Autorretrato de un idioma. Группа авторов

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que llaman mutas, divididas en tres clases, tenues, medias y aspiradas. También se mudan las demás y unas vocales en otras y todo esto está advertido por algunos autores modernos que han reducido nuestra lengua a método, haciendo arte de Gramática Española. No se debe nadie escandalizar de que las dicciones de este mi libro se escriban como suenan, sin guardar la propia ortografía, pues esto se enmienda luego inmediatamente en el mismo discurso. Pongo por ejemplo, Philipo, no se ha de buscar en la letra ph sino en la f. Gerónimo en la G. y no en la H. Tema en la T. y no en la th, et sic de caeteris. Por satisfacer a todos, siendo deudores a los sabios y a los que no lo son, en el discurso de algunas etimologías, no solo se traen las legítimas y verdaderas, pero a veces las vulgares introducidas por los idiotas. Los vocablos que no se hallaren en la letra z, búsquense en la ç y muchas de la f. en la H. Y, al contrario, como fidalgo, hidalgo. La letra V. se divide en la vocal y en la consonante, lo demás se advierte en cada dicción. Yo pido con toda humildad y reconocimiento de mi propio saber, que todo aquello en que yo errare, se me enmiende con caridad y se me advierta para otra impresión.

      …

      En 1611 aparece en Madrid el Tesoro de la lengua castellana o española, trabajo de Sebastián de Covarrubias y Orozco, quien se presenta como «Capellán de su Majestad, Mastrescuela y Canónigo de la Santa Iglesia de Cuenca y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición». La obra va dirigida a Felipe III, se tasó en 1730 maravedíes y se imprimieron mil ejemplares. Covarrubias está hacia el final de su vida, puesto que dos años después de aparecer su Tesoro fallece, septuagenario, en Cuenca. Su diccionario corona el final de una vida dedicada al estudio. Es un escritor tardío, podría decirse, de quien se conservan solo dos obras: su Tesoro y Emblemas morales, publicado un año antes, en 1610. Él mismo afirma, en su carta a Navarro de Arroita, presente en los paratextos de su Tesoro, que no tiene «ni edad ni salud para andar caminos». Es interesante, por lo demás, el tiempo en el que vivió Covarrubias: nació en los últimos veinte años de reinado de Carlos I; fue testigo, a su vez, de todo el esplendor de Felipe II y fue espectador de los primeros años de reinado de Felipe III. Tenemos, por lo tanto, a un intelectual que creció con los vientos renacentistas a su favor, maduró con la tensión manierista y su ocaso, el que coincide con su producción escritural, se correspondió con el barroquismo imperante. Todo ello, creemos, se puede, a su vez, ver reflejado en su Tesoro.

      En pleno poderío de Carlos I, en el crítico momento previo al Concilio de Trento, Arnold Hauser describió el Toledo natal de Covarrubias como «la tercera capital de España de entonces y centro de la vida eclesiástica»,2 después de Madrid y Sevilla. Justamente: Covarrubias nació en 1539, en un ambiente empapado de contrarreforma y en un reino en donde la concentración de gastos se volcó siempre allende las fronteras peninsulares. En este contexto, empero, por los procedimientos administrativos específicos de esa monarquía compuesta de los Habsburgo,3 así como por las redes territoriales y los espacios sociales, se generó la mayor parte del discurso renacentista sobre la lengua. Este discurso fue posible gracias al apoyo fundamental de la industria de la imprenta y se materializó en la producción, en palabras de Martínez, de «textos vernáculos sobre la lengua española».4 Este panorama no se había visto antes e hizo aflorar una serie de estudios variopintos relacionados, sobre todo, con el léxico. Es un momento de marcada renovación de las tradiciones discursivas y del asentamiento del español como lengua imperial, aspecto que se acrecentará con los años y se concretará con la máxima expansión del Imperio, en tiempos de Felipe III. Esto lo constatamos en los paratextos del Tesoro, cuando el censor Pedro de Valencia, cronista del rey, afirmaba: «y por ser conveniente que de la propiedad, pureza, y elegancia de una lengua se escriba en el tiempo que ella más florece, me parece se debe dar licencia y privilegio que se pide para imprimirlo».

      Sebastián de Covarrubias tenía 17 años cuando asumió Felipe II, en 1556. De esa fuerza centrífuga con la que Carlos I quiso reforzar un imperio y en donde abusó de las arcas españolas para malconseguirlo, Felipe II representa esa fuerza centrípeta en donde la monarquía universal se convierte en monarquía hispánica y católica. De esta forma, Madrid y El Escorial se instalan como las sedes permanentes del imperio y el castellano como la lengua de Felipe II.5 Para Hauser, Felipe II «era un príncipe progresista que quería introducir los logros del absolutismo, el sistema del Estado centralizado y un racional orden en la administración financiera».6 Sin embargo, empieza con su reinado la decadencia del Imperio, sobre todo por su inmensa extensión. En efecto, el Imperio dio lugar a la formación de cuerpos y prácticas de gobierno locales, autárquicos, algo esperable por la lejanía de la capital y con un rey encerrado en su palacio. La Contrarreforma, a su vez, hacía estragos, partiendo por el propio rey, católico furioso e intransigente. El modus operandi del rey con el que Covarrubias se hizo adulto es el de la censura al pensamiento: se confiscaron y quemaron libros contrarios o críticos al credo católico, se controlaban los libros que iban a imprimirse y se extremaron las medidas de control de los libros extranjeros que se importaban. Asimismo, se prohibió la lectura de la Biblia y se minimizó el estudio del árabe y hebreo, entre otras medidas. Aunque se declaró la bancarrota al menos tres veces durante el reinado de Felipe II, la riqueza procedente de América alcanzó valores históricos y al término de las guerras italianas en 1559, la Casa de Austria se transformó en la primera potencia mundial. A su vez, a diferencia de Carlos I, quien aprendió la lengua española de adulto, Felipe II se sentía profundamente español. En este contexto es que Covarrubias transitó a Salamanca, en donde estudió y se ordenó como sacerdote y terminó siendo capellán del rey.

      Cuando nuestro lexicógrafo tenía 59 años asumió Felipe III, en 1598. Es este el periodo en que Covarrubias empezó a redactar su obra. En el que es conocido como el primer reinado de un Austria menor, tenemos la máxima expansión territorial y a un rey «más interesado en las artes, en especial la pintura y el teatro, y en la cacería».7 Asimismo, se impuso, a diferencia de los dos reinados anteriores, un periodo de paz conocido como la Pax hispánica. En este ambiente se desencadena una especial crisis secular que Covarrubias no verá en su cenit, al fallecer en 1613. En efecto, entre 1606 y 1650 se reducen las remesas que llegan desde América hasta en un 60%, a causa de la creciente autosuficiencia de la economía americana, la crisis de la marina española (que ya venía arrastrándose del reinado anterior), el costo de mantenimiento de las flotas, el contrabando y el desarrollo de la piratería, propiciados por Francia, Holanda e Inglaterra. Sin embargo, es este el periodo en donde por primera vez se concentran las obras relacionadas con la lengua española. Justamente, a pesar de la crisis política y económica, la vida literaria tomó un peso sin ribetes; desde las reflexiones centradas en la lengua propiamente tal, tenemos a Mateo Alemán quien publicó en México su Ortografía en 1608 y allende el Atlántico, Juan de Hidalgo (seudónimo de Cristóbal de Chaves) su Romance de germanía (1609) y Gonzalo Correas su Vocabulario de refranes (1627) y su Arte grande de la lengua española castellana (1626). No está solo Covarrubias en esto, entonces, pues formaba parte de un nutrido y destacado grupo de intelectuales que están pensando en la lengua española.

      Sin embargo, los espacios para desarrollar el saber no eran los idóneos en tiempos de Felipe III. En efecto, el espacio intelectual poco podía dar de sí para estudiantes y pensadores, con una Contrarreforma que seguía viento en popa. Justamente, en una Europa en donde empieza la ciencia experimental, España pierde contacto con el exterior: en las universidades se imponía el aristotelismo, en conjunción con la concepción católica del mundo. Hay algo que se destaca, en efecto, al comenzar a leer las líneas que Covarrubias dedicó al lector de su Tesoro: «Entre otras muchas cosas con que el hombre, animal racional, se diferencia de los demás que carecen de razón, es ser sociable, calidad propia suya». Justamente, el discurso se enmarca con una reflexión aristotélica, reacción, creemos, esperable dentro de ese contexto de inestabilidad social, algo que bien lo describe Hauser, en donde el hombre manierista, «factor pequeño e insignificante en el nuevo mundo desencantado» adquiere un sentimiento de confianza en sí mismo y «La conciencia de comprender el Universo, grande, inmenso, implacablemente

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