Promesa de sangre (versión latinoamericana). Brian McClellan

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Promesa de sangre (versión latinoamericana) - Brian McClellan Los magos de la pólvora

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listo para atravesarle un ojo con la bayoneta. Pero la mujer se soltó y cayó a la calle que había debajo. Él maldijo. Dudó solo un momento y saltó detrás de ella. Cayó en cuclillas junto a la Privilegiada, que ya estaba de pie. Aun en pleno trance, al chocar contra el suelo le dolieron las rodillas y el cuerpo se le estremeció. Reaccionó por instinto y le dio una estocada con la bayoneta. Sintió que daba en el blanco.

      La Privilegiada se encorvó sobre él, con su mano enguantada a solo unos centímetros de la cabeza de Taniel. Tenía el rostro de una mujer avejentada que en otra época había sido muy hermosa, con la piel arrugada y curtida, y patas de gallo en el rabillo de los ojos. Dejó escapar una bocanada de aire, luego jaló con su cuerpo y se liberó de la bayoneta de Taniel.

      —No tienes idea de lo que está sucediendo, niño. —Su voz era un susurro mortal.

      Taniel oyó el tintineo de las armas de Gothen, el quiebramagos llegó corriendo y se puso a su lado apuntando con la pistola.

      Taniel sintió que la tierra retumbaba.

      —¡Al suelo! —gritó Gothen saltando entre él y la Privilegiada.

      El suelo se resquebrajó y se hundió debajo de ellos. Todo el cuerpo de Taniel gritó ante la presión liberada. Se sintió como si lo hubieran metido en el fondo de un cañón y lo hubieran usado como combustible para una explosión. Se le taparon los oídos y se sintió mareado. Su cabeza palpitaba.

      Alrededor de ellos comenzaron a caer trozos de mampostería.

      Cuando el polvo empezó a dispersarse, vio a Gothen aún de cuclillas sobre él, haciendo una mueca. El quiebramagos abrió un ojo. Sus labios se movieron, pero Taniel no podía oír nada. El mundo entero parecía estar temblando. Se puso de pie y miró alrededor. Ka-poel se acercaba entre la bruma. Julene estaba cerca, detrás de ella. Los edificios que antes estaban a su alrededor habían desaparecido completamente, derrumbados hasta los cimientos, con los sótanos húmedos llenos de escombros y nubes de polvo. Había manchas de sangre y trozos de carne entre los restos. Había gente en esos edificios; gente que no había tenido a un quiebramagos para protegerse de la explosión.

      Taniel tomó aire entrecortadamente.

      Julene marchó directo hacia él y lo derribó de un empujón; sus piernas temblorosas no pudieron sostenerlo en pie. Ka-poel se deslizó entre ellos, y su mirada furiosa hizo retroceder a Julene. Pasó un buen rato hasta que Taniel pudo oír lo suficiente para entender lo que gritaba la hechicera.

      —...jaste ir! ¡Dejaste que se escapara! ¡Maldito estúpido!

      Taniel se puso de pie. Con delicadeza, empujó a Ka-poel del hombro y la quitó del medio.

      Julene dio un paso adelante y le dio un puñetazo en el rostro. La cabeza le latigueó hacia atrás. Taniel reaccionó sin pensar: le bloqueó el siguiente golpe en el aire y le retorció la mano. La abofeteó.

      —Déjame en paz. —Se volvió y escupió sangre—. Está muerta. No hay forma de que nadie sobreviva a eso.

      —No lo está. —Julene tenía las mejillas encendidas, pero no atinó a continuar la pelea—. Puedo percibirla. Se escapó.

      —¡La atravesé con setenta centímetros de acero! No saldría caminando de eso.

      —¿Crees que el acero puede lastimarla? ¿Realmente lo crees? No sabes una mierda.

      Taniel respiró hondo para calmarse, y luego aspiró pólvora.

      —Ka-poel —dijo—, ¿sigue viva?

      La joven levantó el extremo del rifle de Taniel con sus pequeñas manos y pasó el dedo por la sangre que había en el filo de la bayoneta. Se lo esparció entre los dedos. Luego de un momento, asintió con la cabeza.

      —¿Puedes rastrearla?

      Ka-poel volvió a asentir.

      Julene lanzó un bufido de burla.

      —Ni siquiera yo puedo hacerlo —dijo—. Ha ocultado su rastro. Incluso herida es más poderosa de lo que te imaginas. Esta condenada niña no puede encontrarla.

      —¿Pole?

      Ka-poel resopló y se volvió. Hizo una pequeña pausa para orientarse y luego señaló.

      —Tenemos un rumbo hacia donde ir —dijo Taniel—. Contrólate y observa cómo lo hace una verdadera rastreadora. —Hizo un gesto hacia Ka-poel—. Adelante.

      Taniel se cubrió los ojos de la lluvia y miró a Julene. La mercenaria estaba de pie por encima de él, con los brazos cruzados y con una sonrisa beligerante que le torcía la cicatriz del rostro.

      —Pasaron dos días —dijo—. Admite que tu salvaje no puede rastrear a esta perra, así podemos salir de esta lluvia y decirle a Tamas que hay un problema.

      —¿Te rindes con tanta facilidad? —Taniel mantuvo la mano en la alcantarilla y trató de no pensar en la sustancia lodosa que le deslizaba por entre los dedos. Las bocas de tormenta acumulaban de todo: desde desechos humanos hasta animales muertos y cualquier clase de basura y de fango que se amontonara en las calles. Durante una tormenta como esa, todo iba a dar a las grandes alcantarillas que había debajo de la ciudad. Esa rejilla estaba obstruida, por lo que Taniel tenía el brazo metido hasta el hombro en el agua de lluvia y la porquería, y lo estaba disfrutando casi tanto como disfrutaba el fastidio constante de Julene—. Sabes que Tamas no te pagará hasta que el trabajo esté hecho, ¿verdad? —le recordó.

      —La encontraremos —dijo Julene—. Solo que hoy no. No con esta lluvia. Ella causó esta tormenta. Lo percibo. Las auras se arremolinan, conjuradas desde el Otro Lado. Enturbian demasiado su rastro, pero una vez que la lluvia haya amainado, yo volveré a encontrarlo.

      —Ka-poel ya tiene su rastro—. Taniel se estiró un poco más, su mejilla rozó el asqueroso charco sobre el que estaba echado. Sintió algo duro, lo apretó con la mano y lo extrajo.

      —Ha estado raspando con las uñas entre los adoquines y te ha hecho escarbar en cada zanja de aquí a… ¿Qué abismos es eso?

      Taniel se puso de pie. El pegote de lodo gris que tenía en la mano parecía las raspaduras de cien botas. Lo sujetó con el brazo extendido, con el estómago revuelto a causa del hedor. Toda la masa estaba adherida a un trozo largo de madera. Succionando y chapoteando, el charco que tenía a los pies lentamente comenzó a drenarse.

      —Un bastón roto, creo —dijo.

      Ka-poel se acercó para examinar el lodo. Lo tocó con un dedo, escrutando toda la masa con la cabeza echada hacia atrás. De pronto sumergió los dedos en el lodo y los sacó apretando algo.

      Julene se inclinó hacia delante.

      —¿Qué es eso? —Meneó la cabeza—. Nada. Niña estúpida.

      Taniel se lavó el brazo en el charco más limpio que pudo encontrar, luego tomó su camisa y su chaqueta de cuero, que sostenía Gothen.

      —Necesitas mejores ojos —le dijo a Julene—. Es un cabello. Un cabello de la Privilegiada.

      —Eso es imposible; encontrarlo entre toda esta mugre. Incluso si fuera un cabello de ella, ¿para qué le puede servir

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