La escritura del destierro. Michelle Evans Restrepo

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La escritura del destierro - Michelle Evans Restrepo Ciencias Humanas

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han mencionado y que aún han merecido algún elogio en uno de los parlamentos de la culta Europa?58

      Y a continuación lista los siguientes viajeros, que para mayor claridad acompaño del título del relato que cada uno de ellos escribió: Viaje por la República de Colombia en 1823 (1944 [1824]) de Gaspard-Théodore Mollien; Travels trough the interior provinces of Columbia [sic] (1827) de John Potter Hamilton; Journal of a residence and travels in Colombia, during the years 1823 and 1824 (1825) de Charles Stuart Cochrane; y Colombia: its present state, in respect of climate, soil, productions, population, government, commerce, revenue, manufactures, arts, literature, manners, education, and inducements to emigration (1827) de Francis Hall.59 Quizás porque no conoció la primera edición en alemán no cita Viaje por Colombia, 1825 y 1826 (1981 [1829]) de Carl August Gosselman, el viajero que mejor lo retrata. Y para su fortuna tampoco alcanzó a conocer las Memorias (1994 [1892]) de Jean-Baptiste Boussingault, que no le hacían gran favor; a su respecto dijo el científico francés: “Yo he conservado un recuerdo poco agradable del general Santander”.60

      La voz del viajero tenía tal resonancia que podía despertar la indignación de quien no se resignaba a salir mal representado. Es el caso del relato de viaje de Mollien, que impulsó a Bolívar a escribir una carta a Santander, donde después de felicitarlo malamente por lo que le tocaba se quejó de lo que consideraba una injusticia:

      He visto con infinito gusto lo que dice de Vd. Mr. de Mollien. A la verdad la alabanza de un godo servil, embustero, con respecto a un patriota que manda una república no deja de ser muy lisonjera. El que dice que Vd. tiene talentos rarísimos de encontrarse. Esto es de un europeo que presume de sabio, que le pagan para que acredite a los nuevos estados. Mucho me he alegrado del sufragio que Vd. ha merecido de este caballero. Lo que dice de mí, es vago, falso e injusto.61

      El relato de viaje era, en cierto sentido, escenario de la lucha por la representación. Era usual que el viajero extranjero de visita por el país fuera recibido en audiencia por el jefe de gobierno, que hacía de cada momento en su presencia una oportunidad para proyectar la imagen que más le convenía perpetuar en el papel. Así lo sugiere la teatral aparición de Santander ante Hamilton: “Nos recibió en un trono, bajo una especie de dosel de rico terciopelo carmesí, rodeado por los ministros, oficiales navales y militares y funcionarios públicos de la república”,62 a lo que se seguían numerosas atenciones, entre invitaciones y presentes, de las que el común de los viajeros dejó constancia en sus relatos.

      Santander era un gran embajador de sí mismo y de su país, las consideraciones con los extranjeros eran tanto una estrategia de posicionamiento personal como una política pública de relaciones exteriores. En esos primeros años de vida independiente apremiaba inscribir la república en el “concierto de naciones” y para ello resultaba indispensable la validación internacional, ya fuera a través tanto de la persuasión de los extranjeros en el territorio como de la representación de los colombianos en el exterior. A Santander cupieron las dos funciones63 y en ambas dio muestra de un carácter cosmopolita que sorprendió a europeos a ambos lados del Atlántico. Mientras en el Diario dice que durante su viaje varias veces lo compararon con Napoleón,64 Gosselman, en el relato del suyo, dice que Santander tenía “una categoría más cercana a la de un general europeo que la que se pudiera tener de un vicepresidente suramericano. Aunque no estuvo nunca en Europa, mostraba un conocimiento avanzado sobre ella y uno muy profundo sobre nuestro país”.65

      Ese conocimiento provenía en buena parte de sus lecturas, las de temática europea en su biblioteca eran mayoría, lo que resulta lógico no solo por afinidad sino porque la industria editorial tenía su epicentro en ese continente. En materia de viajes, una de las obras más importantes de su acervo era De l’Allemagne de Anne-Louise Germaine Necker,66 también conocida como Madame de Staël. El libro es una rareza en el patrimonio bibliográfico de Santander, que no tenía otro título de autoría femenina, ni otro en el espectro romántico.67 Se trata, precisamente, de la obra que sienta las bases del romanticismo francés; en ella se exaltan las virtudes espirituales del pueblo alemán en contraste con el materialista ambiente cortesano galo. Sus críticas al régimen de Napoleón le valieron la confiscación de la primera edición de este libro y un largo exilio.

      Dicho ejemplar y los que siguen reflejan el gusto espontáneo de Santander que, por no tratar de sus dominios ni de él mismo como gobernante, he supuesto que eran para el goce personal. En ese grupo se encuentra Voyage en Syrie et en Égypte, pendant les années 1783, 1784 & 178568 de Constantin-François Chassebœuf, también conocido como Volney. El suyo es un relato de viaje científico con tal nivel de rigor que fue usado como guía por Napoleón en su campaña por Egipto. Edward Said dice de él que “es un documento de una impersonalidad casi opresiva”,69 en consonancia con lo antes expuesto sobre la excesiva objetividad de la literatura de viajes de exploración. Volney mismo declaró su intención: “Me he cuidado de no caer en locuras de la imaginación, aunque no soy ajeno a su potencia sobre la generalidad de los lectores, soy de la opinión de que los viajes pertenecen al departamento de la historia, y no al de la novela”.70

      A propósito de ficción, el único relato de viaje novelado en poder de Santander era Voyage du jeune Anacharsis en Grèce vers le milieu du quatrième siécle71 de Jean-Jacques Barthélemy, publicado en Europa con gran éxito en 1788 e introducido en el Nuevo Reino probablemente por José Celestino Mutis, quien poseía un ejemplar. Algunos seguidores del científico gaditano gestionaron la adquisición de sus propios volúmenes,72 trascendiendo el interés hasta los jóvenes próceres de la independencia que buscaban construir sus referentes ideológicos en el espíritu de la cultura clásica73 —por supuesto también hacía parte de la biblioteca de Bolívar—.74 El libro narra el viaje imaginario de Anacarsis a Grecia en el año 636 a. C., trama utilizada por el autor para evocar la civilización helénica, favorita del público francés del siglo XIX. No es raro que fuera el único relato de viaje no referencial en su haber: según se desprende del inventario de su biblioteca, Santander no era muy afecto a la literatura fantástica, prefiriendo títulos de obligada consulta a un jefe de gobierno: “Mucha atención y gran curiosidad en la lectura de ciencias políticas y de historia, es decir, de lo que directa o indirectamente se relaciona con el manejo del Estado, y tan solo con eso”,75 lo que viene a reforzar la apreciación de que era un hombre más pragmático que lírico.76

      Especie aparte son las guías que hoy llamaríamos turísticas,77 de las que Santander tenía una colección nutrida y cuyo uso menciona en el Diario a su paso por Italia e Inglaterra. Se trata de una literatura menor, probablemente adquirida a lo largo del viaje, difícil de identificar por lo anodino del género.78 Los únicos ejemplares individualizados son: Beautés de l’histoire de Paris (1820) de Pierre-Jean-Baptiste Nougaret; Beautés de l’histoire de la Hollande et des Pays-Bas (1823) de François M. Marchant de Beaumont; y A picturesque tour along the Rhine, from Mentz to Cologne: with illustrations of the scenes of remarkable events, and of popular traditions (1820) de Johann Isaac Gerning.79

      Otra tipología conexa al relato de viaje era el “arte de viajar” o ars apodemica. El término hace referencia a una serie de textos preceptivos que reglamentan la práctica del viaje.80 El primer instructivo del viaje letrado es “Of travel” de Francis Bacon. Originalmente publicado en 1597 como parte de Essays civil and moral, no es improbable que se hubiera conocido en la Colombia del siglo XIX, dado que constan otros títulos del mismo autor en los antiguos catálogos de la Biblioteca Nacional. Lo que

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