Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles
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Si junto a las ideas y a los objetos sensibles se quiere admitir tres intermedios nacen un sin número de dificultades. Porque está claro que existirán también líneas intermedias entre la idea de la línea y la línea sensible; y lo mismo sucederá con todas las demás cosas. Consideremos, por ejemplo, la Astronomía. Existirá otro firmamento, otro sol, otra luna, además de los que percibimos, y lo mismo en todo lo demás que descubrimos en el firmamento. Pero ¿cómo creeremos en su existencia? A este nuevo firmamento no se le puede hacer razonablemente inmóvil; y, por otra parte, es de todo punto imposible que esté en movimiento. Lo mismo ocurre con los objetos de que trata la Óptica, y con las relaciones matemáticas en los sonidos musicales. Aquí no pueden admitirse por idéntica razón seres fuera de los que vemos; porque si se admiten seres sensibles intermedios, será necesario admitir forzosamente sensaciones intermedias para percibirlos, así como animales intermedios entre las ideas de los animales y los animales perecederos. Puede interrogarse sobre qué seres recaerían las ciencias intermedias. Porque si reconocen que la Geodesia no difiere de la Geometría sino en que la una recae sobre objetos sensibles, y la otra sobre objetos que nosotros no percibimos por los sentidos, evidentemente es necesario que se haga lo mismo con la Medicina y las demás ciencias, y decir que hay una ciencia intermedia entre la Medicina ideal y la Medicina sensible. ¿Y cómo admitir semejante hipótesis? Sería necesario, en tal caso, decir también que existe una salud intermedia entre la salud de los seres sensibles y la salud en sí.
Sin embargo, tampoco es exacto que la Geodesia sea una ciencia de magnitudes sensibles y efímeras, porque en este caso perecería ella cuando pereciesen las magnitudes. La Astronomía misma, la ciencia del firmamento, que cae bajo el dominio de nuestros sentidos, no es una ciencia de magnitudes sensibles. Ni las líneas sensibles son las líneas del geómetra, porque los sentidos no nos dan ninguna línea recta, ninguna curva, que satisfaga a la definición; el círculo no encuentra la tangente en un solo punto, sino en muchos, como expone Protágoras en sus ataques contra los geómetras; ni los movimientos reales ni las revoluciones del cielo concuerdan por completo con los movimientos y las revoluciones que dan los cálculos astronómicos; últimamente, las estrellas no son de la misma naturaleza que los puntos.
Otros filósofos admiten asimismo la existencia de estas sustancias intermedias entre las ideas y los objetos sensibles; pero no las separan de los objetos sensibles y afirman que están en estos objetos mismos. Sería obra larga enumerar todas las dificultades de imposible solución a que lleva semejante doctrina. Observemos, sin embargo, que no solo los seres intermedios, sino también las ideas mismas, se darán también en los objetos sensibles; porque las mismas razones se aplican igualmente en los dos casos. Además, de esta manera se tendrán necesariamente dos sólidos en un mismo lugar, y no estáticos, puesto que se darán en objetos sensibles que están en movimiento. Resumiendo, ¿a qué admitir seres intermedios, para colocarlos en los seres sensibles? Los mismos absurdos de antes se producirán una y otra vez. Y así existirá un firmamento fuera del firmamento que está sometido a nuestros sentidos, pero no estará separado de él, y se encontrará en el mismo lugar; lo cual es más inadmisible que el firmamento separado.
Parte III
¿Qué debe concluirse, a propósito de todos estos puntos, hasta llegar al descubrimiento de la verdad? Numerosas son las dificultades que se levantan.
Las dificultades relativas a los principios no lo son menos. ¿Habrán de considerarse los géneros como elementos y principios, o bien este carácter es propio más bien de las partes constitutivas de cada ser? Por ejemplo, los elementos y principios de la palabra son al parecer las letras que concurren a la formación de todas las palabras, y no la palabra en general. De igual manera, llamamos elementos en la demostración de las propiedades de las figuras geométricas, aquellas demostraciones que se encuentran en el fondo de las demás, ya en todas, ya en la mayor parte. Por último, lo propio ocurre con respecto a los cuerpos; los que solo admiten un elemento y los que admiten muchos, consideran como principio aquello de que el cuerpo se compone, aquello cuyo conjunto le constituye. Y así el agua, el fuego y los demás elementos son, para Empédocles, los elementos constitutivos de los seres, y no los géneros que comprenden estos seres. Además, si se pretende estudiar la naturaleza de un objeto cualquiera, de una cama, por ejemplo, se indaga de qué piezas se compone, y cuál es la colocación de estas piezas, y entonces se conoce su naturaleza. Según esto, los géneros no serán los principios de los seres. Pero si se tiene en cuenta que nosotros solo conocemos mediante las definiciones, y que los géneros son los principios de las definiciones, es necesario reconocer también que los géneros son los principios de los seres definidos. Por otra parte, si es verdad que se obtiene conocimiento de los seres cuando se obtiene de las especies a que los seres pertenecen, en este caso, los géneros son también principios de los seres, puesto que son principios de las especies. Hasta algunos de aquellos que consideran como elementos de los seres la unidad o el ser, o lo grande y lo pequeño, al parecer constituyen con ellas géneros. Sin embargo, los principios de los seres no pueden ser a la vez los géneros y los elementos constitutivos. La esencia no admite dos definiciones, porque una sería la definición de los principios considerados como géneros, y otra como elementos constitutivos.
Por otra parte, si son los géneros sobre todo los que constituyen los principios, ¿deberán ser considerados como tales principios los géneros más elevados, o los inmediatamente superiores a los individuos? También es este otro motivo de embarazo. Si los principios son lo más general que existe, serán patentemente principios los géneros más elevados, porque abrazan todos los seres. Se admitirán, de este modo, como principios de los seres los primeros de entre los géneros, y en este caso, el ser, la unidad, serán principios y sustancia, porque estos géneros son los que abarcan, por encima de todo, todos los seres. De otro lado, no es posible ligar todos los seres a un solo género, sea a la unidad, sea al ser.
Es totalmente necesario que las diferencias de cada género existan, y que en cada una de estas diferencias exista una; porque es imposible que lo que designa las especies del género designe igualmente las diferencias propias; es imposible que el género exista sin sus especies. Así pues, si la unidad o el ser es el género, no habrá diferencia que sea, ni que sea una. La unidad y el ser no son géneros, y por tanto, no son principios, puesto que son los géneros los que constituyen los principios. Añádase a esto que los seres intermedios, considerados con sus diferencias, serán géneros hasta llegar al individuo. Ahora bien, unos son verdaderamente géneros, pero otros no los son.
Además, las diferencias constituyen más bien principios que los géneros. Pero si las diferencias son principios, hay en cierto modo una infinidad de principios, sobre todo si se toma por punto de inicio el género más elevado. Démonos cuenta, por otro lado, que aunque la unidad nos parezca que es la que tiene sobre todo el carácter de principio, siendo la unidad indivisible y siendo lo que es indivisible tal, ya sea bajo la relación de la cantidad, ya sea bajo la de la especie, y teniendo la anterioridad lo que lo es bajo la relación de la especie; y en fin, dividiéndose los géneros en especies, la unidad debe aparecer más bien como individuo: el hombre, en efecto, no es el género de los hombres particulares.
De otro lado, no es posible, en las cosas en que hay anterioridad y posterioridad, que haya fuera de ellas ninguna cosa que sea su género. La díada, por ejemplo, es el primero de los números, fuera de las diversas especies de números no hay ningún otro número que constituya el género común; como no hay en la geometría otra figura fuera de las diversas especies de figuras. Y si no hay en este caso género fuera de las especies, con más razón no lo habrá en las demás cosas. Porque en los seres