La escritura del destierro. Michelle Evans Restrepo

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La escritura del destierro - Michelle Evans Restrepo Ciencias Humanas

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Sierra y Victoria Pineda,15 las descripciones de ciudades son materia central en el relato de viaje de ‘el Prudente’ y en los cuestionarios del Consejo de Indias. Sierra y Pineda coinciden en el origen clásico del retrato de ciudades, tipificado desde antiguo en diversas fuentes retóricas como laus urbium. Ambas investigadoras concuerdan en rastrear las raíces de ese discurso en uno y otro texto hasta el tratado de Menandro (siglo III). En División de los discursos epidícticos de Menandro Rétor, el autor divide el género laudatorio en tres grupos, siendo el segundo sobre el elogio de países y ciudades. Según la preceptiva de Menandro, para el encomio de ciudades se deben considerar sus características físicas, el origen, la población, los habitantes ilustres, etc., conforme un derrotero resumido en el apéndice 2. Seguramente Santander no era consciente de las autoridades que dictaban su escritura, sin embargo, su manera de ver y ordenar el mundo se remonta al tiempo clásico y penetra su campo de representación por vía del uso secularmente repetido de las mismas fórmulas burocráticas por parte de las entidades de control colonial.

      Aunque Santander no fuera consciente del anclaje de sus palabras al sistema de pensamiento identificado con Felipe II, y a través suyo a la retórica clásica, lo que sí suscribía era la importancia de la estadística. Varias veces enfatizó en la necesidad de elaborar un informe estadístico de Colombia,16 en Europa asistió al italiano Adriano Balbi en esa misión17 y en París fue nombrado miembro corresponsal de la Sociedad Francesa de Estadística.18 Sin embargo, no era la estadística como la entendemos hoy, ni la versión inglesa conocida como aritmética política, basada en el cálculo numérico del objeto de gobierno. La estadística que gravita sobre el Diario de Santander es el modelo alemán, de la descripción cualitativa y omnicomprensiva: “Todo lo que tiene de remarcable un Estado, tanto en términos materiales como históricos, filosóficos y jurídicos”.19 Etimológicamente el origen del término es la palabra Estado, y con ese sentido trascendió durante los siglos XVIII y XIX: como el conocimiento del Estado por el Estado. Tal como se aprecia en el apéndice 3, el interrogatorio sugerido por la estadística recuerda nítidamente las preguntas de las Relaciones Geográficas, no por acaso Francisco de Solano las consideró un valioso precedente de esa disciplina.20 Desde el punto de vista epistemológico, el Diario de Santander bebía de ambas fuentes. Un manual de la época explica bellamente el camino para acceder a la verdad: “El arte, mas dificil de lo que parece, de preguntar y responder”,21 un ejercicio dialéctico cuyo filtro principal era la utilidad, aquello que pudiera servir al arte de gobernar, a la llamada “ciencia del gobierno”. Aunque se confesaba neófito en la materia,22 Santander se inspiraba en la ciencia del gobierno, y probablemente en virtud de esa preferencia es que conservaba un libro del mismo título en su biblioteca.23 Al respecto, Mario Germán Romero afirmó: “Avido [sic] de conocimientos, pero de conocimientos que puedan servir a su patria, Santander hace de su permanencia en Europa una especie de maestría y doctorado en la ciencia del gobierno, en el cual había ya dado muestras de sobresalientes conocimientos durante los años que, como vicepresidente, rigió los destinos de Colombia”.24 Sin duda el viaje de Santander fue a la vez hedonista y útil. Al suyo puede extenderse lo que dijo David Viñas del viaje utilitario de Juan Bautista Alberdi. Según Viñas, con el viajero argentino ocurrió una especie de conquista simbólica del Viejo Continente. Alberdi se apropia de Europa por medio de la estadística, la reduce a su mínima expresión, a datos positivos que le permiten domesticar un mundo extraño —tal como hicieron los viajeros ingleses cuando tomaron nota pormenorizada de la realidad argentina para sus propósitos mercantilistas—.25 Santander, como Alberdi, es enciclopédico, sistemático, generoso en informaciones duras que no tienen otro fin más que la utilidad, cuando no la conveniencia pública por lo menos el aprovechamiento personal.

      En síntesis, aun destituido de sus funciones, Santander mantenía la mirada del funcionario y, lo que es más, del funcionario español. En el fondo de sus palabras resuenan los mecanismos de la maquinaria hispánica a pesar de sus esfuerzos por romper con el pasado colonial. Incluso la captura más “espontánea” de la realidad, como la que experimenta el viajero que se topa por primera vez con su destino, está cargada de un gran peso cultural. El lastre de la tradición se refleja en la pulsión escrituraria, la estructura retórica y la pregunta por lo que reporta utilidad. El Diario de Santander se fijaba así a las bases de un imperio en ruinas.

      La retórica del viaje era una forma de expresión utilizada por los naturalistas de comienzos del siglo XIX en el Nuevo Reino, conforme afirma Mauricio Nieto Olarte: “Entre los neogranadinos el viaje es una forma de narrar”.26 No sorprende entonces que, para dar cuenta de las características de su provincia, un autor como José Manuel Restrepo se representara como el viajero que la visita por primera vez: “De la agradable temperatura de este valle se eleva el viagero poco á poco a la cima de la gran cordillera”.27 Cuando el autor encarna el rol del viajero, se arroga para sí las cualidades convencionalmente atribuidas a su personaje en términos de veracidad, confiabilidad y acceso directo a la realidad narrada. No bastaba con ser testigo de los hechos, era necesario dotarlos de la legitimidad que les imprime el contexto del viaje o la voz autorizada del viajero. A través de ese mecanismo, los criollos aspiraban al régimen de verdad que detentaban los relatos de viaje de extranjeros por el Nuevo Mundo.28

      La influencia de la literatura de viajes sobre América es enorme, no solo porque evidenció la magnitud de un territorio en gran parte inexplorado, sino porque reveló a sus habitantes un modelo cognitivo a través del cual representar el mundo: los ciudadanos de las nuevas repúblicas comenzaron a utilizar estrategias textuales similares a las de los europeos que visitaban sus tierras.29 Hasta finales del siglo XVIII, los visitantes no ibéricos tuvieron prohibido entrar en los dominios transatlánticos de las monarquías española y portuguesa; a partir de entonces, y hasta mediados del siglo XIX, se suscitó lo que se conoció como “el descubrimiento de América por los viajeros”,30 una oleada de europeos que se volcó hacia el Nuevo Mundo como consecuencia de las expediciones científicas. El redescubrimiento de América como un continente en estado de naturaleza virgen sirvió a los europeos para justificar su proyecto económico y a los intelectuales latinoamericanos como paradigma alrededor del cual articular su proyecto político.

      El marco de pensamiento que determinó la práctica de los exploradores europeos era la racionalidad científica moderna,31 que guiaba su expedición bajo principios de objetividad y experimentación, apoyados teóricamente en los postulados de la historia natural, y técnicamente en los instrumentos de visión, medición y precisión.32 El nuevo orden científico comportó cambios también en el lenguaje, en adelante el vocabulario para nombrar el mundo se formaría de palabras “lisas, neutras y fieles”, aplicadas a las cosas mismas “sin intermediario alguno”.33 No que en la relación entre la realidad y su designación desapareciera por completo el sujeto, era solo que el observador objetivo se imponía sobre el ser subjetivo.

      La literatura de viajes repercutió en la generación de los “iluminados” criollos activa a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX a través de los textos de Joseph Gumilla, Charles Marie de La Condamine, Jorge Juan de Santacilia y Antonio de Ulloa, entre otros que promovieron el redescubrimiento científico de América por Europa.34 Con todo, el explorador que más impactó el contexto local y que mejor encarna el programa del viaje ilustrado es Alexander von Humboldt, quien arribó a Santafé en 1801 en medio de su travesía por el continente. Según Jaime Labastida,

      […] el discurso de Humboldt posee una clara estructura científica; es el discurso de un sujeto racional, moderno, por el que intenta ampliar el dominio de la naturaleza, que se asume como un sujeto racional, un modelo de comprensión de la naturaleza:

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