Historia crítica de la literatura chilena. Группа авторов

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desde este cariz, puede resultar comprensible la reiteración en la bibliografía crítica de otra idea: una que apunta al atraso intelectual y cultural de Chile. Máxima y elocuente expresión de este atraso sería la inexistencia de una imprenta en la gobernación colonial capaz de poner en contacto obras y lectores y de constituir, por esa vía, una opinión pública y una sociedad racional y letrada20.

      Tensionando estos planteamientos, hemos abordado el desafío de escribir una introducción histórica al volumen colonial de esta Historia crítica de la literatura chilena a partir de la asunción –ampliamente reconocida en la bibliografía contemporánea que trata sobre textos, lectores y escrituras– de que impreso, ideas y cultura no son sinónimos y que los procesos de producción simbólica que involucran a la letra desbordan y resignifican dichos términos.

      En esta introducción hemos propuesto una argumentación que articula espacios, actores y prácticas de escritura y lectura. Los tres ejes señalados permiten establecer un contexto que sitúa las coordenadas de la organización política, económica y social desde los sujetos que las encarnan, representan y ponen en práctica, y que las pone en diálogo con un marco espacial que no solo alude a las tradicionales cuestiones de fronteras político-geográficas o político-armadas, sino que pone el asunto del espacio construido como una clave fundamental de la comprensión de las acciones de los sujetos y como objeto que es sustancial a la conformación misma de eso que hoy llamamos Chile. Específicamente para el caso «chileno», este es un tema crucial en la definición de las relaciones con la metrópoli, los financiamientos y los apoyos por la inestabilidad que impone a la política imperial la llamada Guerra de Arauco. Dicho tópico cruza, como lo ha señalado Lucía Invernizzi, «los trabajos y los días» de los conquistadores y de sus descendientes, en sus experiencias y sus discursos (1990). De esta forma, podemos dar cuenta de la relación existente entre los temas que permiten organizar una lectura del periodo y del lugar, y las llamadas «fuentes», en su doble dimensión de «documentos» y de «textos» que pueden ser objetos de análisis e interpretaciones importantes sobre el periodo y sus actores.

      Clave resulta, en tal sentido, una revisión de la inserción de Chile en un contexto mayor. Sometido a las reglas comunes de la cristiandad occidental y del dominio hispano en América, las experiencias históricas que marcan a sus habitantes están a la vez tensionadas por dinámicas mundializadas, regionales y locales que particularizan y otorgan características específicas a dichas experiencias. Chile fue un margen significativo, un borde que resultaba central al dominio colonial hispanoamericano.

      En este contexto, la fijación y circulación de saberes, así como las relaciones de poder –incluyendo las que se organizan en torno a la cultura escrita– permiten identificar y situar a los sujetos en la compleja trama de la constitución de sus identidades.

      Hemos articulado el argumento de este capítulo en dos grandes periodos que tienen como pivote los años en torno a 1655. Un hito central en este recorte lo constituye, evidentemente, el levantamiento general mapuche iniciado en 1655 durante el criticado gobierno de Antonio de Acuña y Cabrera (que se extendió de 1650 a 1666). Significativos en otros planos del proceso histórico son la ocupación holandesa de Valdivia en 1643 bajo el mando de Elías Herckmans; la publicación en Roma de la Histórica Relación del Reino de Chile del padre Alonso de Ovalle en 1646; el terremoto que destruyó la ciudad de Santiago en 1647; y el terremoto y salida de mar de 1657 que arruinó Concepción. Como se verá en el texto, este punto de inflexión también es desbordado por las dinámicas analizadas.

       2. Primera parte: desde los inicios del siglo XVI hasta 1655

       2.1. Espacios: el topónimo, la gobernación y el Chile histórico

      La llegada de la hueste de Diego de Almagro (1475-1538) al valle de Copiapó en 1536 marca el comienzo del despliegue del dominio hispano en Chile y constituye el primer hito en la conformación de la sociedad colonial en estos territorios. Esta afirmación presenta una secuencia significativa de acontecimientos que puede resultar familiar y, por lo mismo, evidente. Contra esa primera impresión, estas ideas merecen ser revisadas.

      Lo anterior por varias razones. Por una parte, porque la hueste que encabezó Almagro para la conquista de la gobernación que le había concedido el rey Carlos I (1500-1558) solo puede entenderse en el marco de dinámicas anteriores. Entre ellas, puede mencionarse la ampliación de los circuitos de navegación y comercio ibéricos a lo largo de todo el siglo XV; el ensayo y establecimiento de las primeras relaciones coloniales con territorios que se reconocerán como distantes y diferentes –que conectaron el Atlántico africano y americano, y luego, América con el Pacífico oriental–; la vertiginosa institucionalización del Imperio hispano y algunas de sus prácticas de conquista y organización espacial y social en contacto con las sociedades mesoamericanas; y el ciclo que conocemos como la conquista del Perú. Con este último nombre se recubre, a su vez, procesos diferentes, como la incorporación del territorio del Tawantinsuyu, y la declaración de la condición de vasallos hispanos de sus habitantes por efecto de acciones militares y de alianza y negociación con las élites gobernantes de dicho Imperio, en el marco de conflictos agudos entre inmigrantes cristianos –a los que con el tiempo conoceremos como españoles– y entre estos y la Corona.

      Pero para comprender las características de la invasión hispana a Chile y del espacio y la sociedad colonial en formación hay que tener también en consideración otra dimensión: la de las sociedades indígenas que ocupaban, porque les era propio, el territorio «descubierto» por Almagro. Acá deben considerarse cuestiones claves, tales como el dominio inka que se impuso en estos territorios varias décadas antes del arribo de los españoles y el despliegue de sus prácticas de interacción con las sociedades que caían bajo su dominio. La incorporación al Tawantinsuyu

      –organizada en torno a un núcleo central que se estableció en el valle del Mapocho– precedió la incorporación al Imperio hispano, y la concepción de los inkas acerca de las redes de circulación, las formas de asentamiento, las prácticas productivas agrícolas, mineras y de fabricación de bienes para el intercambio, modularon también la temprana organización colonial en la gobernación de Chile. Hacia el sur de la cuenca de Santiago, límite meridional del espacio de acción e influencia del Tawantinsuyu, habitaban sociedades mapuche que compartían una misma lengua con las del valle central, aunque se distinguían de estas por una ocupación dispersa del territorio que les era propio en base a unidades socio-políticas que podían ampliarse o fragmentarse según los contextos, en particular el de guerra, lo que marcó también las formas de la primera conquista y colonización. Al este y al sur de estos espacios habitaban otras sociedades, que quedarían durante varios siglos en las fronteras de la expansión y el dominio colonial, con excepción de unos pocos enclaves.

      Algunas palabras sobre el topónimo. Chile, antes de ser Chile, fue la peligrosa y desconocida costa que avistaron en 1519 las naves que acompañaban a Hernando de Magallanes (1480-1521). Sus principales accidentes geográficos fueron bautizados, con evidentes motivaciones taumatúrgicas, como cabo Hermoso, cabo Deseado, cabo las Vírgenes, y puerto de la Concepción. Hoy podemos decir que se trataba de la travesía de un estrecho, posteriormente incorporado a la gobernación de Chile, que permitió cruzar desde el Atlántico al Pacífico y continuar la expedición que sería conocida como la primera circunnavegación del mundo. A la postre, este territorio se incorporó al dominio hispano como parte de la gobernación concedida a Pedro de Valdivia cuando esta se ampliara en 1554.

      Entre ambas fechas –1519 y 1554– ha de ubicarse la gestación de la expedición encabezada por Diego de Almagro hacia el sur del Tawantinsuyu o Collasuyu. Al salir del Cuzco, en julio de 1535, Almagro no parte a «Chile», sino «hacia el Estrecho», a la conquista de la gobernación que el año anterior había recibido de parte del monarca al sur de la jurisdicción otorgada a Francisco Pizarro (Medina CDIHCh, Primera Serie, tomo

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