La rama quebrada. Eileen Lantry
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Norman sintió la impresión del Espíritu Santo de que había llegado la hora de ir a Bellona. Primero pasó por la isla cercana de Rennell para buscar a su joven amigo, Moa, que había traducido el canto “Cristo me ama” al bellonés y al rennellés, que son casi idénticos.
Evidentemente, los aldeanos de Bellona vieron el barco a mucha distancia en el mar. Asombrados, observaron que el barco ancló en una de las bahías sagradas. Inmediatamente, una multitud de aldeanos se reunió en los acantilados altos sobre la playa para ver cómo morían los extraños a manos de su dios héroe, porque pisar esta tierra santa hubiese significado la muerte incluso para un bellonés. Sus ojos seguían maravillados a medida que el hombre blanco, con la tripulación del barco, remaban hasta la orilla y desembarcaban en la playa sagrada. ¿Por qué los reunía en un semicírculo? ¿Por qué se quedaban parados y hacían ese ruido? Podían entender las palabras, pero ¿qué significaba “Cristo me ama”? El temor se convirtió en ira. ¿Esos extraños le estaban pidiendo a su dios que les hiciera daño a ellos?
Para ese entonces, Tiekika y sus hombres habían corrido hasta la roca que dominaba la playa sagrada. Detrás de Tiekika, sus fieles guerreros se agazapaban con lanzas y garrotes.
–Nadie escapará esta vez –gruñó–. ¡Sus cabezas muy pronto estarán colgadas en la casa de nuestro dios!
Entonces escuchó ese extraño ruido. Al no haber escuchado nunca cantar, musitó en un ronco susurro:
–¡Deben estar echándonos una maldición!
La ira y el odio aumentaron en su mente. Sus ojos salvajes vigilaban cada movimiento de los intrusos. Vio que el hombre y la tripulación se arrodillaban en la arena e inclinaban la cabeza. Oyó palabras que no podía entender. ¿Podrían estar orando a sus dioses malignos?
Cuando Norman se levantó de sus rodillas, observó a un anciano y a algunos niños que estaban más adelante en la playa, probablemente buscando almejas.
–Iré solo para ver si puedo hacer contacto con la gente de la isla. Quizá podamos comunicarnos.
Tomó su maleta médica y un libro negro. Se volvió a poner el sombrero y comenzó a caminar hacia donde estaba el anciano, que parecía amigable. Esto lo llevó más arriba de la playa, cerca de la roca alta.
De repente, un grito exorbitante retumbó por toda la bahía. Norman levantó la vista justo a tiempo para ver que un hombre alto y musculoso saltaba de la roca seguido de cuarenta o cincuenta guerreros. Caían parados y corrían velozmente hacia él, con las lanzas preparadas. Norman no tuvo oportunidad de correr, ni tampoco se le ocurrió la idea. Al levantar la vista al cielo y elevar una oración a su Amigo celestial en busca de sabiduría y protección, el misionero solitario supo que podía enfrentar cualquier situación.
Entonces se quitó el sombrero y lo puso sobre la arena. Él sabía que esto sería tomado como un desafío por los guerreros paganos que lo rodeaban. Era costumbre de los isleños que trazar una línea en tierra o colocar un objeto en tierra constituía un desafío. Con el sombrero en la arena, Norman retrocedió como un metro para esperarlos. Intentar huir significaría una muerte segura.
Norman había ido a Bellona para representar a Dios, en quien depositaba su confianza. Él sabía que el diablo huye ante el enorme poder de Dios, así que ahora esperó. Sin aliento, la tripulación y Moa observaban con temor en sus rostros. Si Norman y Dios fracasaban, ellos también morirían.
Entonces la furia demoníaca se apoderó de Tiekika. Traspasó el sombrero, agarró la camisa de Norman y le rasgó la espalda. Luego, su mano fuerte sujetó con fuerza el brazo blanco. ¿Era un espíritu demoníaco o un hombre? Tiekika estrujó los músculos hasta que el dolor, como una antorcha abrasadora, ardió en el cuerpo de Norman. Mientras constantemente elevaba una oración suplicando mucho coraje y fe, Norman esperaba, no el golpe mortal, sino que Dios actuara.
Entonces uno de los hombres de más edad que observaba gritó:
–¡Déjalo vivir!
Tiekika le respondió con otro grito:
–¡No! ¡Él muere!
En ese momento, Tiekika pareció sentir que un brazo más fuerte se apoderó de su brazo y, con una torsión de muñeca, Tiekika sintió poder, como un tiro de karate. Para sorpresa de ambos, el guerrero imponente y musculoso perdió el equilibrio, fue arrojado a la arena y quedó postrado.
¿Un poder angelical sobrehumano había asumido el control? Se oyó un grito seguido de risas de la gente reunida en la ladera. Tiekika se puso de pie de un salto, dio media vuelta y corrió lo más rápido que pudo a lo largo de la playa. Sus guerreros lo siguieron. Desaparecieron en la selva.
Norman sabía que cuando Dios envía un ángel mensajero, el poder divino vence a Satanás. Allí, solo, al saber que había estado en presencia de un ser celestial, Norman sintió que le corrían escalofríos por la espalda y comenzó a transpirar en todo el cuerpo. Lo sobrecogió un inmenso alivio al darse cuenta de que Dios continuaría utilizando su poder para vencer al enemigo en el terrible conflicto entre Cristo y Satanás. Dios había ganado el primer round en la batalla. ¡La victoria llegaría a Bellona!
Norman les hizo señas a los aldeanos que esperaban en el acantilado para que vinieran a reunirse alrededor de él y de la tripulación. Bajo la dirección de Moa, comenzaron a cantar: “Cristo me ama, esto sé...”. Lentamente, los aldeanos comenzaron a llegar. Con profunda simpatía Norman observó las llagas que supuraban y las horribles úlceras en carne viva tanto en adultos como en niños, así que abrió su maletín médico y les brindó atención a los más necesitados. Luego les hizo señas de que se unieran a él para orar de rodillas. Moa tradujo su oración:
–Oh Dios, que hiciste los cielos y la tierra, oro por Tiekika, por sus guerreros y por estos queridos aldeanos, para que ellos sepan que los amas. Oro para que crean en el poderoso Dios cuyo poder y fortaleza es más fuerte que cualquier guerrero o dios demoníaco. Ven a esta isla y trae paz y gozo a cada uno. Oro en el nombre de Jesús. Amén.
Con eso, Norman regresó al barco con la promesa:
–Volveremos.
2 Comienzos, gozos y pruebas
Norman Ferris y sus dos hermanos se criaron en la Isla Lord How, a setecientos kilómetros al noreste de Sidney, Australia. A los niños les encantaba escuchar a sus padres misioneros relatar historias bíblicas como la de Daniel en el foso de los leones y la de David y Goliat. Se emocionaban con cada nueva historia de su campo misionero favorito, las Islas Salomón. Los tres muchachos posteriormente admitieron que estas historias del culto diario influyeron en las decisiones de su vida.
Desde muy pequeño, Norman entregó su vida a Jesús, al recordar las palabras de su padre: “Dios tuvo un solo hijo, y este fue misionero”.
A los 19 años, Norman se inscribió en el curso misionero del Colegio de Avondale, en Cooranbong, Australia, con un único propósito en mente: servir a Dios como misionero en las Islas Salomón. En 1921, a este disperso archipiélago de islas montañosas y largos arrecifes de coral al noreste de Australia solo se podía llegar mediante un vapor desde Sidney y, dependiendo de las condiciones climáticas, el viaje duraba entre