Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles
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De otro modo, admitir semejante principio, es destruir totalmente toda sustancia y toda esencia. Pues en tal caso resultaría que todo es accidente; y es necesario negar la existencia de lo que constituye la existencia del hombre y la existencia del animal; porque si lo que constituye la existencia del hombre es algo, este algo no es ni la existencia del no-hombre, ni la no-existencia del hombre. Por lo contrario, estas son negaciones de este algo, puesto que lo que significaba era un objeto determinado, y que este objeto era una esencia. Ahora bien, significar la esencia de un ser es significar la identidad de su existencia. Luego si lo que constituye la existencia del hombre es lo que constituye la existencia del no-hombre o lo que constituye la existencia del hombre, no existirá identidad. De forma que es necesario que esos de los que hablamos digan que no hay nada que esté marcado con el sello de la esencia y de la sustancia, sino que todo es accidente. En efecto, he aquí lo que distingue la esencia del accidente: la blancura, en el hombre, es un accidente; y la blancura es un accidente en el hombre, porque es blanco, pero no es la blancura.
Si se pregona que todo es accidente, ya no hay género primero puesto que siempre el accidente designa el atributo de un sujeto. Es necesario, por lo tanto, que se prolongue hasta el infinito la cadena de accidentes. Pero esto es imposible. Jamás hay más de dos accidentes ligados el uno al otro. El accidente no es nunca un accidente de accidente, sino cuando estos dos accidentes son los accidentes del mismo sujeto. Cojamos por ejemplo blanco y músico. Músico no es blanco, sino porque lo uno y lo otro son accidentes del hombre. Pero Sócrates no es músico porque Sócrates y músico sean los accidentes de otro ser. Es preciso, pues, que se distingan los dos casos. Respecto de todos los accidentes que se dan en el hombre como se da aquí la blancura en Sócrates es imposible ir hasta el infinito: por ejemplo, a Sócrates blanco es imposible unir además otro accidente. En conclusión, una cosa una no es el producto de la colección de todas las cosas. Lo blanco no puede tener otro accidente, por ejemplo, lo músico. Porque músico no es tampoco el atributo de lo blanco, como lo blanco no lo es de lo músico. Esto se entiende respecto al primer ejemplo. Hemos dicho que había otro caso, en el que lo músico en Sócrates era el ejemplo. En este último caso, el accidente nunca es accidente de accidente; solo los accidentes del otro género pueden serlo.
Por consiguiente, no puede afirmarse que todo es accidente. Existe, pues, algo determinado, algo que lleva el carácter de la esencia; y si es así, hemos demostrado la imposibilidad de la existencia simultánea de atributos opuestos.
Pero hay más. Si todas las afirmaciones contradictorias relativas al mismo ser son verdaderas al mismo tiempo, está claro que todas las cosas serán entonces una cosa única. Una nave, un muro y un hombre deben ser la misma cosa, si todo se puede afirmar o negar de todos los objetos, como se ven obligados a admitir los que admiten la proposición de Protágoras. En efecto, si se piensa que el hombre no es una nave, evidentemente el hombre no será una nave. Y por consiguiente el hombre es una nave, puesto que la afirmación contraria es verdadera. De esta forma llegamos a la proposición de Anaxágoras. Todas las cosas están confundidas. De forma que nada existe que sea verdaderamente uno. El objeto de los discursos de estos filósofos es, al parecer, lo indeterminado, y cuando creen hablar del ser, hablan del no ser. Porque lo indeterminado es el ser en potencia y no en acto.
Añádase a esto que los filósofos a los que hacemos mención deben llegar hasta decir que se puede afirmar o negar todo de todas las cosas. Sería absurdo, en efecto, que un ser tuviese en sí su propia negación y no tuviese la negación de otro ser que no está en él. Digo, por ejemplo, que si es cierto que el hombre no es hombre, evidentemente es cierto asimismo que el hombre no es una nave. Si admitimos la afirmación, nos es necesario admitir igualmente la negación. ¿Admitiremos por lo contrario la negación más bien que la afirmación? Pero en este caso la negación de la nave se encuentra en el hombre más bien que la suya propia. Si el hombre tiene en sí esta última, tiene por tanto la de la nave, y si tiene la de la nave, tiene igualmente la afirmación contraria.
Además de esta consecuencia, es necesario también que los que admiten la opinión de Protágoras sostengan que nadie está obligado a admitir ni la afirmación, ni la negación. En efecto, si es cierto que el hombre es igualmente el no-hombre, está claro que ni el hombre ni el no-hombre podrían existir, porque es necesario admitir al mismo tiempo las dos negaciones de estas dos afirmaciones. Si de la doble afirmación de su existencia se fragua una afirmación única, compuesta de estas dos afirmaciones, es necesario admitir la negación única que es contraria a aquella.
Pero todavía hay más. O se prueba esto con todas las cosas, y lo blanco es igualmente lo no-blanco, el ser el no-ser, y lo mismo respecto de todas las demás afirmaciones y negaciones; o el principio posee excepciones, y se aplica a ciertas afirmaciones y negaciones, y no se aplica a otras. Admitamos que no se aplica a todas, y en este caso, respecto a las exceptuadas existe certidumbre. Si no existe hay excepción alguna, entonces es necesario, como se explicó antes, o que todo lo que se afirme se niegue al propio tiempo, y que todo lo que se niegue al propio tiempo se afirme; o que todo lo que se afirme al propio tiempo se niegue por una parte, mientras que por otra, por lo contrario, todo lo que se niegue, se afirmaría al propio tiempo. Pero en este último caso, habría algo que no existiría realmente. Esta sería una opinión cierta. Ahora bien, si el no-ser es algo cierto y conocido, la afirmación contraria debe ser más cierta todavía. Pero si todo lo que se niega, se afirma igualmente, la afirmación entonces es necesaria. Y en este caso, o los dos términos de la proposición pueden ser verdaderos, cada uno de por sí y separadamente; por ejemplo, si digo que esto es blanco, y después digo que esto no es blanco; o no son verdaderos. Si no son verdaderos enunciados separadamente, el que los pronuncia no los pronuncia, y realmente no resulta nada; y bien, ¿cómo seres no existentes pueden hablar o caminar? Y además todas las cosas serían en este caso una sola cosa, como antes expusimos, y entre un hombre, un dios y una nave, habría identidad. Ahora bien, si lo mismo ocurre con todo objeto, un ser no difiere de otro ser. Porque si difiriesen, esta diferencia constituiría una verdad y un carácter propio. De igual manera, si se puede, al distinguir, decir la verdad, se seguiría lo que acabamos de decir, y además que todo el mundo diría la verdad, y que todo el mundo mentiría, y que reconocería cada uno su propia mentira. Por otra parte, la opinión de estos hombres no merece ciertamente un serio examen. Sus palabras no poseen ningún sentido; porque no dicen que las cosas son así, o que no son así, sino que son y no son así a la vez. Después viene la negación de estos dos términos; y dicen que no es así ni no así, sino que es así y no así. Si no fuera así, existiría ya algo determinado. Por último, si cuando la afirmación es verdadera, la negación es falsa, y si cuando esta es verdadera, la afirmación es falsa, no es posible que la afirmación y la negación de una misma cosa estén señaladas al mismo tiempo con el carácter de la verdad.
Pero quizá se contestará que es esto mismo lo que se enuncia por principio. ¿Quiere decir esto que el que piense que tal cosa es así o que no es así, estará en lo falso, mientras que el que afirme lo uno y lo otro estará en lo cierto? Pues bien, si el último afirma, en efecto, la verdad, ¿qué otra cosa quiere decir esto sino que tal naturaleza entre los seres afirma la verdad? Pero si no dice la verdad, y la dice más bien el que sostiene que la cosa es de tal o cual manera, ¿cómo podrían existir estos seres y esta verdad, a la vez que no existiesen