Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Obras Inmortales de Aristóteles - Aristoteles Colección Oro

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un sonido, ni discurrir, porque afirman a la vez una cosa y no la dicen. Si no tienen concepto de nada, si piensan y no piensan a la vez, ¿en qué se diferencian de las plantas?

      Está, pues, claro, que nadie piensa de esa manera, ni incluso los mismos que defienden esta doctrina. ¿Por qué, en efecto, toman el camino de Mégara en vez de permanecer en reposo en la convicción de que andan? ¿Por qué, si encuentran pozos y precipicios al dar sus paseos en la madrugada, no caminan en línea recta, y antes bien toman sus precauciones, como si pensasen que no es a la vez bueno y malo caer en ellos? Está claro que ellos mismos creen que esto es mejor y aquello peor. Y si tienen este pensamiento, necesariamente conciben que tal objeto es un hombre, que tal otro no es un hombre, que esto es dulce, que aquello no lo es. En efecto, no van en busca igualmente de todas las cosas, ni dan a todo el mismo valor; si piensan que les interesa beber agua o ver a un hombre, en el acto van en busca de estos objetos. Sin embargo, de otro modo deberían conducirse si el hombre y el no-hombre fuesen iguales entre sí. Pero como hemos explicado, nadie deja de ver que deben evitarse unas cosas y no evitarse otras. De manera que todos los hombres tienen, al parecer, la idea de la existencia real, si no de todas las cosas, por lo menos de lo mejor y de lo peor.

      Pero incluso cuando el hombre no tuviese la ciencia, incluso cuando solo tuviese opiniones, sería necesario que se aplicase mucho más todavía al estudio de la verdad; al modo que el enfermo se ocupa más de la salud que el hombre que está sano. Porque el que solo tiene opiniones, si se le compara con el que sabe, está, con respecto a la verdad, indispuesto.

      De otro modo, incluso suponiendo que las cosas son y no son de tal manera, el más y el menos existirían todavía en la naturaleza de los seres. Jamás se podrá sostener que dos y tres son de igual modo números pares. Y el que crea que cuatro y cinco son la misma cosa, no tendrá un pensamiento falso de grado semejante al del hombre que defendiera que cuatro y mil son idénticos. Si existe diferencia en la falsedad, está claro que el primero piensa una cosa menos falsa. Por consiguiente está más en lo verdadero. Luego si lo que es más una cosa, es lo que se aproxima más a ella, debe haber algo verdadero, de lo cual será lo más verdadero más cercano. Y si esto verdadero no existiese, por lo menos existen cosas más ciertas y más próximas a la verdad que otras, y henos aquí desembarazados de esta doctrina horrible, que condena al pensamiento a no poseer objeto determinado.

      Parte V

      La doctrina de Protágoras parte del mismo principio que esta que exponemos, y si la una tiene o no fundamento, la otra se halla necesariamente en el mismo caso. En efecto, si todo lo que pensamos, si todo lo que nos aparece, es la verdad, es necesario que todo sea al mismo tiempo verdadero y falso. La mayor parte de los hombres piensan de forma distinta los unos de los otros; y los que no participan de nuestras opiniones los consideramos que se hallan en el error. La misma cosa es por lo tanto y no es. Y si así ocurre, es necesario que todo lo que aparece sea la verdad; porque los que están en el error y los que dicen verdad, poseen opiniones contrarias. Si las cosas son como acaba de decirse todas igualmente dirán la verdad. Es por lo tanto evidente que los dos sistemas en cuestión parten del mismo pensamiento.

      Sin embargo, no debe combatirse de idéntica forma a todos los que profesan estas doctrinas. Con los unos hay que emplear la persuasión, y con los otros la fuerza de razonamiento. Respecto de todos aquellos que han llegado a esta concepción por la duda, es fácil remedar su ignorancia; entonces no hay que refutar argumentos, y es suficiente dirigirse a su inteligencia. En cuanto a los que profesan esta opinión por sistema, el remedio que debe aplicarse es la refutación, así por medio de los sonidos que pronuncian, como de las palabras que utilizan.

      En todos los que dudan, el origen de esta opinión se origina del cuadro que presentan las cosas sensibles. En primer lugar, han fraguado la opinión de la existencia simultánea en los seres, de los contradictorios y de los contrarios, porque veían la misma cosa originar los contrarios. Y si no es posible que el no-ser devenga o llegue a ser, es necesario que en el objeto preexistan el ser y el no-ser. Todo se encuentra mezclado en todo, como dice Anaxágoras, y con él Demócrito, porque, según este último, lo vacío y lo lleno se encuentran, así lo uno como lo otro, en cada porción de los seres; siendo lo lleno el ser y lo vacío el no-ser.

      A los que infieren estas consecuencias diremos que, desde un punto de vista, es exacta su afirmación; pero que, desde otro, se hallan en un error. El ser se toma en un doble sentido. Es posible en cierto modo que el no-ser produzca algo, y en otro modo esto es imposible. Puede ocurrir que el mismo objeto sea al mismo tiempo ser y no-ser, pero no desde el mismo punto de vista del ser. En potencia es posible que la misma cosa represente los contrarios; pero en acto, esto es imposible. Por otra parte, nosotros reclamaremos de los mismos de que se trata la idea de la existencia en el mundo de otra sustancia, que no es capaz ni de movimiento, ni de destrucción, ni de nacimiento.

      El cuadro de los objetos sensibles es el que ha fraguado en algunos la opinión de la verdad de lo que aparece. Según ellos, no es a los más, ni tampoco a los menos, a quienes implica juzgar la verdad. Si gustamos una misma cosa, parecerá dulce a los unos, amarga a los otros. De forma que si todo el mundo estuviese enfermo, o todo el mundo se hubiese enajenado y solo dos o tres estuviesen en buen estado de salud y en su sano juicio, estos últimos serían entonces los enfermos y los necios, y no los primeros. Por otra parte, las cosas parecen a la mayor parte de los animales lo contrario de lo que nos parecen a nosotros, y cada individuo, a pesar de su identidad, no juzga siempre de la misma forma por los sentidos. ¿Cuáles son las sensaciones verdaderas? ¿Cuáles las falsas? No se podría saber; esto no es más verdadero que aquello, siendo todo igualmente verdadero. Y así Demócrito opina o que no hay nada verdadero o que no conocemos la verdad. En resumen, como, según su sistema, la sensación constituye el pensamiento, y como la sensación es una modificación del sujeto, aquello que parece a los sentidos es necesariamente en su opinión la verdad.

      Tales son los argumentos por los que Empédocles, Demócrito y, puede decirse, todos los demás se han sometido a semejantes opiniones. Empédocles afirma que un cambio en nuestra manera de ser varía igualmente nuestro pensamiento:

      El pensamiento existe en los hombres como consecuencia de la impresión del momento.

      Y en otro pasaje dice:

      Siempre tiene lugar en razón de los cambios que se operan en los hombres, el cambio en su pensamiento.

      Parménides se expresa de idéntica forma:

      Como es en cada hombre la organización de sus miembros flexibles, tal es igualmente la inteligencia de cada hombre; porque es la naturaleza de los miembros la que forma el pensamiento de los hombres en todos y en cada uno: cada grado de la sensación es un grado del pensamiento.

      Se refiere también de Anaxágoras, que enviaba esta sentencia a algunos de sus amigos: “Los seres son para ustedes tales como los conciban”. También se quiere que Homero, al parecer, tenía una opinión análoga, porque representa a Héctor delirando por efecto de su herida, tendido en tierra, obnubilada su razón; como si creyese que los hombres en delirio poseen también razón, pero que esta razón no es ya la misma. Está claro que, si el delirio y la razón son ambos la razón, los seres a su vez son a la par lo que son y lo que no son.

      La consecuencia que se infiere de semejante principio es ciertamente desconsoladora. Si son estas, efectivamente, las opiniones de los hombres que mejor han visto toda la verdad posible, y son estos hombres los que la buscan con pasión y que la aman; si tales son las doctrinas que profesan sobre la verdad, ¿cómo emprender sin desaliento los problemas filosóficos? Buscar la verdad, ¿no sería ir en busca de sombras que desaparecen?

      Lo que promueve la opinión de estos filósofos es que, al considerar la verdad en los seres, no han admitido como seres más que las cosas sensibles. Y bien, lo que se encuentra en ellas es principalmente lo indeterminado y aquella especie de ser al que nos hemos referido antes. Además,

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