Economía del espíritu. Dorothea Ortmann
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El ataque de Pániker enfoca sobre todo en el hecho de que en la tradición occidental un intelectual copió de sus antecesores los estereotipos con respecto a otras culturas que luego nadie comprobó. No nos debe sorprender que el conocimiento sobre culturas lejanas se nutra de textos mitológicos. Por ende, no servirían para construir una teoría sobre ellos. Afirma también que la tesis de Weber de que el ordenamiento racional se construye sobre la irracionalidad salvífica de algunos grupos religiosos carece de argumentos sólidos porque los protestantes no eran más racionales o irracionales que los budistas zen o la gente que confesaba el neo confucianismo. Pániker sospecha en la argumentación de Weber la presencia de una buena porción de neocolonialismo que no permite juzgar las demás culturas con sus debidos méritos (2005):
Admitamos de una vez que el moderno capitalismo no es ni la única forma de capitalismo ni la sola economía «racional» posible. Dudo que los católicos de Venecia del siglo XIII, los jainistas de la India Occidental del XVI o los industriales japoneses del XX necesitaran de este precario don calvinista para producir sus capitalismos y modelos de prosperidad. Alain Touraine dice acertadamente que lo que Weber describe no es la modernidad, sino un modo particular de modernización. A decir verdad, el racionalismo ha sido una corriente bastante periférica en Occidente. La hegemonía se la lleva el dogmatismo eclesiástico cristiano. Y si Occidente se ha liberado de eso (cosa que todavía está por verse) no habría sido antes de la revolución darwiniana de mediados del XIX.
Motivos personales
Max Weber tenía varios motivos para escribir La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En primer lugar, podía usarlo como ejemplo para demostrar lo que él entendía como «tipo ideal». En segundo lugar, podía enseñar, mediante un tema muy puntual, cómo uno debe acercarse a procesos históricos para entenderlos en todos sus ámbitos. Según nuestro autor, no basta con explicar el desarrollo histórico de manera abstracta como un proceso social. Para llegar al fondo del entendimiento se necesita reconstruir las circunstancias bajo las cuales el individuo actúa y toma sus decisiones. De esta manera, veía la posibilidad de dar un ejemplo para presentar qué es lo que entiende como proceso de comprensión (verstehen). Este afán por entender los procesos sociales desde la perspectiva del individuo actuante es, de cierto modo, el hilo conductor en todos sus trabajos, pero nos parece que en La ética protestante y el espíritu del capitalismo se presenta de manera resaltante.
Aparte de estas motivaciones relacionadas con la teoría del conocimiento, hay circunstancias personales muy puntuales que impulsaron a Weber a publicar este ensayo entre 1904 y 1905: a partir de 1897, aceptó un llamado de la universidad de Heidelberg para asumir la cátedra de «Historia de la Economía»; lastimosamente, una crisis nerviosa le obligó a suspender todas sus actividades como catedrático. Es más, en el momento más álgido de su crisis no podía leer, escribir o caminar, sino permanecer sentado en un sillón junto a la ventana de su estudio, paralizado para cualquier actividad. Recién en la fase de convalecencia retomó la lectura de libros, que aparentemente nada tenían que ver con su área de investigación. Eran obras de Historia del Arte de todas las culturas del mundo que le proporcionaron el conocimiento necesario para poder compararlas entre sí. En 1902 ya se había recuperado de tal manera que pudo viajar a los Estados Unidos como orador en la exposición mundial de St. Louis. Durante este viaje llegó a conocer varias ciudades del Nuevo Mundo y a tener contacto directo con una sociedad en pleno auge de desarrollo capitalista, en el cual se presentaban los conflictos sociales de manera clara y palpable, como por ejemplo las ciudades de Chicago y Nueva York, lo que le hace regresar con nuevos impulsos para una investigación sobre el origen del capitalismo.
Las primeras visitas que Weber aceptó en su fase de convalecencia fueron de colegas de la Facultad Filosófica de la Universidad de Heidelberg. Ellos lo invitaron a presentar un artículo para la edición especial en conmemoración del aniversario de la institución en la primavera de 1902. En esta ocasión, Weber se animó a reseñar el libro Los fundamentos de la economía nacional, de Karl Roscher y Gustav Knies1. Ese encargo significaba para Weber aportar algo en la discusión con respecto a la metodología de investigación aplicada por estos dos pensadores en aquella obra. Con ello, obtuvo la posibilidad de medir sus fuerzas y, además, le ayudó a reinsertarse en el mundo intelectual. Todos estos factores influyeron de una u otra manera en la concepción y el desarrollo de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en la cual se presentan ya principios del pensamiento weberiano que el pensador más adelante desarrollaría, con mayor claridad, en su obra principal, Economía y sociedad.
Pero regresemos al desarrollo personal de nuestro autor para ver cuáles son los móviles para su trabajo. Después de haber terminado su tesis doctoral en 1891, sobre la agricultura en la Antigüedad, asume a pedido de su mentor del doctorado, el profesor Goldschmidt, el dictado del curso «Historia del Derecho». Por los años 1891-1892, trabaja de modo paralelo en su tesis posdoctoral, el curso que debía preparar y una investigación sobre la situación de los trabajadores agrícolas del este del Elba. Había aceptado esta investigación a pedido de los dirigentes de la Asociación de la Política Social. Esta institución se había formado a partir de los problemas sociales que acompañaron al proceso de industrialización en la Alemania imperial. Weber asistió a sus sesiones junto con su madre, quien por estos años comenzó a ejercer influencia sobre su hijo mayor. Los padres de Weber tenían cada uno su propia postura ante la vida, una circunstancia que fue causante de ciertas tensiones de la vida familiar y, a la vez, determinante en la productividad intelectual de Max Weber.
La madre, Helene Weber, de soltera Fallenstein, venía de una familia enraizada en la tradición calvinista, lo que significó que sus antepasados eran profundamente religiosos y vinculaban su ética religiosa con un gran esfuerzo para prosperar en la vida laboral. Helene intentaba trasmitir a sus hijos aquella actitud experimentada en la casa paterna, pero con poco éxito. En su juventud, Max Weber hijo no demostraba mayor interés en cuestiones religiosas, se dejaba orientar más bien por una ética del éxito, representada por su padre. Recién cuando entró en contacto con la familia de su madre comenzó a interesarse por problemas teológicos y el ethos religioso. En los últimos años de sus estudios universitarios Weber trabó relaciones muy estrechas con los Baumgarten, sobre todo con el sobrino, Otto Baumgarten, un pastor luterano (Weber, 1995). Fue él quien incentivó a Weber para colaborar con el movimiento del social cristianismo alemán. No obstante que Weber nunca llegó a ser un creyente practicante, participó en el movimiento socialcristiano. Creía que la religión en su forma institucionalizada era de gran importancia social, por ello la tomaba en serio. Además, le permitió demostrar que el mundo no se basa solamente en cuestiones materiales, una idea que le acompañaba desde sus estudios de la época de colegio. Con todo, Baumgarten, un poco mayor de Weber, le recomendó lecturas teológicas que fueron de mucha influencia en esta época. De allí llegó a conocer de cerca ciertos problemas tratados en la teología y en la filosofía de aquella época del cambio del siglo.
Más adelante, Baumgarten se hizo miembro de la Asociación de la Ética Social y editó una revista a la cual Weber aportó varias investigaciones. La madre de Weber ya era miembro de aquella asociación y convenció a su hijo para que también colaborara en ella. La idea principal de la Asociación de la Ética Social era sensibilizar a teólogos y políticos de corte conservador liberal, así como ciudadanos comprometidos con esa clase de política. Esta necesidad se presentó después del rechazo de la ley contra los socialistas, propuesta por Otto von Bismarck. El canciller exigía en dicha ley autorizar a las autoridades del Estado a desterrar socialdemócratas opuestos a las políticas sociales de entonces. Los diputados liberales, inclusive el mismo emperador Guillermo II, no aceptaron la dureza de la ley y la derogaron (Mommsen, 1973:110-111). «En enero de 1890 se opusieron a Bismarck, que deseaba convertir la ley contra los socialistas en una ley permanente que conservase