Economía del espíritu. Dorothea Ortmann

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de la razón encarnada en el conocimiento, en el habla y en las acciones. El tema fundamental de la filosofía es la razón. La filosofía se viene esforzando desde sus orígenes por explicar el mundo en su conjunto, la unidad en la diversidad de los fenómenos, con principios que hay que buscar en la razón y no en la comunicación con una divinidad situada allende al mundo y, en rigor, ni siquiera remontándose al fundamento de un cosmos que comprende naturaleza y sociedad. El pensamiento griego no busca ni una teología ni una cosmología ética en el sentido de las grandes religiones universales, sino una ontología. Si las doctrinas filosóficas tienen algo en común, es su intención de pensar el ser o la unidad del mundo vía una explicitación de las experiencias que hace la razón en el trato consigo misma.

      Como vemos, Weber interpreta el concepto de «racionalidad» por el lado práctico, lo que significa reducirlo al aspecto de saber usar medios de manera más provechosa o útil. Aplica esta distinción a acciones que demuestran un claro objetivo. Por ello, la racionalidad significa realizar una acción para lograr un fin determinado. Luego distingue entre una racionalidad formal y una material, como lo presenta más adelante en su obra Economía y sociedad (1977:52-54). En ella explica que la «racionalidad formal» consiste en la capacidad de tomar decisiones útiles, claras y eficaces, mientras que con la «racionalidad material» se mide los resultados que uno logra a partir de una acción eficaz. La primera expresa el grado del cálculo que le es técnicamente posible y que aplica realmente una gestión económica, mientras que la segunda expresa el grado en que el abastecimiento de bienes dentro de un grupo humano tiene lugar por medio de una acción social económicamente orientada según ciertos postulados (García Blanco, 1986:83). Para realizar dichos actos se requiere condiciones de base, como la libertad del mercado, la libertad de empresa, la libertad del mercado de trabajo y, sobre todo, la libertad de selección de los trabajadores (Weber, 1977:131-132). A fin de cuentas, para Weber, «racionalidad» es una «racionalidad capitalista» que, por el hecho de que todos los países deben industrializarse, asume carácter universal. Debido a ello, Weber se hace, consciente o inconscientemente, vocero del neoliberalismo; para él, sin embargo, el problema central no era este, sino la pregunta: ¿cómo fue posible que los individuos pudieran liberarse de sus antiguas formas de vida para volverse individuos libres? Este giro a lo individual fue criticado por Walter Mommsen, Georg Lukács y Herbert Marcuse, quienes rechazan el uso arbitrario del concepto «racionalidad», así como la idea de que la «racionalidad capitalista» sería una racionalidad histórica universal (Marcuse, 1971).

      En la medida en que Weber individualiza los procesos históricos es entendible que su interés descanse sobre el actor social y, en este caso particular, sobre la burguesía emergente que proviene de los artesanos del siglo XVI, para luego indagar cómo y bajo qué circunstancias se desenvuelven estos en el proceso social laboral. Encontramos reafirmada esta crítica en un ensayo reciente del sociólogo español José García Blanco, quien afirma que Weber individualiza las características fundamentales del capitalismo moderno (García Blanco, 1986) y eso se refleja en el uso del concepto de la «racionalidad»: «[…] para Weber, el capitalismo encarna de forma típica el racionalismo económico, que en general significa el sometimiento de toda la actividad económica al cálculo económico exacto y los principios de la ciencia y la técnica modernas y, más específicamente, la organización racional del trabajo, la cual solamente es posible sobre la base del trabajo formalmente libre» (Weber, 1992:12-15). Aunque «racionalidad» referida a la administración de una empresa va más allá de aspirar solamente al lucro que uno puede ganar a través de ella, no es una categoría para garantizar la lógica de un enunciado; según Weber, es una acción que se realiza sobre la base del interés y que se ve en la condición de reemplazar un quehacer aprendido por la tradición, por una acción guiada por un interés. Según Habermas (1992), Weber usa el concepto de racionalidad refiriéndose a tres aspectos: el uso de los medios de una manera plausible y racional, la finalidad de una acción y la orientación sobre la base de valores. La racionalidad instrumental se mide en un planeamiento efectivo, la racionalidad en la elección entre varias acciones posibles se mide en la certeza de su cálculo y la racionalidad normativa se mide por su fuerza integradora de los grupos actuantes. La interrelación entre racionalidad de fin y racionalidad de valor genera un nuevo tipo de actor social capaz de implementar en la vida practica estas formas de racionalidad en su conjunto, lo que se refleja en un estilo de vida metódico y racional, condiciones que cumplen los grupos religiosos disidentes del siglo XVI.

      La presunción de Weber de concentrarse en el individuo es guiada por la filosofía de la vida de pensadores como Willhelm Dilthey y Heinrich Rickert, según los cuales los procesos históricos no pueden presentarse como algo abstracto, sino siempre a través de individuos actuantes. Por ello, Weber busca la institucionalización de un actuar racional no en condiciones sociales, sino en actores, y los encuentra en algunos religiosos del siglo XVI. Para él, paradójicamente, la racionalidad en Europa se presentó primero en el campo religioso, antes de ser aplicada en el campo económico y jurídico. Una vez establecida esta premisa, se interesa por aquellos grupos disidentes que eran, según él, los portadores de la modernidad a partir de su estilo de vida ordenado y metódico. Este estilo de vida se transmite mediante una educación religiosa que apunta a una nueva ética frente al trabajo. El trabajo se vuelve una forma de adquirir santidad porque ocupa todo el día y no deja espacio para el ocio o alguna actividad viciosa. Esta sistematización del actuar cotidiano influyendo sobre la eficacia y el logro del trabajo, significaba que la productividad aumentaba. Weber describe dicho proceso no mediante las condiciones económicas cambiantes, sino a partir de la idea de que para poder dar este salto era necesario que existiese una disponibilidad en el individuo para asumir mayor carga de trabajo. Por ello, se interesa por el individuo y los procesos psicológicos, como lo manifiesta varias veces en su ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

      Dicho de otro modo: como Weber interpreta los procesos históricos sobre la base de los actores sociales, busca dentro del desarrollo histórico aquel mecanismo que impulse un accionar racional. Descubre este fenómeno entre los religiosos de origen calvinista, quienes debido a su preocupación por ser salvados quieren actuar de tal manera que no se arriesgue su salvación. Esta actitud les exige que se preocupen de sobremanera por las buenas acciones y una fe eficiente. Dicha eficacia está garantizada por una actividad laboral incesante y metódica, en la cual no se despilfarra ningún momento con actividades no eficientes o inútiles. Weber es consciente de que no puede construir su argumentación únicamente sobre supuestos ideales, sino que debe hacerlo en relación con las bases materiales de la sociedad. Pero lo que le preocupa es que el impulso para cambiar la actitud no viene necesariamente desde la misma estructura material de la sociedad, sino que procede de un comportamiento psíquico. Como se ha visto tradicionalmente, las religiones tenían la función de canalizar los afectos e impulsos, y tenían, también, la fuerza suficiente para frenar procesos sociales. Es esta fuerza de la religión lo que Weber quiere investigar (1992:19):

      Por tanto, en una historia universal de la cultura, y desde un punto de vista puramente económico, el problema central para nosotros no es, en definitiva, el del desarrollo de esta actividad capitalista, sólo cambiante de forma, en cuanto tal (al del tipo aventurero, la del capitalismo comercial o del capitalismo orientado a la guerra, la política, la administración y las oportunidades de lucro ofrecen), sino más bien el surgimiento del capitalismo burgués con su organización racional del trabajo libre; o, en otros términos, el de origen de la burguesía occidental con sus propios características […].

      Agustín Pániker, el publicista español de ascendencia india, critica la postura de Weber por eurocentrista e inapropiada, sobre todo su afirmación de que en las demás culturas no se conoce la racionalidad. Pániker nos demuestra que el sistema decimal, que todo el mundo usa hoy en las matemáticas, es de origen indio. Lo novedoso de dicho sistema numérico consiste en incluir el cero como número válido. Esto es resultado de una alta abstracción. Además, nos recuerda que en la antigua filosofía india existieron corrientes materialistas racionales que solamente aceptaban afirmaciones comprobadas por hechos empíricos. Como Weber hace omisión a tales hechos históricos, Pániker censura la tesis de que solo en Occidente había arte y ciencia racional y que todo lo demás sería una

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