Promesa de sangre (versión latinoamericana). Brian McClellan

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Promesa de sangre (versión latinoamericana) - Brian McClellan Los magos de la pólvora

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se alejó y abrió su morral. Trabajó por unos momentos dándoles la espalda. Cuando se volvió, se acomodó el morral en el hombro y asintió con la cabeza enérgicamente. Se tocó el centro del pecho y luego hizo un gesto como si aferrara algo.

      Taniel se abotonó la camisa sonriendo.

      —La tenemos.

      Pararon a un carruaje de alquiler. Ka-poel se sentó con el cochero para guiarlo, y Taniel, Julene y Gothen subieron al interior. Un momento después de que la puerta se cerrase, Julene hizo una mueca de asco.

      —Hueles fatal —dijo—. Preferiría estar bajo la lluvia antes que aquí dentro contigo. Iré de pie en el estribo. —Volvió a salir. Enseguida el carruaje comenzó a avanzar.

      —¿Ka-poel es capaz de rastrear a la Privilegiada con un cabello? —preguntó Gothen después de varios minutos de marcha, con las rodillas demasiado cerca de las de Taniel para su gusto.

      —Es difícil hacerlo solo con un cabello —respondió—. Ayuda si tienes más cosas. La sangre de mi bayoneta, un trozo de uña en la calle (esta Privilegiada se muerde las uñas), una pestaña. Cada pequeña cosa nos guía hasta la siguiente. Cuantas más consigamos, más fácil será encontrarla. Si queremos tomarla por sorpresa, necesitamos su ubicación precisa.

      Taniel abrió su cuaderno de bocetos y lo hojeó, hizo una breve pausa en el dibujo de Vlora metido entre dos páginas y luego siguió hasta encontrar un retrato a medio hacer de la Privilegiada. La estaba dibujando de memoria, pero él era el único de los cuatro que había podido verla de cerca. Gothen observó el dibujo durante unos instantes. Cuando terminó, Taniel cerró el cuaderno con firmeza y volvió a guardárselo en la chaqueta.

      —¿Cómo funciona el poder de Ka-poel? —preguntó Gothen.

      —No tengo ni idea. Nunca la he visto hacer magia. Lo que entendemos nosotros por magia, al menos. Nada de dedos crispados ni de conjurar auras elementales. —Hacía mucho tiempo que había abandonado todo intento de comprender los poderes de Ka-poel.

      Pasó un minuto, y Gothen carraspeó. No miraba directamente a Taniel, pero tenía una sonrisa pícara en el rostro.

      —Julene y yo hicimos una apuesta.

      Taniel se echó una línea de pólvora en la mano y la aspiró.

      —¿Sobre qué?

      —Julene opina que te acuestas con la salvaje. Yo digo que no.

      —No es exactamente la apuesta de un caballero —dijo Taniel.

      —Aquí somos todos soldados —dijo Gothen. La sonrisa se le ensanchó.

      —¿De cuánto es la apuesta?

      —Cien kranas.

      —Ahí va la intuición femenina. Dile que te debe cien.

      —Me lo imaginaba. Los hombres son mucho más fáciles de adivinar que las mujeres. De vez en cuando le echas una mirada de esas, pero incluso en esos casos es más de un gesto de anhelo que la mirada de un amante.

      Taniel le frunció el ceño al quiebramagos y se reacomodó en el asiento, no muy seguro de cómo responder. Si estuvieran entre oficiales, lo retaría a duelo por ese comentario. Allí, sin embargo… como había dicho Gothen, ambos eran soldados.

      —No es más que una niña —comentó Taniel—. Además, estuve comprometido con otra mujer desde antes de conocer a Ka-poel.

      —Ah. Felicidades.

      —El compromiso se canceló.

      —Mis disculpas —dijo Gothen desviando la mirada.

      Taniel se echó otra línea en el dorso de la mano. Hizo un gesto de desdén con la tabaquera.

      —No tiene importancia. —Aspiró la pólvora negra, luego inclinó la cabeza contra el lateral del carruaje. Oyó el golpeteo de la lluvia sobre el techo, el traqueteo de las ruedas sobre los adoquines y los cascos del caballo. Había tantos ruidos para acallar sus pensamientos…

      ¿Dónde estaría Vlora en ese momento? se preguntó. Quizás estuviera llegando a Adopest. A lo mejor ya había estado allí y ya se había ido, enviada por Tamas a cumplir alguna misión. Se había obligado a borrar esa pregunta de su mente en cada momento de silencio que tuvo desde que clavó al sujeto a la pared. El muy petimetre quedó retorciéndose en su propia espada, como una mariposa. ¿Qué había salido mal? Había sido un error ir a Fatrasta de aquel modo. Enredarse en una guerra solo para impresionar a Tamas. La había dejado sola durante demasiado tiempo. El hombre que se había acostado con ella era un mujeriego profesional. No era su culpa.

      Cerró una mano con fuerza y contuvo su ira. ¿Estaba furioso porque amaba a Vlora? ¿O porque otro hombre había mancillado a su mujer? ¿Ella había sido realmente su mujer? No recordaba una época en la que no fuera a casarse con Vlora. Tamas los había mantenido juntos en toda situación posible. Ella era una maga de la pólvora muy dotada, y lo más probable era que sus hijos también lo fueran. Durante años su padre los había animado a estar juntos. De hecho, Vlora había sido la futura nuera de Tamas más que la futura esposa de Taniel. Se tragó ese pensamiento, junto con la satisfacción que le daba la decepción de Tamas. Ahora no tenía que casarse con nadie si no lo deseaba, o encontraría una esposa por su cuenta, no algo arreglado. Quizás Ka-poel. Emitió una risita e ignoró la mirada de curiosidad de Gothen. Tamas se pondría absolutamente furioso si se casara con una salvaje extranjera. El momento de regocijo pasó, y resistió el impulso de abrir su cuaderno y mirar el dibujo de Vlora.

      —Es una parte muy bonita de la ciudad —comentó Gothen, interrumpiendo los pensamientos de Taniel. El quiebramagos sostenía la cortina apenas lo suficiente para mirar hacia fuera. Un momento después, el carruaje se detuvo. Taniel abrió la puerta.

      Estaban en el Distrito Samalí. Un humo espeso flotaba sobre la ciudad; se mezclaba con la llovizna y le irritaba los ojos a Taniel. Reinaba el silencio. La turba había sido reprimida hacía dos días, pero había arrasado con casi todo a su paso. De lo que alguna vez habían sido calles con mansiones majestuosas solo quedaban ruinas en llamas y casas destruidas.

      Excepto aquella. La vivienda tenía tres plantas y estaba construida con piedra gris. Había sido diseñada a imitación de los castillos de antaño, con parapetos y sendas. Los muros estaban ennegrecidos a causa de los incendios de alrededor, pero el edificio en sí parecía intacto. Era fácil darse cuenta del porqué.

      Había soldados en los parapetos. Con los adoquines de la calle habían levantado una muralla de un metro de altura frente a la entrada principal. Más soldados se refugiaban detrás, con los mosquetes listos, y miraban el carruaje recién llegado con hostilidad.

      Taniel se bajó del vehículo. Julene ya estaba de pie, poniéndose los guantes. Ka-poel descendió del asiento del conductor.

      —¿De quién es esta casa? —le preguntó Taniel al cochero.

      El hombre se rascó la barbilla.

      —Del general Westeven.

      Un escuadrón de soldados salió de la mansión y se dirigió directo hacia ellos. Taniel sintió que se le retorcían las tripas. Todos llevaban los uniformes grises y blancos y los sombreros con plumas de los Hielman del rey.

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