Primera luz. Charles Baxter

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Primera luz - Charles  Baxter

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al aire libre en el barco mientras se deslizan por las aguas encrespadas), y Hugh respeta los esfuerzos de Larry por pagar todas sus facturas. Un hombre hará cualquier cosa por una mujer de piernas largas con antojos como los de Stella. Y encima tienen una hija de quince años a quien últimamente se ha visto en los asientos traseros de varias motocicletas, abrazada a conductores con gomina en el pelo y campera de cuero negro que cruzan rugiendo las calles de Five Oaks en dirección al bowling y el local de videojuegos. Digna hija de su madre, deseosa de complacer y de ser complacida. Los demonios de Larry empiezan a alborotarse; en los últimos tiempos lo mantienen insomne, y por eso a veces entra tambaleante por la mañana en la concesionaria, con pasos rígidos de muerto vivo y ojos de luna llena.

      Larry se endereza, parece reconocer dónde está, se acerca al lugar donde Hugh permanece de pie y juntos miran por el ventanal.

      —¿Nada?

      —Se acobardó.

      —¿Por qué?

      —Su mujercita vio las especificaciones.

      —¿Y qué?

      —«Demasiado coche».

      —¿Eso es lo que dijo ella?

      —Las palabras exactas de la señora Peterfreund. «Demasiado coche». Me gustaría darle a ella demasiado coche.

      —Yo vi al marido —dice Hugh—. Tiene razón.

      —Lo que yo digo es que hasta un profesor de biología de escuela secundaria puede escapar de su condición.

      —No estés tan seguro —dice Hugh—. Necesitaría mucho más que ese Electra.

      —¿Por ejemplo?

      —Para empezar, una nueva vida.

      Larry se ríe quedamente, un jadeo rítmico con la boca cerrada.

      —Tenía algo de fe en el hombre —dice—. Había empezado a hablar de las opciones. Ventanillas eléctricas y el aspecto de la visibilidad. Llegó hasta esos detalles.

      Hugh asiente. Sigue mirando por la ventana.

      —Hace calor —comenta.

      —Nunca he vendido ningún coche un día con temperatura superior a treinta grados. No es posible. Excepto a las víctimas de accidentes.

      —¿Las víctimas de accidentes?

      —Sí. —Larry hace sonar las monedas que tiene en el bolsillo—. Ya sabes lo que quiero decir. Gente que ha destrozado completamente el querido coche de la familia. Nunca se lo toman con calma ni estudian las distintas posibilidades. No, entran bramando y compran lo primero que ven. ¿Recuerdas a la familia Klingerman?

      —La ranchera LeSabre.

      —La misma. No estabas en la sala de exposición cuando ocurrió. Llegaste el día en que tomaron posesión del vehículo. El viejo Klingerman entró tambaleándose, no, usted discúlpeme a mí, con un collarín ortopédico y un bastón de aluminio que le habían dado en el hospital. Señaló la ranchera con el bastón y dijo: «Me llevo ese». El cable del velocímetro era ruidoso, pero yo no iba a enfriar el entusiasmo del buen hombre. La temperatura en el exterior era de treinta y dos grados; yo ni siquiera tuve oportunidad de hacer una observación sobre el calor ni de preguntarle cuál era su grupo sanguíneo. —Esto último es una referencia a la teoría del casamentero que tiene Hugh acerca de la venta de coches—. Se sentó, sacó la lapicera y el talonario de cheques. Tienes que respetar a un hombre con collarín ortopédico, capaz de extender un cheque por más de diez mil dólares, en una ciudad como esta. Bueno, tal vez no. Las ventas cuando hace tanto calor son impredecibles. No sé. —Sonríe—. Reza por que haya accidentes. No reces por víctimas mortales. Si hay víctimas mortales pierdes a los clientes.

      —¿Cómo está Stella? —pregunta Hugh.

      Al instante le parece una pregunta fuera de lugar.

      —Bien —dice Larry—. Acaba de comprar una consola de video con sonido estereofónico. Alquila películas con más rapidez de la que tenemos para verlas. De amor, de terror, de aventuras, musicales, porno… me resulta imposible estar al día. ¿Cómo está Laurie?

      —Laurie está bien.

      —¿Y las chicas?

      —Como siempre.

      —Viene tu hermana, ¿no?

      —Así es.

      —Con su marido, el marica.

      —Simon no es exactamente marica. Es más complicado.

      —Claro. ¿Cuándo llegan?

      —A tiempo para celebrar el 4 de Julio. No lo sé exactamente. No usan mapas.

      Larry asiente, como si eso fuera lo más natural del mundo.

      —¿Adónde se dirigen?

      —A Minneapolis —responde Hugh—. Simon ha conseguido allá trabajo como actor.

      —¿Y tu hermana qué va a hacer?

      —No lo sé. Tiene un cargo en Buffalo y tal vez vuelva allí porque su hijo va a una escuela privada para sordos que no los obliga a vocalizar ni a leer los labios. Utilizan los sistemas de lenguaje de señas norteamericano e inglés, y Dorsey quiere que siga ahí. Dice que el chico progresa. No sé si a ella le conviene quedarse ahí pero… es su vida.

      —Buffalo —dice Larry, y su tono es un juicio.

      —Ajá.

      Hugh nota un instante de mareo, como si la cabeza se le llenara de helio de modo que, si no estuviera anclado, subiría al techo de la sala de exposición. Mucho café, piensa, y trata de volver al suelo. En el lugar donde se encuentra, el aire acondicionado zumba con ruido apagado, y la mezcla de la música y el pensamiento en su hermana le pone los pelos de punta. Tiene la sensación de que la sala de exposición de Bruckner Buick avanza hacia él y luego retrocede, a la manera de un acordeón.

      —¿Qué te pasa? —le pregunta Larry—. Te has puesto pálido.

      —No lo sé —dice Hugh—. De repente me siento muy mal.

      —Tómate un descanso —dice Larry—. Te aconsejo que te tomes la tarde libre. Puedo ocuparme yo solo de este trajín en la sala de exposición. Y en caso de que no pudiera, Leachman no debe andar lejos. —Leachman es el director de ventas—. Te ves como la mierda.

      —Así me siento —dice Hugh—. Creo que voy a seguir tu consejo.

      Mira su cubículo, contempla un momento los galardones de ventas y se encamina a su coche, pensando en Dorsey y en el defectuoso sistema circulatorio que él ha heredado.

      Una vez sentado al volante, mientras el aire acondicionado le lanza aire tibio (el sistema tiene algún problema) y sintoniza la radio en la emisora comunitaria WFOM, se siente un poco mejor, pero todavía está sofocado de calor. Como no tiene ningún lugar especial adonde ir, toma en dirección a su casa, hacia el norte de Five Oaks. En ese

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