La frontera que habla. José Antonio Morán Varela

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La frontera que habla - José Antonio Morán Varela Nan-Shan

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en vena a su personaje Sherlock Holmes), reyes como Jorge I de Grecia, Alfonso XIII de España o la propia Victoria de Inglaterra, presidentes de EE.UU. y zares de Rusia y hasta los papas Pío X y León XIII declararon sin tapujos su entusiasmo hacia la nueva bebida. Pronto surgieron competidores y adaptaciones (siempre con cocaína) entre las que destaca la que después se convertiría en el símbolo por excelencia del imperialismo estadounidense: la Coca-Cola.

      En paralelo a las actividades comerciales, también hubo movimientos en el mundo científico e intelectual. En 1883 Schoruff realizó estudios sobre la insensibilidad que la cocaína producía en la lengua; Koller la probó como anestésico primero en ojos de ranas y después en humanos; el médico militar Aschenbrandt explicó los prodigiosos efectos contra la fatiga en sus soldados tras haberla ingerido; vieron la luz numerosos informes sobre la cocaína como inhibidora de adiciones al alcohol y a la morfina y revistas especializadas corroboraron casi todo lo que la publicidad del Vino Mariani y sus competidores habían dicho en el sentido de que servía para todo: mareos, problemas de garganta, depresiones, dolores de estómago, timidez, dolor del crecimiento de los dientes de los bebés, longevidad, etc. La cocaína era la panacea.

      Hasta Freud se hizo fiel entusiasta. Escribió Über Coca teorizando sobre las bondades que él observó en sí mismo y en su paciente y amigo Fleischl a quien se la administró con el fin de sacarle de su adicción a la morfina que tomaba para paliar fuertes dolores. Incluso se la recomendó a su amada Martha diciéndole: «Ya verás quién es más fuerte, si una dulce niñita que no come lo suficiente o un viejo alborotado con cocaína en el cuerpo».50 En 1889, el padre del psicoanálisis publicó La interpretación de los sueños51 mientras era usuario habitual de la sustancia.

      Pero antes de que terminara el siglo se comenzó a ver la otra cara de la moneda. Fleischl, el amigo de Freud, cada vez necesitaba dosis mayores de cocaína para aplacar sus dolores y cayó en una psicosis tóxica con las clásicas visiones de insectos; los médicos en general hicieron hincapié en lo nocivo de la cocaína y comenzó a ser vista como el moderno azote adictivo de la humanidad; casi de repente se proscribió lo que antes se adquiría sin cortapisa alguna. En 1914 EE.UU. aprobó la Harrison Act para regulación de drogas, entre ellas la cocaína, y el resto de los países le siguieron con leyes prohibicionistas que a nivel nacional e internacional llegan hasta nuestros días.

      El entusiasmo con que la sociedad occidental había recibido las bondades de la cocaína, se convirtió en pocos años en la epidemia a combatir y el sentido común, que ya se había ausentado en la época de la euforia, no reapareció en los años de las prohibiciones. No se diferenció entre uso y abuso de la sustancia, ni entre quién producía y quién consumía la cocaína, ni entre sus características y las del opio; todo se midió por el mismo rasero. Hasta tal punto llegó el sinsentido que se prohibió no solo la cocaína sino el uso de la hoja de coca (salvo para fines médicos y científicos). Con los años veinte llegaron las cruzadas para erradicar la ancestral costumbre a base de ideología camuflada de ciencia; hicieron lo posible por terminar con la reverenciada planta como si ahora fuera la culpable de todos los males de la humanidad, incluida la pobreza y el atraso de los pueblos que siempre la habían consumido.

      Como dice Wade Davis, refiriéndose a Perú, «ningún funcionario de salud pública hizo lo obvio: analizar las hojas para encontrar, exactamente, qué contenían», y, cuando se investigó, se vio «que la coca era inofensiva, que la cantidad de cocaína en las hojas era reducida y que absorbida con unos cuantos elementos más, se mitigaba el efecto del alcaloide (...) contenía tan impresionante cantidad de vitaminas y minerales que Duke (Jim Duke) la comparaba con el contenido nutricional promedio de cincuenta alimentos consumidos regularmente en Sudamérica».52 La asociación que actualmente se sigue haciendo de las hojas de coca con la cocaína no expresa más que la ignorancia de políticas lideradas por EE.UU. y secundadas por casi el resto de los países que contribuyen a criminalizar lo que no es más que la expresión cultural de unos pueblos para adaptarse a sus circunstancias. Lo que está claro es que la cocaína traspasó fronteras físicas y culturales y que no da marcha atrás por mucha prohibición que haya contra ella.

      • • •

      Si cuando mataron en 2007 al Negro Acacio el tráfico de cocaína era más que considerable, cinco años después, en 2012, se calcularon en 78.000 las hectáreas cultivadas y en 165 las toneladas obtenidas; pero para 2017 las primeras habían ascendido a 230.000 y las segundas a 900. Algunos acusan el incremento a la detención de las fumigaciones a raíz de los acuerdos de paz y otros a la irrupción de nuevos actores en las zonas abandonadas por los guerrilleros; lo cierto es que los narcoparamilitares, ahora sin la competencia de las FARC, han ido encontrando la manera de burlar los obstáculos que les han puesto; si les decomisan sus cocinas en la selva, las llevan a alta mar a barcos de pescadores; si vigilan más las fronteras, contratan a técnicos de la ex—unión soviética para construir minisubmarinos de fibra de vidrio con los que llegar a Centroamérica;53 si se complica la venta en Colombia, se exporta el cancerígeno modelo a México y Guatemala.

      Según todos los indicios, siguen a pleno rendimiento las tres zonas de Colombia por donde se saca el blanco maná; una de ellas es la comprendida entre Meta, Caquetá y Guaviare adonde con toda probabilidad se dirigía a cargar la avioneta que acabábamos de ver y que reemprendería el vuelo hacia Venezuela o Brasil.54 Es evidente que la frontera con Venezuela sigue siendo una zona caliente del narcotráfico aunque este haya mudado de rostro. Todos los datos indican que en EE.UU. y Europa cada vez hay más consumidores y más posibilidad para adquirir cocaína a más bajo precio, por lo que el negocio no cesa; algunos cálculos señalan que en el país de América del Norte se produce una muerte por sobredosis cada cincuenta minutos. Por eso no extraña, en principio, que Jesús Santrich, miembro de las FARC participante en los diálogos de paz, fuera detenido el nueve de abril de 2018 bajo la acusación (muy poco fundamentada según todos los indicios) de haber enviado diez toneladas a EE.UU., ni que se tengan cada vez más noticias de cómo redes mafiosas mexicanas, italianas y rusas se van instalando en Colombia.

      A la luz de todo lo ocurrido con la hoja de coca, habría que recuperar las proféticas palabras sobre la coca que un sacerdote del templo de la Isla del Sol del lago Titicaca pronunció en 1500 ante su público antes de ser torturado y asesinado por los españoles:

      Para vosotros será espiritualidad, para ellos idiotez (...) y cuando los blancos traten de hacer lo mismo y se atrevan también ellos a usar esta hoja como vosotros, a ellos les sucederá lo contrario. Su jugo, que para vosotros será la fuerza de la vida, para vuestros dominadores será un vicio repugnante y degradante. Mientras para vosotros, indígenas, será un alimento espiritual, a ellos les causará idiotez y locura...55

      • • •

      —¿Te has fijado que no hemos visto militares en todo el trayecto aunque Alicia la de Puerto Carreño nos había dicho que estaban por todas partes? —me preguntó Silvia durante un paseo por Garcitas.

      —Sí que me había percatado, pero no encuentro la lógica porque la zona sigue caliente y el ejército tiene más efectivos libres para concentrarse en ella; necesitamos más tiempo para interpretarlo. Desde luego —continué en tono conspirador—, se debe a decisiones tomadas en las altas esferas con algún objetivo. ¿Y si al gobierno le interesara que no se pacifique completamente el país para justificar el enorme gasto militar y el apoyo estadounidense?

      —Ve un poco más allá —prosiguió en el mismo tono—. Fíjate que los partidos políticos que ascienden en todas partes son los que tienen un enemigo claro al que combatir, ya sea real o inventado. En Colombia, si dejan residuos del conflicto armado, no necesitan inventarse nada.

      —Me pregunto qué pensarán los de Garcitas de todo el asunto porque ellos están directamente afectados —contesté pensativo.

      —Sí, los de Garcitas

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