Autorretrato de un idioma. Группа авторов

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Autorretrato de un idioma - Группа авторов страница 20

Autorretrato de un idioma - Группа авторов

Скачать книгу

style="font-size:15px;">      Los dos nombres, ta’y y memby, son muy limpios y naturales, porque la y de que se forman no significa semen, fornicación, ni las demás torpezas que el autor del libelo con maliciosa ignorancia finge. Significan producción de vegetativos, sensitivos y racionales, partes homogéneas y heterogéneas, con semejanza de materia y forma viva, sin relación a semen ni torpezas.

      Tercera conclusión

      Este nombre Tupã, Dios, no significa piques, pulgas ni las sabandijas asquerosas que el anónimo dice, antes es muy limpio y acomodado nombre, que como propio acomodaron a Dios, y es muy probable que por la predicación del apostol Santo Tomé concibieron los naturales este nombre.

      Cuarta conclusión

      Toda aquella gente paraguayense, brasílica y del Marañón, no tuvo jamás ídolos, adoración ni idolatría de que falsamente los calumnia el libelo intentando probar con este a su modo falso, que el nombre Tupã es vil y sucio y como tal lo acomodaron a sus ídolos. Antes es certísimo que estas dos naciones Guaraní y Tupí en cierta manera fueron ateístas

      …

      El manuscrito de 18 páginas está fechado el 8 de septiembre de 1651 y firmado por el padre Antonio Ruiz de Montoya. Se trató de una respuesta vehemente y sofisticada a un libelo anónimo de Agustín de Carmona, secretario por ese entonces del obispo fray Bernardino de Cárdenas. De la denuncia inicial no se conoce hoy más que las consideraciones y referencias que hace el padre Francisco Díaz Taño en su trabajo Demonstración de 1656 y las referencias indirectas y descripciones generales que incluye Montoya en su autodesagravio.

      Antonio Ruiz de Montoya había nacido en 1585 en Lima y había sido ordenado sacerdote jesuita en 1606. Llegó al Paraguay en 1612 y desde ese momento se puso a predicar la palabra de Dios en guaraní, ya que, según él, se trataba de una «lengua tan copiosa y elegante que con razón puede competir con las de fama».2 Esta frase se repetiría una y otra vez en los distintos elogios y las distintas querellas de las épocas de las misiones hacia la lengua indígena. Montoya partió hacia España en 1637 con el objetivo de persuadir a la corte de que diera licencia a los indios para poder portar armas de fuego y así hacer frente a los bandeirantes paulistas. En su estadía en Madrid, publicó el Tesoro de la lengua guaraní (1639), el Arte y Bocabulario de la lengua guaraní (1640) y el Catecismo de la lengua guaraní (1640). Murió en su Lima natal, unos meses después de la fecha consignada en la Apología, el 11 de abril de 1652.

      El contexto de esta vida (y de esta Apología) está signado por el desarrollo político de las reducciones. La «Provincia Jesuítica del Paraguay» se fundó en 1607. Para la década de 1610 ya habían sido creados colegios en numerosas ciudades de la región y la expansión fue asombrosamente rápida, lo que intensificó tensiones con la corona española que defendía la sujeción del clero al rey. Los jesuitas, como se sabe, fueron expulsados de la región en 1768, después de más de diez años de conflictos con las coronas ibéricas, acusados de haber impulsado la guerra guaranítica y de fomentar la conspiración contra los poderes establecidos. El tema de la lengua no estuvo ajeno en todo este devenir.

      Es que este sistema misional se había interesado por el estudio de la lengua guaraní y la acción concertada sobre esta, tanto en el nivel de lo que hoy llamaríamos «estatus» (existía cierta oficialización de esta dentro de las fronteras de las reducciones) como en el equipamiento. Es decir, la lengua indígena oral fue estandarizada y transformada en lengua escrita mediante instrumentos lingüísticos tales como gramáticas y diccionarios. En todo este período se produjeron, además de los de Montoya, un conjunto vasto de textos literarios, religiosos (catecismos y sermonarios), políticos e históricos.

      Uno de los rasgos distintivos de este proceso estuvo dado en el vínculo del misionero con la lengua vernácula. A partir de la obra de frailes franciscanos como Luis de Bolaños, los jesuitas habían avanzado hacia el vital dominio de la lengua guaraní. Los religiosos pretendían así contrarrestar las dificultades presentadas por la predicación a través de intérpretes, y evitar una influencia comprometedora de los mismos sobre los indígenas. Era necesario contar con textos doctrinales bien traducidos y conocer suficientemente la lengua.

      Los jesuitas solían exaltar el valor del guaraní y tenían una posición contraria a la de otros emisarios e invasores coloniales que justificaban la imposición de la lengua europea atribuyendo pobreza léxica a la lengua amerindia. Para ellos, el guaraní se bastaba a sí mismo tanto para la vida social como para la vida religiosa. Por otra parte, con un razonamiento más ligado a cierto idealismo y menos a la eficacia política y religiosa, los jesuitas consideraban la lengua guaraní como una huella del pensamiento puro, original y primitivo.

      La transformación pretendida por los misioneros suponía un cambio total, del hombre salvaje al hombre reducido. Según la definición clásica que da el Padre Montoya en su Conquista espiritual, la reducción representa una empresa religiosa y una realización sociocultural que subvirtió eficazmente (mientras duró) las prácticas y tradiciones guaraníes. Un proceso similar se buscaba con la lengua guaraní a través de una escritura, una gramática y un diccionario. Fue el padre Diego de Torres Bollo, a quien se deben las instrucciones que fijaron las grandes líneas de organización de las reducciones, el que aplicó para este proceso la noción de reducción de lengua: «[El padre Bolaños] es la persona a quien se debe más en la enseñanza de lengua de los indios [guaraní], por ser el primero (que) la ha reducido a arte y traducido en ella la doctrina, confesionario y sermones».3

      Una de las obras paradigmáticas de este tiempo —de hecho el más extenso de los documentos preservados— es justamente el Catecismo de la lengua guaraní del padre Antonio Ruiz de Montoya. El modelo que sigue es el de un texto bilingüe tradicional, en este caso a dos columnas, como se ve en la figura de más abajo, la izquierda en guaraní y la derecha en español. Asimismo, se corresponde con el modelo dialógico, una estructura fundamental de la narrativa histórica indígena e integrada por parte de los jesuitas, lo que habría derivado en lo que Brignon ha llamado un género didáctico plurifuncional.

      El texto fuente español es el clásico del padre Jerónimo Martínez de Ripalda, también jesuita, publicado en 1618. Si comparamos uno y otro, el de Ripalda y este de Montoya, podemos ver que hay una correspondencia casi plena. Decimos «casi» porque el alcance de esa no totalidad está dado en pequeñas modificaciones de Montoya como, por ejemplo:

Image

      Imagen 1. Catecismo de Ripalda.

Image

      Imagen 2. Catecismo de Montoya

      Esta operación de Montoya se realiza a partir de una suerte de traducción recíproca, ya que cuando le resulta necesario no fuerza el guaraní al molde castellano, sino el castellano al molde guaraní. En Un catecismo bilingüe en guaraní y en castellano Melià, al analizar este procedimiento, reconoce al menos tres pasos esenciales:

      –el uso de las palabras de la lengua que corresponden por analogía al concepto o noción del nuevo texto que se está creando;

      –cuando estas no se hallan, la creación de neologismos, lo que requiere un conocimiento profundo de los elementos de la lengua que entran en juego, ya que se intenta hacerle decir lo que en ella nunca se había dicho;

      –por último, la adopción de palabras de la otra lengua, que se supone arraigarán, una vez aceptadas, en el nuevo lenguaje, y se convertirán en propia lengua.

      Claro

Скачать книгу