Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles
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Añádase a lo que acabamos de exponer las consecuencias irracionales que se deducirían relativamente a la producción y a la destrucción. En efecto, en este caso, la sustancia que antes no existía, existe ahora: y la que existía antes deja de existir. ¿No es esto para la sustancia una producción y una destrucción? Por lo contrario, ni los puntos, ni las líneas, ni las superficies no están en disposición ni de producirse ni de ser destruidas; y, sin embargo, tan pronto existen como no existen. Véase lo que ocurre en el caso de la reunión o separación de dos cuerpos; si se juntan, no existe más que una superficie; y si se separan, existen dos. Y así, en el caso de una superficie, las líneas y los puntos no existen ya, han desaparecido; mientras que, después de la separación, existen magnitudes que no existían antes; pero el punto, objeto indivisible, no se ha dividido en dos partes. Por último, si las superficies están supeditadas a producción y a destrucción, proceden de algo.
Pero con los seres que analizamos ocurre, sobre poco más o menos, lo mismo que con el instante actual en el tiempo. No es posible que nazca y perezca; sin embargo, como no es una sustancia, parece sin cesar diferente. Evidentemente los puntos, las líneas y las superficies se encuentran en un caso parecido, porque se les puede aplicar los mismos juicios. Como el instante actual, no son ellos más que límites o divisiones.
Parte VI
Una cuestión que es absolutamente necesaria plantear es la de saber por qué, fuera de los seres sensibles y de los seres intermedios es imprescindible ir en busca de otros objetos, por ejemplo, los que se conocen como ideas. El motivo es, según se dice, que si los seres matemáticos difieren por cualquier otro concepto de los objetos de este mundo, de ninguna manera difieren en este, puesto que un gran número de estos objetos son de especie semejante. De manera que sus principios no quedarán limitados a la unidad numérica. Ocurrirá, como con los principios de las palabras de que nos servimos, que se distinguen no numéricamente sino genéricamente; a menos, sin embargo, de que se los cuente en tal sílaba, en tal palabra determinada, porque en este caso poseen también la unidad numérica. Los seres intermedios están en este caso. En ellos asimismo las semejanzas de especies son infinitas en número. De forma que si fuera de los seres sensibles y de los seres matemáticos no hay otros seres que los que algunos filósofos denominan ideas, en este caso no hay sustancia, una en número y en género; y entonces los principios de los seres no son principios que se cuenten numéricamente, y solo tienen la unidad genérica. Y si de esta consecuencia no se puede prescindir, es necesario que existan ideas. En efecto, aunque los que admiten su existencia no formulan bien su pensamiento, he aquí lo que quieren decir y que es consecuencia necesaria de sus principios. Cada idea es una sustancia; ninguna es accidente. Por otra parte, si se afirma que las ideas existen, y que los principios son numéricos y no genéricos, ya hemos dicho más arriba las dificultades imposibles de resolver que de esto tienen que resultar necesariamente.
Una investigación difícil se relaciona con las cuestiones anteriores. ¿Los elementos existen en potencia o de alguna otra manera? Si de alguna otra manera, ¿cómo habrá cosa anterior a los principios? (Porque la potencia es anterior a tal causa determinada, y no es necesario que la causa que existe en potencia pase a acto.) Pero si los elementos no existen más que en potencia, es posible que ningún ser exista. Poder existir no es existir todavía; puesto que lo que nace o llega a ser es lo que no era o existía, y que nada nace o llega a ser si no posee la potencia de ser.
Tales son las dificultades que es necesario proponerse relativamente a los principios. Debe todavía preguntarse si los principios son universales o si son elementos particulares. Si son universales no son esencias, porque lo que es común a muchos seres indica que un ser es de tal manera y no que es propiamente tal ser. Porque la esencia es propiamente lo que constituye un ser. Y si lo universal es un ser determinado, si el atributo común a los seres puede ser afirmado como esencia, habrá en el mismo ser muchos animales, Sócrates, el hombre, el animal; puesto que en esta hipótesis cada uno de los atributos de Sócrates indica la existencia propia y la unidad de un ser. Si los principios son universales, esto es lo que se deduce. Si no son universales, son como elementos particulares que no pueden ser objeto de la ciencia, recayendo como recae toda ciencia sobre lo universal. De forma que deberá haber aquí otros principios precedentes a ellos, y revestidos con el carácter de la universalidad, para que pueda darse la ciencia de los principios.
Libro IV
Parte I
Existe una ciencia que estudia el ser en tanto que ser y los accidentes propios del ser. Esta ciencia se diferencia de todas las ciencias particulares, porque ninguna de ellas estudia en general el ser en tanto que ser. Estas ciencias solo tratan del ser desde cierto punto de vista, y solo desde este punto de vista estudian sus accidentes; en este caso se encuentran las ciencias matemáticas. Pero puesto que buscamos los principios, las causas más elevadas, está claro que estos principios deben de tener una naturaleza propia. Por tanto, si los que han investigado los elementos de los seres buscaban estos principios, tenían necesariamente que estudiar en tanto que seres. Por esta razón debemos nosotros también estudiar las causas primeras del ser en tanto que ser.
Parte II
El ser se entiende de muchas formas, pero estos diferentes sentidos se refieren a una sola cosa, a una misma naturaleza, no existiendo entre ellos únicamente comunidad de nombre; pero así como por sano se entiende todo aquello que se refiere a la salud, lo que la conserva, lo que la produce, aquello de que es ella señal y aquello que la recibe; y así como por medicinal puede entenderse todo lo que se relaciona con la medicina, y significar ya aquellos que posee el arte de la medicina, o bien lo que se refiere a ella, o finalmente lo que es obra suya, como sucede con la mayor parte de las cosas; en igual forma el ser posee muchas significaciones, pero todas apuntan a un principio único. Tal cosa se llama ser, porque es una esencia; tal otra porque es una modificación de la esencia, porque es la dirección hacia la esencia, o bien es su destrucción, su privación, su cualidad, porque ella la produce, le da nacimiento, está en relación con ella; o bien, por último, porque ella es la negación del ser desde alguno de estos puntos de vista o de la esencia misma. En este sentido afirmamos que el no ser es, que él es el no ser. Todo lo comprendido bajo la palabra general de sano, es del dominio de una sola ciencia. Lo mismo pasa con todas las demás cosas: una sola ciencia estudia, no ya lo que comprende en sí mismo un objeto único, sino todo lo que compete a una sola naturaleza; pues en efecto, estos son, desde un punto de vista, atributos del objeto único de la ciencia.
Está pues claro que una sola ciencia estudiará así mismo los seres en tanto que seres. Ahora bien, la ciencia tiene siempre por objeto propio lo que es primero, aquello de que todo lo demás depende, aquello que es la razón de la existencia de las demás cosas. Si la esencia está en este caso, será necesario que el filósofo posea los principios y las causas de las esencias. Pero no existe más que un conocimiento sensible, una sola ciencia para un solo género; y así una sola ciencia, la gramática, trata de todas las palabras; y de igual modo una sola ciencia general estudiará de todas las especies del ser y las subdivisiones de estas especies.
Si, por otra parte, el ser y la unidad son una misma cosa, si constituyen una sola naturaleza, puesto que van juntas siempre como principio y como causa, sin estar, sin embargo, comprendidos bajo una misma noción, importará poco que nosotros tratemos a la vez del ser y de la esencia; y hasta esta será una ventaja. En efecto, un hombre, ser hombre y hombre, poseen el mismo significado; nada altera la expresión: el hombre es, por esta duplicación: el hombre es hombre o el hombre es un hombre. Está claro que el ser no se separa de la unidad, ni en la producción ni en la destrucción. Asimismo, la unidad nace y perece con el ser. Es evidente que la unidad no añade nada al ser por su adjunción y, finalmente, que la unidad no es cosa alguna fuera del ser.
Hay que añadir que la sustancia de cada cosa es una en sí y no accidentalmente. Y lo mismo ocurre