Historia crítica de la literatura chilena. Группа авторов

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      Por medio de los impresos volantes o de fácil manipulación, esa audiencia se podía enterar de los acontecimientos, adherirse a ellos o sentir que formaba parte de una comunidad que se conformaba en la oralidad, en la lectura en voz alta al estilo de los bandos y proclamas reales, o leída en forma de cartel pegado en los muros de las iglesias. Convocados por un llamado a viva voz, reunidos con otros pasantes, esos oyentes podían comenzar a pensarse a sí mismos como «pueblo» en un sentido religioso, es decir, como una comunidad de hermanos, habitantes del mismo terruño y con una misma fe en la Patria. Una imagen poderosa parece gobernar la escritura de los textos enunciados por un pequeño grupo independentista: voltear el rostro y alzar la voz en un llamado general a la multitud que es redimida de sus características negativas solo si demuestra fidelidad como soldadesca63. Podría plantearse como hipótesis que articular el discurso de la Patria escogiendo el territorio y la fuerza guerrera como sus pilares, permitió «resolver» el problema de la multitud como sujeto político en el espacio público, aunque no en el nivel de lo doméstico y cotidiano, pues era imposible no ver a los mestizos, negros, y mulatos que la conformaban.

      En el marco de las llamadas guerras de independencia, tenemos que este conjunto de representaciones sobre la plebe se enfrenta de manera conflictiva con la necesidad de soldados y de la organización de las elecciones para enviar a los representantes a las Cortes de Cádiz. En 1811, se propuso la idea de organizar un censo, pues no se disponía de ningún dato cierto sobre el número de habitantes a ser representados en el primer Congreso. El Censo de 1813, mandado a realizar en mayo de ese año, tenía objetivos políticos claros. El formulario que se entregó para recoger la información pedía que «Cada comisionado tendrá particular cuidado de instruir a los Individuos del distrito que estas diligencias solo se dirigen a dar su representación y derechos políticos a los pueblos, y a que el Gobierno tenga datos, y noticias sobre que arreglar los objetos de utilidad publica que esta necesitando, y no para servicios, ni contribuciones»64.

      Se iniciaba con el registro de los «objetos públicos»65. Luego se pasaba a «cada individuo de cualquier clase que fuese en esta forma. Pedro Rodríguez, estado, Casado, Edad, de 30, a 50 años. calidad, español, Americano, profesión, chacarero propietario. Comerciante: es capaz de tomar, armas: es miliciano, etc.». Esto se recogería en listas, cuyos datos se pasarían a los «planos según las casillas el numero correspondiente a cada clase. Aunque un individuo se multiplique en varias casillas con relación al estado, y diversas profesiones que ejerce, debe hacerse así, pues el numero individual nunca se multiplica respecto a que hay su casilla particular de población». A la vuelta del plano de distritos se debía poner el número de artesanos por cada profesión y lo mismo en las provincias.

      Se trataba de tener datos básicos para organizar ejército, economía, y proyectar las riquezas entre las cuales se incluía un valor nuevo: los oficios. Incluso en el formulario se olvidó a los artesanos (en el Censo ya impreso se agregaron en hoja aparte). En el ítem «origen y castas» se incluía a «españoles americanos, españoles europeos, españoles asiáticos, canarios y africanos, europeos extranjeros, indios, mestizos, mulatos y negros». «Origen y castas» traduce lo que en el formulario se llama «calidad» y sanciona la distinción entre los nacidos aquí (americanos) y los de allá (españoles).

      El decreto de Bernardo O’Higgins de 3 de junio de 1818, apunta a borrar esa distinción en lo formal:

      Después de la gloriosa proclamación de la independencia, sostenida con la sangre de sus defensores, sería vergonzoso permitir el uso de fórmulas inventadas por el sistema colonial. Una de ellas es denominar españoles a los que por su calidad no están mezclados con otras razas, que antiguamente se llamaban malas. Supuesto que ya no dependemos de España, no debemos llamarnos españoles sino Chilenos66.

      Ordenó entonces que en toda la documentación judicial, parroquial y de «limpieza de sangre» se sustituyese «español» por «chileno», aunque «observándose en lo demás la fórmula que distingue las clases; entendiéndose que respecto de los indios, no debe hacerse diferencia alguna, sino denominarlos Chilenos». Si bien no existen estudios sistemáticos al respecto, solo en 1853 se decretó dejar de utilizar dichas diferencias en los registros parroquiales chilenos (Araya 2010)67.

      Podemos finalmente plantear que la relación entre procesos históricos, huellas escritas de los mismos, y capacidad para imaginar y pensarse rompiendo las fronteras de lo posible –en la que interviene de modo central la literatura–, se encuentra en el centro de lo que podemos llamar sociedad colonial y periodo colonial, más allá de las cronologías que se abren y cierran con la presencia española en América.

       Obras citadas

      Acuña, Constanza (editora). La curiosidad infinita de Athanasius Kircher. Una lectura a sus libros encontrados en la Biblioteca Nacional de Chile. Santiago: Ocho Libros, 2012.

      Anrup, Roland y María Eugenia Chávez. «La ‘plebe’ en una sociedad de ‘todos los colores’. La construcción de un imaginario social y político en la colonia tardía en Cartagena y Guayaquil». Caravelle. Nº 84. 2005, 93-126.

      Araya Espinoza, Alejandra. Ociosos, vagabundos y malentretenidos en Chile colonial. Santiago: DIBAM/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana/LOM, 1999.

      --------------------------. «Registrar a la plebe o el color de las castas: ‘calidad’, ‘clase’ y ‘casta’ en la Matrícula de Alday (Chile, siglo XVIII)». En Araya y Valenzuela (editores), 2010.

      --------------------------. «Imaginario sociopolítico e impresos modernos: de la plebe al pueblo en proclamas, panfletos y folletos. Chile 1812-1823». Fronteras de la Historia. Vol. 16, n° 2. 2011, 297-326.

      --------------------------. «¿Castas o razas? Imaginario sociopolítico y cuerpos mezclados en la América colonial. Una propuesta desde los cuadros de castas». En Cardona, Hilderman y Zandra Pedrasa (compiladores). Al otro lado del cuerpo. Estudios biopolíticos en América Latina. Bogotá/Medellín: Universidad de Los Andes/Universidad de Medellín, 2014.

      Araya, Alejandra y Jaime Valenzuela (editores). América colonial. Denominaciones, clasificaciones e identidades. Santiago: Universidad de Chile/Universidad Católica de Chile/RIL, 2010.

      Araya, Alejandra, Ariadna Biotti y Juan Prado. La Biblioteca del Instituto Nacional y de la Universidad de Chile: matriz cultural de la República de las letras: 1813-1929. Santiago: Universidad de Chile/Archivo Central Andrés Bello/Biblioteca Congreso Nacional/Instituto Nacional, 2013.

      Archivo Nacional de Chile. Guía de Fondos del Archivo Nacional Histórico: Instituciones coloniales y Republicanas. Santiago: Archivo Nacional De Chile/DIBAM, 2009.

      Aurora de Chile, periódico, ministerial, y político. Viva la unión, la patria, y el Rey. Prospecto, con superior permiso. Santiago: Imprenta de este Superior Gobierno, 1812.

      Azúa, Ximena y Bernardita Eltit. «Corregidor Zañartu: autoritarismo y linaje». Estudios Filológicos. Nº 49. 2012, 7-23.

      Barros Arana, Diego. Historia general de Chile [1884-1902]. Segunda Edición. Santiago: Universitaria/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1999.

      Bazán Dávila, Raúl. El patrimonio territorial que recibimos del Reino de Chile. Santiago: Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile de la Universidad de Santiago, 1986.

      Bauer, Arnold. Somos lo que compramos. Historia de la cultura material en América Latina. México: Taurus, 2002.

      Bernand,

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