Economía del espíritu. Dorothea Ortmann
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Los postulados científicos tienen que ser comprobados con los hechos empíricos para ser reconocidos como enunciados científicos. Lo real de la realidad es la acción social y el sociólogo está obligado a partir de ella para llegar a resultados verificables. Ella tiene que ser la base para cualquier interpretación empírica en comparación a una sociología especulativa. Weber no entiende conceptos colectivos como «Estado», «sociedad» o «grupo social» como conjuntos abstractos, sino que los relaciona con individuos reales. No olvidemos que para él siempre actúa un ser humano concreto con sus respectivas motivaciones. Por ello, define nuevamente en qué sentido se debe asumir la acción social. Ella está solamente disponible como ente orientador, si se entiende la acción social como resultado de una o varias personas (Jonas, 1981:193). Por ello, toda explicación científica debe derivarse de los motivos para la acción del individuo, de tal manera que inclusive define la sociología en relación con la acción del individuo: si la sociología para Durkheim fue la ciencia de las instituciones, para Weber fue la ciencia de la acción del grupo o del individuo. Cuando se actúa en la sociedad, o en la historia, ese actuar está siempre vinculado a individuos. La acción puede ser determinada de tres maneras: como racionalidad persiguiendo un fin; como racionalidad orientada por un valor; o simple y llanamente «racionalidad» como una acción tradicional, de costumbre. En todo caso, se le debe entender como acción de individuos y no como una emanación de valores abstractos. Lo interesante es que Weber afirma que el ser humano siempre reacciona ante un mundo caótico, no un cosmos ordenado —como los antiguos griegos lo presumían— o un mundo en cual rigen leyes a las cuales se somete la actuación del ser humano. Según Weber, en el mundo no hay jerarquías, lo que significa que para cada acto existe teóricamente un sinfín de posibilidades. Del mar infinito de los acontecimientos, el científico debe seleccionar aquellos que contienen cierta transcendencia para ser entendidos como típicos de una sociedad dada.
Como nuestro autor parte de la idea de que es imposible reconstruir un momento histórico en toda su complejidad, elige como método la construcción de un individuo, definiéndolo como un ente que está sometido a complejas interrelaciones de la sociedad (Weber, 1992:37). Este individuo histórico debe representar lo más específico de su época para echar luz sobre la totalidad. Paradójicamente, para ser representativo, debe reflejar de manera más particular posible lo típico de su época. De todos modos, cada individuo actúa dentro del espíritu de su época y refleja los procesos sociales de esta, según afirma Leo Kofler en Contribución a la historia de la sociedad burguesa (1971:16):
Este enfoque histórico no comprende que, a pesar de la unicidad fáctica de los fenómenos individuales, los sujetos que actúan en la historia también se sirven de las cabezas más solitarias y abstractas —las que, sin embargo no están afuera del mundo sino que pertenecen a él— para contemplarse a sí mismos, es decir, para alcanzar una autocomprensión (que no obstante, puede ser una forma «falsa», engañosa de autoconocimiento) y que lo hacen porque este autoconocimiento, incluso en la forma de actividad de los productores espirituales, constituye el supuesto para la realización práctica de los pasos históricos, es decir, es lo que en primer lugar hace posible el ser histórico.
Por todo ello, se entiende por qué Weber pone tanto énfasis en el análisis de los actores históricos. La posición excepcional que ocupa el individuo en La ética protestante y el espíritu del capitalismo desemboca ahora en la pregunta: ¿por qué la burguesía emergente se sometía voluntariamente a un régimen tan austero y estricto como el puritanismo, pudiendo mantenerse en el régimen ético católico más o menos laxo? Weber aspira con su trabajo a identificar los orígenes psicológicos e intelectuales para el cambio de actitud. Además, hemos comprobado un influjo del neokantianismo que sobreestima los problemas de la ética y la moral para la sociedad. En oposición a la noción marxista de que las ideas pertenecen al reino de la superestructura que refleja la base de las condiciones sociales materiales, propone «una contribución al conocimiento del modo en que las ideas llegan a ser fuerzas efectivas de la historia» (Weber, 1992:42). Weber observaba que el compromiso religioso entre los puritanos ya no tenía como consecuencia el rechazo a la acumulación de bienes, sino más bien que este devino en único sentido de su vida. Buscaba una explicación para ese cambio de actitud que le parecía contradictorio. Ideológicamente hablando, La ética protestante y el espíritu del capitalismo es una especie de comprobación y aplicación del propósito de Wilhelm Dilthey y Heinrich Rickert, por lo que busca reconstruir aquel espíritu que hacía posible una organización capitalista moderna que somete cada acto a una crítica racional, con el criterio de si ayuda o no para el aumento del capital. Además, quiere profundizar en los procesos psicológicos que hacen posible una nueva actitud ante el trabajo y descubrir los móviles de los individuos para soportar esta mayor carga laboral.
1 Karl Roscher y Gustav Knies publicaron el artículo «Los fundamentos de la economía nacional, Berlín» en 1902. Al año siguiente (1903), apareció la reseña de Weber, «Roscher y Knies y los problemas lógicas de la economía nacional histórica».
2 La situación especial de la convivencia de varias etnias en la región del este del Elba se refleja sobre todo en obras literarias; véase El molino de Levi (Johannes Bobrowski y Levins Mühle); Pianos lituanos (Litauische Klaviere); La clase de alemán y ¡Qué bello era Suleyken! (Siegfried Lenz); y Crónica alemana (Walter Kempowski), entre otros.
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