Economía del espíritu. Dorothea Ortmann

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se deja de lado a países en vías de desarrollo que no tienen las mismas condiciones ni autonomía para recuperar, en un corto plazo, aquel avance logrado que —dicho sea de paso— era solamente posible en base a la desigualdad entre países imperialistas y explotados sin mayor freno. Aquella teoría ignora la interrelación entre todos los países y el rol protagónico y dominante de algunos países capitalistas que no permite el desarrollo autónomo de ninguna economía que no se inserte en el sistema vigente. Para entender la modernización frente al atraso, la tesis de Weber revivió entre los teóricos latinoamericanos la idea de que capitalismo y modernidad son fenómenos confluyentes y, de esta manera, se reanimó la importancia de su obra (Bendix, 1964:12-13). A nuestro parecer, el capitalismo, como sistema económico, no ofrece ninguna alternativa para solucionar los problemas de la pobreza y el subdesarrollo de los pueblos latinoamericanos. Si nos dedicamos a estudiar el pensamiento de Weber lo hacemos con el interés de enfocar a este personaje como ideólogo, no tanto como sociólogo o historiador. Partimos del supuesto de que esta es su función específica, sobre todo en países donde se busca alternativas respecto al desarrollo propio.

      Las bases teóricas de la obra

      Contexto histórico social

      El pensamiento de Max Weber se inserta en la filosofía fenomenológica y la filosofía de la vida emergente a comienzos del siglo XX, y gira alrededor de conceptos como «racionalidad» y «cultura de Occidente». Con ello, Weber forma parte del coro de pensadores —con Wilhelm Dilthey, Theodor Mommsen, Leopold von Ranke, Oswald Spengler, Friedrich Nietzsche y Heinrich Rickert— que resaltan los logros de la cultura europea e indican al mismo tiempo su ocaso. Weber comienza su carrera intelectual en una época de crecimiento económico sin precedentes, cuando Alemania, de ser un país feudal económicamente atrasado, deviene en una potencia imperialista. Su desarrollo galopante entre 1845 y 1900 la llevó a colocarse a la altura de Inglaterra. Su producción de estaño y carbono se multiplicó en pocos años, alcanzando así los mismos, o quizá mayores, niveles que Inglaterra, la potencia mundial del momento. Dice Klein (1970:63):

      En los decenios después de 1871 el desarrollo turbulento de la economía y la tecnología cambió sustancialmente la posición de Alemania en relación con los demás países capitalistas. El hecho más importante fue que Alemania desafió el predomino indiscutible de Inglaterra entre los años 1845 y 1890. Por ejemplo, en el año 1880, Inglaterra produjo más que el doble de estaño que Alemania (1.3 millones de toneladas anuales frente a 0.6 millones), pero veinte años más tarde la industria alemana de estaño aventajaba a la inglesa de una manera obvia (6.6 millones de toneladas frente a 4.9 millones de toneladas). En la producción de hierro crudo Alemania casi recuperó la ventaja enorme que Inglaterra mantenía en el año de 1870 (8.5 millones de toneladas en Alemania frente a 9.1 millones de toneladas en Inglaterra). De década en década, la ventaja inglesa disminuyó en otro producto clave: el carbón.

      Lo particular de la situación de Alemania es que este rápido crecimiento económico fue generado por un pequeño grupo de industriales que buscaba mantener su monopolio. En lo político, encontramos una estructura que se forja sobre una mezcla de pequeña burguesía industrial y familias nobles que eran terratenientes o miembros del ejército. Como la unificación de Alemania de 1871 no había sido resultado de una revolución burguesa, como lo fue en su momento la de Francia o Inglaterra, sino fruto de una política militar y reaccionaria coordinada por Otto von Bismarck, el joven Estado alemán también asumió rasgos reaccionarios y militares. Eso se refleja claramente en la posición preponderante que ocupaba Prusia en aquella Alemania imperialista, reflejada en la representación de los escaños en el gobierno: de cincuentaitrés escaños, Prusia ocupaba diecisiete.

      La formación de Alemania unificada fue, además, resultado de una guerra con Francia después de la cual Alemania ocupó la región de Alsacia, motivo de permanentes conflictos entre ambas naciones. Tenía, además, problemas en la frontera con Rusia, que gobernaba los territorios de Polonia. La experiencia vital de Weber transcurre entre estas dos regiones con conflictos fronterizos. Por ello, nos parece importante que el lector cobre conciencia de esta circunstancia histórica; no era casual que Weber prestara atención a ellas en sus trabajos. Como joven intelectual, asumía una posición nacionalista muy sensible hacia temas de seguridad nacional. También nos parece interesante y llamativo que los Estados Unidos compartiera, en cierta manera, problemas propios de la Alemania imperial: no tenía colonias y tampoco jugaba un rol importante en el mercado mundial. Por ende, todavía no se imponía política y económicamente sobre las demás naciones, pero logró desarrollarse, al igual que Alemania, de ser un país insignificante, a convertirse en una potencia mundial en un plazo bastante corto. Weber experimentó este importante y rápido proceso y lo siguió en sus trabajos sobre racionalidad, progreso y desarrollo. Su formación intelectual fue influenciada por el historicismo, representado por Theodor Mommsen y Leopold von Ranke. Estos dos personajes fueron grandes celebridades de su época y su influencia fue directa y muy pronunciada. Dado que Mommsen fue informante de la tesis doctoral de Weber, podemos decir que fue padre intelectual de nuestro autor. En lo filosófico, se percibe la influencia de Wilhelm Dilthey y Heinrich Rickert y sus propuestas de una «filosofía de la vida». De allí se entiende el deseo de Weber por participar de la reconstrucción del espíritu de la época y el interés de auscultar la disponibilidad de las fuerzas psicológicas en los portadores de una sociedad nueva, basada en una organización racional de sus quehaceres cotidianos.

      La inquietud principal de Wilhelm Dilthey (1833-1911) fue la de devolver autonomía al pensamiento humano después de una larga influencia del naturalismo en la filosofía. Bajo la batuta de Dilthey, la filosofía alemana se desprende de un naturalismo filosófico que interpretó la vida humana sobre la base de relaciones mecánicas y causales de forma muy similar a los procesos de la naturaleza. Ya Immanuel Kant había intentado contraponer la percepción racional de la naturaleza al naturalismo filosófico. El filósofo de Kaliningrado del siglo XVIII descubrió que en la mente del observador no se produce una simple reproducción del objeto, sino que este queda siempre encadenado al fenómeno en varios procesos, por ende, se debe separar el objeto del fenómeno. El resultado al cual Kant llega es que el ser pensante capta solamente los fenómenos que luego la razón puede contemplar, pero no logra llegar más allá del plano de la contemplación, por lo que no capta al objeto en sí. El subjetivismo kantiano cuestiona que el ser humano pueda llegar a entender el mundo tal cual existe. Afirma que las ciencias naturales pueden describir el mundo natural y sus fenómenos, pero que la mente humana no puede presentarlo en su totalidad u objetividad porque sus representaciones quedan contaminadas por el factor subjetivo del ser pensante. Esto significa que se puede conocer descriptivamente la naturaleza —y esa es la función de las ciencias naturales—, pero no se llega a entender las relaciones vigentes entre las cosas y, por ende, no se comprende el mundo tal cual es. Por ello, la historia natural no coincide con la historia del pensamiento. El pensamiento está vinculado al ser pensante y sus explicaciones, lo que significa que la historia de la interpretación del mundo difiere y no puede coincidir con la naturaleza y su historia. Por lo tanto, se debe desarrollar una historia de las ciencias del pensamiento, que Dilthey llama «ciencias del espíritu». Con esta separación entre ciencias naturales y ciencias del espíritu, Dilthey apunta a una autonomía del ser pensante sin que este se deje dominar por el dictado de las ciencias naturales y sin la obligación de vincular el desarrollo humano con los resultados de las ciencias naturales (Dilthey, 1983:43).

      A diferencia de Kant, quien en la Crítica de la razón pura pretendió basar su epistemología en las ciencias naturales, Dilthey intentaba fundamentar su proyecto, expuesto en Crítica de la razón histórica, sobre los cimientos de las ciencias del espíritu, subrayando así que la razón no debe ser entendida como algo estático, sino como algo cambiante durante el proceso de la historia. La razón refleja, en cierta manera, las actitudes y prácticas culturales del ser humano como ente histórico. Dilthey pretende demostrar que la cosmovisión o interpretación del mundo como totalidad no se forja ni a partir de una metafísica, ni de una interpretación teórica totalizante y abstracta, sino a partir de las experiencias vividas por las personas y ello impregna

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