre dientes.
Tamas lo había presentado como un mago de la pólvora. ¿Eso era todo lo que representaba para él? ¿Tan solo un soldado más?
El mariscal abrió la boca, pero Taniel habló primero:
—Señor, soy un capitán del ejército fatrasto, un Marcado al servicio de Adro, y sé todo acerca del golpe de estado. Puedo matar a un par de Privilegiados a casi dos kilómetros de un solo tiro y lo he hecho varias veces. Estoy lejos de ser un niño.
Ondraus inhaló.
—Ah, sí, Tamas. Así que este es tu famoso hijo.
Taniel se pasó la lengua por los dientes y miró a su padre. “Sí lo soy, ¿no es verdad? Es bueno que se lo recuerdes, Ondraus. Él suele olvidarlo”.
—Taniel tiene derecho a estar aquí —dijo Tamas.
Ondraus observó a Taniel durante un momento. Y su enojo fue reemplazado por una mirada calculadora. Respiró hondo.
—Quiero que me prometas una cosa —le dijo a Tamas. Su voz había perdido