Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Obras Inmortales de Aristóteles - Aristoteles Colección Oro

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mejor y peor, lo mejor posee la prioridad. No hay, pues, géneros que sean principios de los individuos.

      Conforme a lo que precede, deben considerarse los individuos como principios de los géneros. Por otra parte, ¿cómo concebir que los individuos sean principios? Sería arduo demostrarlo. Es necesario que, en tal caso, la causa, el principio, se halle fuera de las cosas de que es principio, que esté separado de ellas. ¿Pero qué razón hay para suponer que haya un principio de este género fuera de lo particular, a no ser que este principio sea una cosa universal que abraza todos los seres? Ahora bien, si prevalece esta consideración, debe considerarse más bien como principio lo más general, y en tal caso los principios constituirán los géneros más elevados.

      Parte IV

      Existe una dificultad que se relaciona con las anteriores, dificultad más embarazosa que todas las demás, y de cuyo examen no podemos soslayarla; vamos a hablar de ella. Si no hay algo fuera de lo particular, y si hay una infinidad de cosas particulares, ¿cómo es posible adquirir la ciencia de la infinidad de las cosas? Conocer un objeto es, según nosotros, conocer su unidad, su identidad y su carácter general. Pues bien, si esto es necesario, y si es preciso que fuera de las cosas particulares exista algo, habrá necesariamente, fuera de las cosas particulares, los géneros, ya sean los géneros más próximos a los individuos, ya los géneros más elevados. Pero hemos constatado antes que esto era imposible. Admitamos, por otra parte, que hay verdaderamente algo fuera del conjunto del atributo y de la sustancia, admitamos que hay especies. Pero ¿la especie es algo que exista fuera de todos los objetos o solo está fuera de algunos, sin estar fuera de otros, o no está fuera de ninguno?

      ¿Diremos entonces que no existe nada fuera de las cosas particulares? En este caso no habría nada de inteligible, no habría más que objetos sensibles, no habría ciencia de nada, a no llamarse ciencia el conocimiento sensible. Igualmente no habría nada eterno, ni inmóvil; porque todos los objetos sensibles están sujetos a la destrucción y están en movimiento. Y si no existe nada eterno, la producción es imposible. Porque es imprescindible que lo que deviene o llega a ser sea algo, así como aquello que hace llegar a ser; y que la última de las causas productoras sea de todos los tiempos, puesto que la cadena de las causas tiene un término y es imposible que cosa alguna sea producida por el no-ser. Por otra parte, allí donde haya nacimiento y movimiento, habrá necesariamente un final, porque ningún movimiento es infinito, y antes bien, todo movimiento tiene un fin. Y, por último, es imposible que lo que no puede devenir o llegar a ser devenga; lo que deviene existe ineluctablemente antes de devenir o llegar a ser.

      Por otra parte, si la sustancia existe en todo tiempo, con mucha más razón es necesario admitir que la existencia de la esencia en el momento en que la sustancia llega a ser. En efecto, si no hay sustancia ni esencia, no existe absolutamente nada. Y como esto es imposible, es necesario que la forma y la esencia sean algo fuera del conjunto de la sustancia y de la forma. Pero si se admite esta conclusión, una nueva dificultad se presenta. ¿En qué casos se aceptará esta existencia separada, y en qué casos no se la aceptará? Porque está claro que no en todos los casos se aceptará. En efecto, no podemos decir que hay una casa fuera de las casas particulares.

      Pero no se detiene en esto. La sustancia de todos los seres, ¿es una sustancia única? ¿La sustancia de todos los hombres es única, por ejemplo? Pero esto constituiría un absurdo, porque no siendo todos los seres un ser único, sino un gran número de seres, y de seres diferentes, no es razonable que solo tengan una misma sustancia. Y además, ¿cómo la sustancia de todos los seres llega a ser o se hace cada uno de ellos; y cómo la reunión de estas dos cosas, la esencia y la sustancia, forman al individuo?

      Observemos una nueva dificultad con relación a los principios. Si solo tienen la unidad genérica, nada será numéricamente uno, ni la unidad misma ni el ser mismo. Y en este caso ¿cómo podrá existir la ciencia, puesto que no habrá unidad que abarque todos los seres? ¿Aceptaremos, pues, su unidad numérica? Pero si cada principio solo existe como unidad, sin que los principios presenten ninguna relación entre sí; si no son como las cosas sensibles, porque cuando tal o cual sílaba son de la misma especie, sus principios son de la misma especie sin reducirse a la unidad numérica; si esto no se da, si los principios de los seres son reducidos a la unidad numérica, no quedará existente otra cosa que los elementos. Uno, numéricamente o individual son la misma cosa puesto que llamamos individual a lo que es uno por el número; lo universal, por lo contrario, es lo que se da en todos los individuos. Por tanto, si los elementos de la palabra tuviesen por carácter la unidad numérica, existiría necesariamente un número de letras igual al de los elementos de la palabra, no habiendo ninguna identidad ni entre dos de estos elementos, ni entre un mayor número de ellos.

      Una dificultad que es tan grave como cualquiera otra, y que han dejado a un lado los filósofos de nuestros días y los que les han precedido, es saber si los principios de las cosas perecederas y los de las cosas imperecederas son los mismos principios, o son distintos. Si los principios son en efecto los mismos, ¿en qué consiste que unos seres son perecederos y los otros imperecederos, y por qué razón se da esto? Hesíodo y todos los teósofos únicamente han buscado lo que podía convencerles a ellos, y no han pensado en nosotros. De los principios han formado los dioses, y los dioses han producido las cosas; y luego añaden que los seres que no han probado el néctar y la ambrosía están destinados a morir. Estas explicaciones tenían sin vacilación un sentido para ellos, pero nosotros no comprendemos siquiera cómo han podido encontrar causas en esto. Porque si los seres se acercan al néctar y ambrosía, en vista del placer que proporcionan, de ninguna manera son causas de la existencia; si, por lo contrario, es en vista de la existencia, ¿cómo estos seres podrán ser inmortales, puesto que tendrían necesidad de alimentarse? Pero no tenemos necesidad de someter a un examen profundo invenciones mitológicas.

      Centrémonos, pues, en los que razonan y se sirven de demostraciones, y preguntémosles: ¿en qué consiste que, procediendo de los mismos principios, unos seres poseen una naturaleza eterna mientras que otros están sujetos a la destrucción? Pero como no nos dicen cuál es la causa de que se trata y existe contradicción en este estado de cosas, es claro que ni los principios ni las causas de los seres pueden ser las mismas causas y los mismos principios. Y así, un filósofo al que debería creérsele perfectamente consecuente con su doctrina, Empédocles, ha caído en idéntica contradicción que los demás. Asienta, en efecto, un principio, la Discordia, como causa de la destrucción, y engendra con este principio todos los seres, salvo la unidad, porque todos los seres, excepto Dios, son producidos por la Discordia. Escribe a Empédocles:

      Tales fueron las causas de lo que ha sido, de lo que es, y de lo que será en el futuro; las que hicieron nacer los árboles, los hombres, las mujeres, y las bestias salvajes, y los pájaros, y los peces que viven en las aguas.

      Y los dioses de larga existencia.

      Esta opinión se extrae también de otros muchos pasajes. Si no hubiese en las cosas discordia, todo, según Empédocles, se vería reducido a la unidad. En efecto, cuando las cosas están reunidas, entonces se despierta por último la discordia. Se sigue de aquí que la Divinidad, el ser dichoso por excelencia, conoce menos que los demás seres porque no conoce todos los elementos. No tiene en sí la discordia, y es porque solo lo semejante conoce lo semejante:

      Por la tierra vemos la tierra, el agua por el agua; por el aire el aire divino, y por el fuego el fuego devorador, la Amistad por la Amistad, la Discordia por la fatal Discordia.

      Está claro, regresando al punto de partida, que la Discordia es, en el sistema de este filósofo, tanto causa de ser como causa de destrucción. Y lo mismo la Amistad es tanto causa de destrucción como de ser. En efecto, cuando la Amistad reúne los seres y los reduce a la unidad, destruye todo lo que no es la unidad. Añádase a esto que Empédocles no otorga al cambio mismo o mudanza ninguna causa, y solo escribe que así sucedió:

      En el acto que la poderosa Discordia hubo agrandado, y que se lanzó para apoderarse de su

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