La rama quebrada. Eileen Lantry
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Llena de desesperación y frustración, le escribió a Norman contándole el problema con todo detalle. Él respondió a su carta: “Mi querida Ruby, estoy muy triste por ti, pero estoy feliz de que la pequeña Norma ande tan bien. Tendrás que decidir entre dos alternativas difíciles. Primero, dejar a la bebé con tu hermana Mary, y regresar conmigo hasta nuestro próximo furlough1. Segundo, si no puedes dejar a nuestra preciosa bebé, deberé posponer nuestra obra misionera aquí y regresar hasta donde está mi querida familia. Entiendo plenamente tu problema, pero no creo que sea correcto que yo sea el que te diga qué hacer. Tú tendrás que tomar la decisión. Te amo y estaré orando para que hagas la voluntad de Dios. Te amo, Norman”.
Ruby alzó a su hermosa hijita de cabellos rizados y lloró angustiada.
–¡Ayúdame, Dios! Por favor, muéstrame tu voluntad. ¿Debo dejar a mi querida bebé, o debo regresar al trópico y servirte allí con mi esposo? ¿Cómo puedo dejar a mi preciosa bebé?
De repente un texto bíblico percutió en su mente con toda su fuerza. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37, 38).
Con una intensa lucha, Ruby escogió llevar su cruz y dejar a su preciosa Norma. Sabía que no podría encontrar a nadie mejor que a su hermana Mary para que la atendiera.
El corazón de Ruby casi se quebró cuando el vapor zarpó del muelle. Pero sintió paz al saber que el amor de una madre puede ser egoísta si se interpone en el camino de servir a Dios y el bienestar de su hija. Su sacrificio le parecía poco al considerar que Dios dio a su único Hijo a la raza humana para siempre. Ella sentía urgencia de unirse a su esposo para llevar salvación a las personas que vivían en la oscuridad del paganismo y que si aceptaban el amor de Dios algún día podrían estar más cerca que los ángeles sentados con Dios en su trono.
Lleno de alegría de tenerla de vuelta después de meses de separación, Norman con mucho gusto le devolvió los deberes hogareños a ella. Entre las tareas de ayudar a Norman con la obra misionera, Ruby hacía hermosos vestidos para enviárselos a Norma, y a menudo pensaba en Ana de la Biblia que hacía túnicas para su hijo Samuel. Con gozo le agradecía a Dios por la casita que Norman había construido íntegramente con la madera del aserradero mientras ella estaba en Australia.
Apenas se había secado la pintura de su nueva casa cuando la junta de la Misión les pidió que se trasladaran a la isla Vella Lavella, una isla más pequeña del grupo de Nueva Georgia al noreste de Batuna. Vivirían en una aldea llamada Dovelle. ¿Por qué se los necesitaba allí? La respuesta decía: “Deben ocupar el lugar de la familia Lee, que acaba de perder a su hijito, Noel, debido a una enfermedad. El señor y la señora Lee regresaron a Australia”.
Al llegar a Dovelle, Ruby y Norman inmediatamente comprendieron por qué había muerto el pequeño Noel. Ellos amaban a los afectuosos nacionales, pero odiaban la suciedad extrema de la aldea. Su casa, hecha de material nativo con un techo de hierro y piso de tablas, tenía una cocina aparte. El suministro de agua, acumulada en un tanque de hierro en el techo, constituía un lugar ideal para criar mosquitos anófeles. No solo abundaban los mosquitos, sino que las moscas pululaban por todos lados, alimentándose de excrementos humanos en los arbustos de las inmediaciones. Descubrieron serpientes y ciempiés en lugares inesperados. Su desafío era cómo poder enseñarle a esta querida gente a vivir pulcramente. Si tan solo escucharan y se atuvieran a una higiene sencilla y práctica, podrían evitar la mayoría de las enfermedades.
Ya que ninguna ruta penetraba la selva espesa y las montañas escarpadas, a Norman le encantaba llevar a Ruby en lancha por el distrito de la isla, visitando todos los hogares de las aldeas. En un viaje descubrieron a Nellie y Norman Watkins, a quienes habían conocido como compañeros de viaje en el vapor cuando llegaron a las Islas Salomón. Norman Watkins administraba una plantación de copra, producto de la pulpa seca del coco, que exportaba.
En esa visita, la afectuosa Nellie recibió a Ruby con una amplia sonrisa y le dijo:
–Ruby, veo que estás esperando tu segundo bebé. Tú sabes que el Hospital Metodista es una institución limpia con un buen médico. Y funciona en Munda, a solo ocho kilómetros de aquí. ¿Te gustaría quedarte con nosotros cuando estés en fecha?
–¡Eso sería una gran bendición! Muchísimas gracias. Aceptaremos tu ofrecimiento –sonrió Ruby con gratitud.
Algunos meses después, mientras visitaban el distrito, anclaron su lancha en el muelle de la plantación una semana antes de la fecha prevista para el parto. Como llegaron después de la puesta de sol, decidieron pasar la noche en la lancha y mudarse a la casa de los Watkins por la mañana. Cansados del viaje, Norman y Ruby se fueron a dormir temprano. A eso de las diez de la noche Ruby despertó a Norman.
–¡El bebé está en camino! ¡Vayamos ahora!
Norman despertó al maquinista.
–¡Apresúrate! Debemos ir al hospital inmediatamente.
Una y otra vez el maquinista probó, pero el motor no encendía. Con desesperación, Norman saltó de la cubierta y corrió hasta la casa de los Watkins.
Al oír las palabras: “Ruby está con trabajo de parto”, entraron en acción. Pronto los cuatro se apretujaron en una lancha neumática con motor fuera de borda para hacer los ocho kilómetros hasta Munda en tiempo récord. El dolor de las contracciones le decía a Ruby que el bebé estaba muy avanzado.
Enormemente aliviado de estar en el hospital, Norman siguió a la enfermera y a Ruby hasta su cuarto. Pronto llegó un saludable varoncito, llorando vigorosamente. Lleno de gozo, Norman vio a su primer hijo, al que llamaron Raymond Harrison.
Poco después del nacimiento de Ray, llegó la noticia de que un fuerte ciclón había volado el techo de la casa de la Misión Dovelle. Como sabían que no valía la pena reparar la estructura y que no podrían volver a esa zona con un nuevo bebé, Norman tomó una lancha y empacó las pocas pertenencias que pudo encontrar. Como la isla Nueva Georgia no estaba lejos, regresaron al Colegio de Batuna y frecuentemente visitaban a los creyentes de Lavella.
Como el distrito de Batuna no tenía casa en la que pudiera vivir la familia Ferris, el presidente de la Misión sugirió que Ruby y el bebé regresaran a Australia.
–Como faltan pocos meses para tu furlough –le dijo a Norman– pronto te reunirás con ellos.
Eso hicieron.
En el largo viaje de regreso a Sidney, Ruby oraba con mucha frecuencia y fervor para que Norma la aceptara como su madre. Con alegría se emocionó al ver su hijita robusta pero tímida. La pequeña Norma observaba con curiosidad a esta nueva persona. Mary la tomó de la manito y la llevó hasta donde estaba Ruby, diciendo:
–Mamá, tu mamá.
Pasó solo poco tiempo hasta que el amor se abrió paso. La pequeña Norma lentamente se acercó a ella y levantó las manos. Ruby alabó a Dios cuando Norma la abrazó fuerte. ¡Qué alegría tener a su pequeña en sus brazos!
Pero las continuas altas temperaturas y los días que pasó en cama sufriendo los escalofríos periódicos y la fiebre de la malaria dejaron a Ruby debilitada y anémica. Gradualmente se volvió incapaz de amamantar al bebé Ray. Con el paso de las semanas él no aumentaba de peso. Cuando creció lo suficiente, la papilla de Granose marcó una gran diferencia. Pronto sus enormes ojos azules