Después de final . Varios autores

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Después de  final  - Varios autores

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      Mattelart, A. y Mattelart, M. (1997). Historia de las teorías de la comunicación. Barcelona, España: Paidós.

      Sennet, R. (1994). Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid, España: Alianza.

      Notas

      1 Resulta interesante, a propósito de la expansión que vive el rock, recordar ciertos pasajes de las historias de Mafalda, del caricaturista argentino Quino. La historia tiene lugar en los sesenta y se hacen muchas alusiones a The Beatles, quienes son presentados como el producto de moda y como un denominador común en el gusto de las generaciones más jóvenes. Manolito, el único de los amigos de Mafalda que no gusta de The Beatles, es marginado por los demás en múltiples oportunidades. Por otro lado, y en lo que se refiere a las barreras del lenguaje, parece interesante notar cómo la no comprensión de las líricas no resulta un obstáculo para el consumo de rock. Basta pensar en los jóvenes de los barrios marginales de Medellín, por ejemplo, que consumen punk, como lo muestra la película Rodrigo D: no futuro, de Víctor Gaviria (1990).

      2 Usamos la expresión masificar para dejar claro que el género no nace en los noventa en Colombia. Desde los sesenta había grupos, como la Banda Nueva, que hacían rock en el sentido estricto del término. Hay varios capítulos de este libro que dan cuenta del fenómeno.

       Ricardo Durán Paredes

      Cuesta trabajo imaginar una antesala peor para alguna década: Colombia vivió en 1989 toda suerte de violencias que tuvieron origen en las guerrillas, en el paramilitarismo, en el narcotráfico e, incluso, en las fuerzas del Estado. Vimos explotar un avión cargado de pasajeros en pleno vuelo, presenciamos un gigantesco atentado contra el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), otro contra la sede del periódico El Espectador, y fuimos testigos de los asesinatos de José Antequera (dirigente de la Unión Patriótica [UP]), Jorge Enrique Pulido (periodista), Luis Carlos Galán (candidato a la Presidencia por el Nuevo Liberalismo), además de ver morir a decenas de jueces, magistrados, militares y policías. Todo esto sin considerar la aterradora cantidad de víctimas que en las regiones iba dejando el conflicto armado.

      Fueron doce meses infernales en los que ni siquiera fue viable el torneo de fútbol profesional colombiano, que no tuvo campeón tras el asesinato del árbitro Álvaro Ortega. Como resulta apenas obvio, en 1989, la esperanza no figuraba en el vocabulario de ningún colombiano, y nuestra música no fue ajena a la tragedia.

      Durante la primera mitad de los ochenta el rock colombiano vivía una especie de letargo que venía desde mediados de los setenta cuando muchos músicos, cansados de tocar sin ver los frutos de su trabajo, decidieron emigrar o dedicarse a la publicidad. Son pocas las grabaciones verdaderamente relevantes de esos primeros años ochenteros, y vienen a la memoria nombres de bandas como Traphico, Nash, Ship y Tribu 3, además de otras que venían trabajando de tiempo atrás, como Génesis, Los Flippers o Compañía Ilimitada. La gran mayoría de estas agrupaciones funcionaba como un reflejo más bien pálido de modelos anglosajones (muchas tocaban versiones y cantaban en inglés) y su impacto difícilmente llegaba más allá de algunas apariciones en Espectaculares JES, el programa televisivo que dirigía y presentaba Julio

      E. Sánchez Vanegas.

      Hacia la mitad de los ochenta los espacios para el rock cantado en español comenzaron a abrirse poco a poco: la radio pública y las emisoras universitarias, así como algunas franjas especializadas de la radio comercial, pusieron a sonar la música que los jóvenes argentinos y españoles venían haciendo en las democracias restauradas en sus países; los lanzamientos de Compañía Ilimitada y Kraken tuvieron buena acogida, y las puertas empezaron a abrirse en un contexto cada vez más favorable; Soda Stereo en 1986 y Barón Rojo en 1987 vinieron a presentarse por primera vez en nuestro país; las grandes marcas, los medios masivos y los políticos vieron que el rock en nuestro idioma traía consigo una gran oportunidad para ganar adeptos entre los jóvenes. Era una oportunidad que no podían dejar pasar.

      Así fue como vimos un auge de apenas un par años en los que, a pesar de la situación de orden público, se realizaron conciertos que convocaban miles de personas de toda índole. Un evento de rock atraía a metaleros, punkeros, rockeros de la vieja guardia y adolescentes de los estratos más altos; no había más eventos, entonces todos terminaban reunidos allí. Una luz roja y una batería parecían suficientes.

      Esa moda, explotada por cadenas de pizzerías, bebidas gaseosas, marcas de ropa y delfines políticos, tuvo su momento cumbre el 17 de septiembre de 1988, con el Concierto de Conciertos. Compañía Ilimitada, Pasaporte, Océano, Los Prisioneros, Toreros Muertos, Franco de Vita, José Feliciano, Yordano y Timbiriche conformaron la extraña nómina de este evento, que tuvo un cierre inolvidable con la presentación del argentino Miguel Mateos.

      Todos los grandes medios estuvieron presentes, el país entero pudo ver allí una gran promesa, y algunos llegaron a creer que el “rock en español” era una verdadera movida cultural, algo más que una estrategia de la radio juvenil. Sin embargo, lo que estaba por venir era justamente el año más espantoso de nuestra historia reciente.

      El año 1989, con sus bombas, masacres y magnicidios, acabó con los eventos multitudinarios. Nadie estaba dispuesto a invertir en un evento que podía terminar en tragedia, ningún padre pensaba dar dinero (o permiso) a sus hijos para que se expusieran de esa forma. El juego se acababa allí, al menos el de los medios y los eventos masivos. La radio comercial prefirió mirar hacia otro lado, había llegado la hora de la lambada y el house de Technotronic.

      Ese era el panorama para bandas como Estados Alterados, Compañía Ilimitada, Pasaporte, Sociedad Anónima, Hora Local o Signos Vitales. Sin embargo, nuestro rock ha sido siempre mucho más que lo que ofrecen las emisoras de FM: en los sectores marginales de Medellín y Bogotá, la música tomaba caminos más difíciles, crudos y descarnados. Se manifestaba a través de sonidos radicales que solo tenían espacio radial en programas especializados con horarios para insomnes. El punk y el metal (en sus distintos géneros) se habían convertido en la segunda mitad de los ochenta en la forma de expresión de miles de jóvenes desencantados. Particularmente en las comunas más pobres de Medellín, muchos de ellos encontraban en la música el único camino para alejarse de las tentaciones que ofrecían el narcotráfico y el sicariato.

      Para bandas como Darkness, La Pestilencia, Neurosis, Pestes, Mutantex, Masacre, Parabellum o Reencarnación, la masividad no parecía posible, por eso, el fenómeno del rock en español no tuvo mayor impacto en sus carreras. Sus conciertos tenían lugar en bares, bodegas o coliseos pequeños; no parecían un blanco interesante para los violentos ni para las grandes marcas comerciales. Su carácter subterráneo les marcaba un camino lleno de adeptos fieles que garantizaron su supervivencia y su relevancia. Para hacerse una buena idea de esto, basta ver Rodrigo D: no futuro, la legendaria película del director Víctor Gaviria (1990). Mientras eso pasaba, las bandas que figuraban en los medios masivos no tuvieron tiempo suficiente para construir públicos sólidos.

      En este panorama, los noventa nacieron dominados por el miedo y la incertidumbre, con un desencanto cada vez mayor para los músicos y la audiencia, pero con la sospecha de que era posible hacer rock colombiano

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