Promesa de sangre (versión latinoamericana). Brian McClellan
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La bala habría acertado en el corazón de la Privilegiada si justo en ese instante esta no se hubiera tropezado. En cambio, le dio en el hombro. La mujer se crispó por el impacto y le gruñó.
Taniel miró a su alrededor. Necesitaba un lugar donde ponerse a cubierto y recargar. A unos quince metros había un viejo depósito de ladrillos. Serviría.
—Hora de irnos —le dijo a Ka-poel. La puso de pie de un tirón y corrieron hacia el depósito.
Por el rabillo del ojo vio que los dedos de la mujer danzaban. Ver a un Privilegiado tocar el Otro Lado era algo maravilloso, si ese Privilegiado no estaba intentando matarte. Con su dominio de los elementos, un Privilegiado habilidoso podía lanzar una bola de fuego o invocar rayos.
Taniel notó que el suelo temblaba. Se pusieron a cubierto detrás del depósito, pero el edificio retumbó. Sintió que un grito se le escapaba de la garganta previendo los poderes que atravesarían la estructura y los destruirían.
El edificio crujió, se movió, pero no explotó. De pronto aparecieron grietas en las paredes, de las que comenzó a salir humo. En el aire se oyó un sonoro bump. Y luego reinó el silencio. Estaban vivos. Algo había interrumpido la hechicería que la Privilegiada había estado a punto de arrojarles.
Taniel miró de reojo a Ka-poel. Exhaló, y sintió que el aire salía tembloroso.
—¿Fuiste tú? —La mirada de Ka-poel le resultó indescifrable. Ella señaló—. Tras ella. Cierto. Vamos.
Taniel corrió hacia la calle cambiando su pistola ya usada por una cargada. Se detuvo un momento cuando vio a Julene y a Gothen corriendo hacia ellos.
Julene estaba como si le hubiera explotado un barril de pólvora en el rostro. Tenía el cabello quemado y la vestimenta ennegrecida. Incluso Gothen tenía una mirada salvaje en los ojos y marcas negras en la camisa, y se suponía que él era inmune a la hechicería. A la espada que tenía en la mano le faltaban unos treinta centímetros de hoja.
—¿Qué abismos han hecho? —preguntó Taniel—. Quedamos en que volverían a buscarme antes de ir por ella.
—No necesitamos que un maldito Marcado se nos meta en el medio —respondió Julene con un gesto grosero.
—Esa Privilegiada no debería haber sabido que estábamos cerca —dijo Gothen, y miró a Taniel avergonzado—. Pero lo supo.
—¿Y eso lo hizo ella? —Taniel señaló la espada rota de Gothen.
El hombre hizo una mueca.
—¡Ay, por el abismo! —Arrojó la media espada al suelo.
—Si nos quedamos charlando aquí, la perderemos —dijo Taniel—. Bien, Julene, trata de flanquearla, yo…
—Yo no obedezco tus órdenes —lo interrumpió Julene inclinándose hacia delante—. Iré derechito a su garganta. —Se ajustó los guantes y salió corriendo por la calle.
—¡Maldición! —Taniel le dio una palmada a Gothen en el hombro—. Tú ven conmigo. —Se dirigieron por una calle lateral hacia la siguiente calle principal, corriendo paralelos a Julene—. ¿Qué abismos pasó? —preguntó.
—La encontramos en una tienda para astrónomos —dijo Gothen entre jadeos mientras corría con las espadas, las hebillas y las pistolas chocándose entre sí con un sonido metálico—. Dimos vueltas a la tienda, bloqueamos todas las salidas y tendimos la trampa. Estábamos preparándonos para entrar cuando todo el frente del edificio explotó. Julene apenas llegó a cubrirse. ¡Yo sentí el calor de la explosión! Eso no debería suceder. Yo tendría que poder anular cualquier aura que ella conjure desde el Otro Lado. Ningún fuego, calor o energía debería poder alcanzarme, pero así fue.
—Entonces es poderosa.
—Muy poderosa —dijo Gothen.
Taniel vio a Julene pasar corriendo por delante de un callejón, por la otra calle. Se detuvo y tomó aire, haciéndole un gesto a Gothen para que frenara. Algo estaba mal. Se volvió.
—¿Ka-poel?
Ella se había detenido en la entrada del callejón. Se llevó un dedo a los labios con los ojos entrecerrados. Señaló hacia adentro de la callejuela.
Taniel le hizo un gesto a Gothen para que fuera primero; él anularía cualquier trampa o hechizo que se les arrojara. Levantó la pistola apuntando por encima del hombro de Gothen. El callejón estaba lleno de desechos; basura, lodo y mierda, y algunos barriles medio podridos. No había nada del tamaño suficiente para ocultar a una persona. El sol del mediodía iluminaba todo el lugar.
—¡Allí! —Gothen se lanzó a correr y Taniel vio movimiento más adelante. Parpadeó tratando de ver con claridad. Era como si la luz estuviera volviéndose sobre sí misma y dejara una pequeña sombra donde pudiera esconderse una persona.
Entonces apareció la Privilegiada. Las manos se le crisparon y las apuntó hacia Gothen, que se preparó para recibir el impacto. El aire resplandeció, distorsionado por un horno de hechicería inminente. Gothen gritó, con las venas del cuello hinchadas. Taniel disparó.
La bala rebotó contra la piel de la mujer como si esta fuera de metal, y salió volando por el callejón sin causar otros daños. La Privilegiada extendió las manos. Gothen se tropezó hacia atrás y cayó al suelo.
En el muro del edificio había asideros construidos para acceder al tejado. La Privilegiada trepó por ellos con la facilidad y rapidez de alguien mucho más joven, y llegó al tejado, ubicado a dos pisos de altura, antes de que Taniel pudiera recargar una de sus pistolas.
Él aspiró un poco de pólvora y subió detrás de ella.
—¡No la pierdas! —le gritó a Gothen. Ka-poel salió corriendo hacia la calle principal para poder seguir el camino de la Privilegiada.
Taniel llegó hasta lo alto de la escalera y subió al tejado. La Privilegiada saltó al siguiente edificio, se volvió y le lanzó una bola de fuego. El trance de pólvora ardía en el interior de Taniel. Veía las auras de su magia, sentía por dónde pasaría la bola de fuego. Esquivó y rodó, luego volvió a ponerse de pie. Ella huyó deslizándose estrepitosamente sobre las tejas de arcilla.
Taniel saltó la siguiente brecha con facilidad. Perdió de vista a la Privilegiada por la inclinación del tejado, pero volvió a encontrarla cuando ella llegó a la cima del siguiente. Le disparó.
La alcanzó una vez más, pero ella no cayó. Fue un tiro certero, directamente a la columna vertebral. Debería estar muerta o, como mínimo, herida y perdiendo sangre, sin embargo apenas tropezó.
Taniel gruñó. Guardó las pistolas y tomó el rifle que llevaba colgado. Le colocó la bayoneta. Lo haría por las malas.
Un mago de la pólvora en pleno trance podía agotar a un caballo. Dos edificios más, y Taniel ya estuvo encima de la Privilegiada. Ella saltó entre dos tejados. Los