La escritura del destierro. Michelle Evans Restrepo

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La escritura del destierro - Michelle Evans Restrepo Ciencias Humanas

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5A. Francisco de Paula Santander, Cuaderno de notas del general Francisco de Paula Santander durante sus viajes en los años 1829 a 1831 por Hamburgo, Bruselas, París, Londres, Berlín, Dresden, Munich, Florencia, Roma y Génova, 1829

       Figura 5B. Francisco de Paula Santander, “Personas que han visto, i tratado con bondad en Europa al G. F. P. Santander desterrado de Colombia. Años de 1829 y 1830 y 31”

       Figura 6. Honoré Daumier, Soirées parisiennes n. 1, estampa, Museo Carnavalet

       Figura 7. Entrada en sociedad por medio de presentación personal

       Figura 8. Entrada en sociedad por vía diplomática

       Figura 9. Carlos Casar de Molina, Desembarco de un colombiano errante, en Sta. Marta el 17 de julio de 1832, 1832, litografía, colección particular

       Figura 10. Davenport, Dos bandejas para carne que pertenecieron a Francisco de Paula Santander, ca. 1830

       Figura 11. Casa Monastery, Bandeja de pedernal inglés que perteneció a Francisco de Paula Santander, ca. 1830

       Figura 12. 8 piezas de la vajilla del General Santander, fabricación francesa, ca. 1829

       Figura 13. Fabricación inglesa, Samovar que perteneció a Francisco de Paula Santander, ca. 1830

       Figura 14. Poullain Brevete, Mesa de billar que, según la tradición, perteneció a Francisco de Paula Santander, s. XIX

       Figura 15. H. David, Retrato de hombre, ca. 1870

       Figura 16. Autor desconocido, Francisco de Paula Santander, s. XIX

       Figura 17. Academia Colombiana de Historia, David D’Angers, Medalla de Francisco de Paula Santander, 1830

       Figura 18. Francisco Evangelista González, Francisco de Paula Santander, ¿1831?

       Figura 19. Francisco Evangelista González, Francisco de Paula Santander, 1831

       Figura 20. Francisco Evangelista González, Francisco de Paula Santander (reverso), 1831

       Figura 21. Fabricación francesa, Miniatura de la vajilla del General Santander, ca. 1830

       Figuras 22-31. Ilustraciones del Diario

       Figura 32. Nube de palabras más repetidas

       Figura 33. Jean Pierre Marie Jazet (grabador) a partir de Baron Charles Steuben (pintor), Mort de Napoléon Ier (5 mai 1821), [s.f.], grabado

       Figura 34. José María Espinosa, Louis-Satnislas Marin-Lavigne, Rose-Joseph Lemercier, Fallecimiento del general Santander, ca. 1845

       Figura 35. Luis García Hevia, Muerte del general Santander, 1841

       Figura 36. Nodos de confluencia de viajeros, artistas, negociantes y diplomáticos

       A Luis

      —Sire, ya te he hablado de todas las ciudades que conozco. —Queda una de la que no hablas jamás. Marco Polo inclinó la cabeza. —Venecia —dijo el Kan. Marco sonrió. —¿Y de qué crees que te hablaba? El emperador no pestañeó. —Sin embargo, nunca te he oído pronunciar su nombre. —Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia. Italo Calvino, Las ciudades invisibles

      Entre 1829 y 1832, Francisco de Paula Santander purgó una condena extraordinaria: el destierro que le impuso Simón Bolívar como consecuencia de su supuesta participación en la Conspiración Septembrina. El fallido atentado contra la vida del Libertador derivó en el extrañamiento territorial de Santander, medida con la que se le conmutó la pena capital a la que Bolívar originalmente lo había sentenciado. El terrible castigo de la proscripción se convirtió en un fantástico viaje por Europa y Estados Unidos, un paréntesis sin igual en la vida de quien desde muy joven se había entregado al servicio público. Ya fuera en el plano militar, desde que abandonó las aulas del Colegio de San Bartolomé para adherir a la causa de la Independencia, o en el plano político, desde que fue nombrado vicepresidente en ejercicio del poder ejecutivo mientras Bolívar dirigía las campañas del sur, las fricciones entre ambos comenzaron por ese entonces a raíz de las dificultades de Santander para sufragar la guerra que se libraba en Venezuela, Ecuador y Perú, y de las aspiraciones de Bolívar de reproducir en la Primera República de Colombia la constitución boliviana que lo declaraba presidente vitalicio. Santander, de corte civilista y republicano, se opuso a las intenciones autoritarias de Bolívar, quien finalmente abolió la figura de la vice-presidencia y se proclamó dictador en 1828. La conjura contra Bolívar ese 25 de septiembre fue el colofón del proyecto compartido por los “padres de la patria” y, contra todo pronóstico, la caída en desgracia de Santander fue el preludio de su ascenso. El viaje que fue su penitencia terminó convertido en la plataforma de lanzamiento de su regreso triunfal al país, un periodo de su biografía que ha sido opacado en la historiografía por la faceta militar o la del gobernante.

      Harto conocidas esas dos “personalidades” oficiales, la cuestión que me propuse resolver fue: ¿quién es o quién quiere ser el Santander que saca a la luz el viaje a Europa? La pregunta demanda una respuesta en dos sentidos: de una parte, la caracterización del personaje histórico que atravesaba la que en teoría habría de ser la prueba más amarga de su existencia; y de otra, la identificación de la imagen que ese personaje intentó proyectar de sí mismo en su flamante rol de viajero. De un tiempo para acá, el asunto del viaje ha perdido interés por su valor documental para convertirse en un medio a través del cual comprender el proceso de construcción identitaria del viajero. El cambio de dirección coincide con el auge de las investigaciones poscoloniales de finales del siglo pasado, cuando la literatura de exploración y de descubrimiento se convirtió en cantera de análisis de los procesos de dominación. Hoy por hoy las dos perspectivas dominantes en el ámbito académico son el estudio del viaje como práctica y como representación. Entendiendo la práctica como el acto de viajar, y la representación en la doble acepción de visión de mundo y de la plasmación de esa visión en el texto escrito, este libro se propone como una historia cultural del viaje de Santander a Europa. La adscripción a la historia cultural no viene dada por el objeto de estudio o por el uso de categorías analíticas afectas a esa “escuela”, sino por la coincidencia programática, como la define Roger Chartier:

      El objeto fundamental de una historia que pretende reconocer la manera en que los actores sociales dan sentido a sus prácticas y a sus palabras se sitúa, por tanto, en la tensión entre, por una parte, las capacidades inventivas de los individuos o de las comunidades y, por otra, las coacciones y las convenciones que limitan —con más o menos fuerza, según la posición que ocupan en las relaciones de dominación— lo que les es posible pensar, decir y hacer.1

      Por otro lado, la delimitación espacial obedece no solo a la comprensión de que Europa y Estados Unidos eran dos campos culturalmente opuestos a esa altura del siglo XIX, sino porque en el contexto del periplo santanderino Europa era el corazón del viaje, mientras que Estados Unidos era apenas una escala táctica en el camino de regreso a Colombia. La reducción del problema al ámbito europeo repercute en el recorte temporal,

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