La frontera que habla. José Antonio Morán Varela

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La frontera que habla - José Antonio Morán Varela Nan-Shan

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si iba a pagarle otra vez para que rezara a la gente. Me respondió: no mi comando, esta hijueputa la traje para que mire lo que pasó por su culpa. Usted me autoriza y yo mato a esta maldita para que aprenda que con nosotros no se juega».25 Cuando llegó Arroyave le pidió a Don Mario «las coordenadas donde están atrincherados esos perros. Ya un político amigo me hizo el favor de coordinar con la Fuerza Aérea (del ejército oficial) para que hagan un bombardeo (...) espere y verá cómo esos hijueputas están muy bravos y no saben lo que se les viene encima».26

      En menos de una hora dos aviones Tucano y cuatro helicópteros Arpía de la Fuerza Aérea Colombiana arrojaban sus mortíferas cargas y, a las cuatro de la tarde, Belisario reportó que en esa zona «no quedó nada en pie, todos están muertos; la alegría también invadió a Miguel (Arroyave)».27 Pero en ese mismo momento el comando Pólvora comunicaba por otra frecuencia que ahora los de la Fuerza Aérea Colombiana estaban matando a muchos de sus hombres y que «nos tiraron una zamba (bomba) del grande de una vaca y eso hizo volar mierda (...) yo voy embalao con unos pelaos que nos quedan, a ver cómo nos podemos salvar».28 Hasta que Arroyave volvió a contactar con el general de la Fuerza Aérea para que subsanara el error cayeron otros veinte combatientes con fuego amigo, pocos en comparación con los más de trescientos que la aviación dio de baja en las filas de los Buitrago. Estos, reconociendo su inferioridad, decidieron finalizar la contienda: unos escaparon, otros se entregaron y a otros los capturaron.

      Belisario trajo las buenas nuevas: «Comandante, esos Buitrago ya están reventados, no creo que se paren (que se pongan de pie) más, ahora les dimos por donde les dolía (...). Jefe, ¿y qué hago con los muertos?».29 Don Mario —nos cuenta él mismo— dio la orden de identificar a los cadáveres de sus combatientes originarios de la zona para entregárselos a sus familiares junto con seis millones de pesos, gastos funerarios aparte; el resto de cuerpos de ambos bandos se meterían en fosas comunes «aunque fuera necesario picarlos para que cupieran»30 y los encargados de hacerlo no debían ser del Meta para que no sepan «dónde quedan las fosas y así nos curamos en salud que de pronto vayan con la Fiscalía y nos avienten y después el problema se nos viene encima».31 Arroyave estaba eufórico «les ganamos a esos hijueputas, a ese general que me apoyó (con aviones) le voy a besar las güevas si es necesario»,32 y mandó preparar «una fiesta y me encargó conseguirle unas niñas a los pelaos (...) y a los comandos más destacados les dan una vieja, una botella de whisky y todo el dinero que se les debe».33 Hubo un problema logístico porque solo consiguieron «cincuenta viejas (...) y a cada una le tocan veinte manes (...) y si se pegan los de Central Bolívar serían a 40 cada una»;34 el problema se resolvió poniendo un patrullero para hacer una rifa para los turnos con las prostitutas. A Belisario se le entregó un apartamento en Bogotá, a Pólvora una finca y a Voluntario una camioneta Hilux.

      Terminada la fiesta Belisario quería matar a veinticinco de los Buitrago que se habían entregado, pero no se atrevió a hacerlo sin el permiso de Don Mario. «Me paré al frente de ellos —relata Don Mario— y les dije que a quiénes les gustaría trabajar para nosotros, (...) quince dijeron de una que se quedaban con nosotros y dos dijeron que preferían que los matáramos (...) uno estaba muy mal herido, pero lo raro era que por donde le habían entrado las balas no tenía ni una sola gota de sangre».35 Don Mario se apiadó de él y pidió un médico pero el muchacho le imploró: «Señor, déjeme morir. Créame señor, no piense que estoy loco o que soy un cobarde, pero le digo que me tengo que morir hoy. Le voy a explicar. Lo que pasa es que hace ya un tiempo yo hice un pacto con el más allá para obtener protección. A mí me rezaron en cruz y según la persona que lo hizo, para que no me entrara el plomo yo tenía que obedecer algunas cosas que las ánimas pedían que hiciera y hoy ya me dijeron que me había llegado la hora. Por favor, le pido que me mate (...) Mire estas heridas, yo ya estoy todo podrido».36 Todos los presentes se quedaron de piedra y como Don Mario no sabía qué decidir le pidió consejo a Belisario, quien afirmó que «esas cosas sí existían y que era mejor matarlo». La situación provocó miedo en los presentes hasta el punto de que tuvo que elegir «a dos de los combatientes más bravos que tenían (...). Como a la media hora volvieron y contaron que le dieron todo el plomo del mundo y que no se moría y que para que se muriera lo tuvieron que coger a machete y picarlo».37

      Los seguidores del realismo mágico colombiano deben saber que sus escritores podrían perfectamente cambiar su desbordante imaginación por la simple documentación para recrear sus historias y el resultado sería similar; si además pretendieran aderezar sus relatos con narcotráfico, muerte, traiciones, corrupción y efectos paranormales, está demostrado que la realidad aporta tanta fantasía como las mentes de los novelistas. De no ser porque hemos contado con un cronista de primera mano, no podríamos creer la intrahistoria de la historia narrada.

      ¿Y qué ocurrió con los protagonistas de tan rocambolesca batalla? La guerra entre los clanes paramilitares que se llevó a más de un millar y medio de combatientes no terminó hasta la muerte de Miguel Arroyave, a quien de nada le sirvió moverse con un cordón de seguridad de doscientos hombres porque lo mataron los más cercanos;38 los Buitrago nunca se entregaron a la ley ni participaron en desmovilizaciones pero han ido cayendo uno a uno; Martín Llanos, el cabecilla principal, fue capturado junto a su hermano Caballo en Venezuela y extraditado a Colombia en 2012; el último de la saga —alias Junior— fue atrapado por comandos especiales en la selva del Casanare con numerosa información de políticos corruptos. Don Mario, el paramilitar de aficiones literarias, se acabaría convirtiendo en el narcotraficante más buscado del país hasta su detención en un operativo en 2009. Los hermanos Castaño, fundadores de la AUC terminaron sus días rematándose entre ellos o siendo asesinados por antiguos camaradas de armas.39

      • • •

      Pero esta batalla no se puede entender sin el contexto adecuado; el problema de y con los paramilitares en Colombia viene de lejos. Sus precursores aparecen ya en los setenta cuando, ante el acoso de la guerrilla y amparados por la ley, las élites rurales se armaron y fundaron las Autodefensas para amparar sus posesiones y su estatus; una década más tarde los carteles de Medellín y Cali crearon los escuadrones de la muerte para limpiar de indeseables —prostitutas, homosexuales, ladrones, etc.— sus espacios. Con este trasfondo y ya en los noventa, Fidel Castaño —alias Rambo por su afición al personaje televisivo— formó, en nombre de una cruzada anticomunista, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) para proteger a los hacendados a cambio de dinero. Más pronto que tarde, los paramilitares se olvidaron de sus principios y se ofuscaron en cómo enriquecerse con el lucrativo negocio de la cocaína aunque para ello tuvieran que extorsionar, robar o matar. Ninguna institución del Estado se salvó de sus corruptos y mafiosos tentáculos y consiguieron el triste mérito de ser los responsables de ocho de cada diez muertos en el ya de por sí complejo y sangriento rompecabezas colombiano.

      De alguna forma, los paramilitares hacían el trabajo sucio del Estado pero, a diferencia de sus colegas centroamericanos, no eran un mero apéndice suyo; necesitaban su debilidad para someterlo, a la vez que le temían porque los podía perseguir. La ambivalencia en que se instalaron con un pie en las alianzas con el Estado y otro en el narcotráfico al que ese mismo Estado combatía, los llevó a cometer todo tipo de tropelías, incluida la de aupar y derrocar políticos a su antojo, lo que se denominó la narcoparapolítica.

      Gracias a este contexto, en 2002 llegó al poder el presidente Álvaro Uribe arropado por una amplia mayoría desencantada de una retórica de paz —tanto por parte de políticos como de guerrilleros— y deseosa de seguir el viejo eslogan «Si quieres la paz financia la guerra». Amparado por una élite económica ansiosa de firmar el Tratado de Libre Comercio, por los paramilitares que buscaban enriquecerse lavando sus trapos sucios y por el apoyo económico de EE.UU., el presidente optó por el atajo militar para combatir a los guerrilleros.

      Al poco tiempo, acosado ya por la parapolítica, presionado por EE.UU. y reprochado por Naciones Unidas, ONG y ciudadanos hartos de tanta sangre, Álvaro Uribe propuso a los cabecillas paramilitares un acuerdo para su desmovilización a cambio de inmunidad en unos casos y de unas penas hiperrebajadas en otros. Los paracos se reunieron

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