Autorretrato de un idioma. Группа авторов

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de este no solo gozará la Española, pero también todas las demás, que con tanta codicia procuran deprender nuestra lengua, pudiéndola agora saber de raíz, desengañados de que no se debe contar entre las bárbaras, sino igualarla con la latina y la griega, y confesar ser muy parecida a la hebrea en sus frasis y modos de hablar.

      Elevar la lengua española a la altura de las lenguas clásicas da cuenta del peso que tenía el español en el orbe. En efecto, el español comenzó a ser una lengua de interés y estudio y empezaron a publicarse en Europa diccionarios y gramáticas del español para enseñarlo a los extranjeros, «el español se volvió una lengua que cualquier europeo culto debía saber hablar»,15 afirma Lara al momento de hacer referencia al siglo XVII. Estas gramatizaciones tendrán una función absolutamente utilitaria, tal como afirma Navarro de Arroita en su carta, paratexto del Tesoro: «desta obra se ha de seguir gran utilidad y honor a la nación española», «y así vengo a la obra de v.m. la cual creo que emprendió v.m. con celo grande de la utilidad y honra de España». Por esta razón es que algunas de las grandes obras lexicográficas bilingües o etimológicas del XVII hayan tenido a Covarrubias como fuente: autores como Gilles Ménage, Cesar Oudin, John Misheu y Lorenzo Franciosini fueron absolutamente tributarios de la obra del toledano.16

      Insistimos que en Covarrubias se une el espíritu religioso y católico del contrarreformista censor de la Inquisición, por un lado, y el racional halo aristotélico que busca un conocimiento profundo de la realidad toda y de la lengua en particular, por otro lado. Sin embargo, y en esto parafraseamos a Maravall, no encontramos un racionalismo propiamente tal en su obra, sino que encontramos procesos parcialmente racionalizados. De allí las críticas que llevaron a cabo los contemporáneos al Tesoro, como el mismo Quevedo, para quien el Tesoro es en «donde el papel es más que la razón; obra grande y de erudición desaliñada».17 Justamente, los datos de la recepción de la obra hablan por sí mismos: el Tesoro no se volvió a publicar sino sesenta y tres años después de su primera edición, con las discutidas y criticadas adiciones del religioso flamenco Benito Noydens y no tuvo su merecido homenaje hasta el siglo XVIII, en la pluma de los primeros académicos. Sin embargo, los elogios no van por la línea del trabajo etimológico, sino por la aportación lexicográfica que Covarrubias hizo. En efecto, la riqueza de esta obra radica en la cantidad de voces allí definidas y explicadas. Según los cálculos que suman la lematización, así como la información vertida en la microestructura y en el Suplemento, el total asciende a las veinte mil entradas, número único en cualquier obra lexicográfica a la fecha. Por ello es que Manuel Seco trató a Covarrubias de un outsider, al igual que su contemporáneo Cervantes. Sin embargo, lo tenemos como la figura emblemática al momento de pensar en las gramatizaciones del XVII y como un personaje lingüístico interesantísimo: un religioso empapado de humanismo, con las tensiones características de un manierista, quien en el otoño de su vida nos regaló una obra absolutamente barroca.

      1Texto transcrito de la edición en línea del Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española (NTLLE) de la Real Academia Española (https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico). Esta, a su vez, es una reproducción del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española, O-73. Asimismo, todas las referencias a los paratextos que se citan en el comentario son transcritos de esta edición. No están numerados.

      2En Hauser 2002 [1962]: 460.

      3Cfr. Elliott 1992.

      4Martínez 2016: 58.

      5Cfr. Sánchez Herrero 2008: 187.

      6Hauser 2002 [1962]: 536.

      7Lara 2013: 335.

      8Hauser 2002 [1962]: 506.

      9Maravall 1986 [1975]: 137.

      10Seco 2003 [1987]: 185.

      11Carriazo y Mancho Duque 2003: 216.

      12Malkiel 1996 [1993]: 16.

      13Carriazo y Mancho Duque 2003: 223.

      14Sáenz-Badillos 2004: 348.

      15Lara 2013: 334.

      16Carriazo y Mancho Duque 2003: 230-231.

      17Quevedo 2007 [1626]: 319.

      5. Quijote, de Miguel de Cervantes (1615)1

      Comentario: Miguel Martínez

      Capítulo LIIII Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna

       Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna

      […] Dejémoslos pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos a acompañar a Sancho que entre alegre y triste venía caminando sobre el rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo.

      Sucedió, pues, que no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno (que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba) vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos con sus bordones, de estos estranjeros que piden la limosna cantando, los cuales en llegando a él se pusieron en ala y, levantando las voces, todos juntos comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, si no fue una palabra que claramente pronunciaba «limosna», por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de muy buena gana y dijeron:

      —¡Guelte! ¡Guelte!

      —No entiendo —respondió Sancho— qué es lo que me pedís, buena gente.

      Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que le pedían dineros, y él, poniéndose el dedo pulgar en la garganta y estendiendo la mano arriba, les dio a entender que no tenía ostugo de moneda y, picando al rucio, rompió por ellos; y al pasar, habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él y, echándole los brazos por la cintura, en voz alta y muy castellana dijo:

      —¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis brazos al mi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza? Sí tengo, sin duda, porque yo ni duermo ni estoy ahora borracho.

      Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre y de verse abrazar del estranjero peregrino, y después de haberle estado mirando, sin hablar palabra, con mucha atención, nunca pudo conocerle; pero, viendo su suspensión el peregrino, le dijo:

      —¿Cómo y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?

      Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y finalmente le vino a conocer de todo punto y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello y le dijo:

      —¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime quién te ha hecho franchote y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura.

      —Si

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