Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips

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Baila conmigo - Susan Elizabeth  Phillips

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parece lógico. —Asintió con la cabeza.

      Phish, de repente, pareció avergonzado.

      —Me había olvidado de tu reciente pérdida. No llegué a conocer a tu esposa, pero estoy seguro de que era una buena persona. —Se dirigió a toda prisa hacia la puerta principal—. Tengo más en el coche. Invita la casa.

      Phish se fue poco después de entregarle otra bolsa de dónuts del día. Ese pequeño respiro le había dado a Tess la oportunidad de poner en orden su cabeza y, tan pronto como Phish salió por la puerta, se giró hacia North.

      —No vas a huir de tu hija. Es tu responsabilidad. Y aunque pienses abandonarla y…

      —No voy a abandonarla. Tendrás todo lo que necesites.

      —Lo que cuenta no es lo que yo necesito. Es lo que necesita ella.

      Su expresión pétrea se lo dijo todo.

      —Da igual. Lo dejo. —Tess sacó al bebé del canguro.

      —No puedes. —Al final, había conseguido ponerlo nervioso.

      —Cógela. No voy a formar parte de esto. —Alcanzó una manta para bebés con la mano libre.

      —¡Está bien! Tú ganas. ¿Qué es lo que quieres? —Dio un paso atrás.

      —Que no la abandones. —Tess quería que fuera un padre para ese pequeño esbozo de ser humano, pero eso llevaría un tiempo.

      —¿Quieres que me quede en la escuela?

      —Sí, donde ella esté es donde debes estar tú. —Eso era lo último que quería Tess. Porque ella también tendría que quedarse. Envolvió al bebé—. Como se te pase por la cabeza dejarla, me largo. ¿He sido lo bastante clara? —Tess estaba tan obsesionada con la importancia de mantener a padre e hija juntos que no había pensado en lo que supondría compartir el mismo espacio con él, pero no veía alternativa.

      —Clarísima —repuso él sin apenas mover los labios.

      —Necesito cambiarme de ropa, y no puedes seguir posponiéndolo eternamente. Tarde o temprano tendrás que cogerla en brazos. —Wren había empezado a moverse de nuevo.

      —Más tarde. Recuerda que estoy resfriado.

      —Creo que estás curado y… —Se interrumpió antes de añadir nada más. Si tenía que convivir con él, necesitaba negociar algún tipo de paz. Sabía de sobra detrás de cuántos disfraces podía esconderse la pena, e iba a hacer lo que había jurado que no haría cuando llegó a Tempest. Mantuvo la voz firme, los ojos secos—. Entiendo el luto mejor de lo que piensas. Perdí a mi marido. Era demasiado joven y no debería haber muerto. —Sonó dura, como si hubiera ocurrido hacía mucho tiempo y ya se hubiera recuperado. Algo muy alejado de la verdad.

      —Siento oírlo. —Una afirmación simple y directa que no contenía ni pizca de pesar.

      —Solo te lo he contado para que no pienses que no soy empática, pero tú tienes una hija, y necesita a su padre. Ahora mismo puede no parecerte un gran consuelo tras perder a tu esposa, pero tal vez lo sea dentro de poco. —Las palabras sonaban huecas, pero a la vez quizá fueran ciertas. Si ella y Trav hubieran tenido un hijo… Pero su marido no había estado preparado.

      —Todavía no te has enterado, ¿verdad? —North dejó un dónut mordisqueado encima de la bolsa de papel.

      —¿Enterarme de qué?

      —Bianca no era mi esposa. —Se frotó la cicatriz del dorso de la mano.

      Wren soltó un pequeño vagido de protesta. Tess miró a North fijamente.

      —Pero… —Bianca se había referido repetidamente a él como su «marido», y no parecía una mujer a la que le preocupara el qué dirán, así que Tess no creía que se avergonzara de ser madre soltera—. ¿Por qué decía que eras su marido?

      —Tengo que hacer algunas cosas en la casa. Volveré a por ti. —Cogió las llaves de su coche.

      —¡Espera! No puedes irte así como…

      Por lo visto, sí que podía.

      ***

      Ya en la escuela, Ian se quitó la chaqueta y la tiró al respaldo del sofá. Tenía la camisa pegada al pecho por culpa del sudor. Había mentido sobre lo de que tenía cosas que hacer. Había mentido porque Tess querría una explicación y, cuando se trataba de Bianca y él, las explicaciones eran complicadas.

      Miró el salón diáfano que se extendía a su alrededor. Aquella casa en la cima de Runaway Mountain debería haber sido un retiro perfecto. Allí no lo agobiaban galeristas aduladores ni había aspirantes a apóstoles llamando a su puerta. En Manhattan, todos los que se movían en el mundo del arte querían algo de él: su aprobación, su tutela, su dinero. Había pensado que podía escapar de allí y descubrir quién era como artista a los treinta y seis años, dejar atrás la etapa de niño rebelde. Que encontraría un nuevo rumbo que tuviera sentido. Pero había cometido el fallo de rendirse a las súplicas de Bianca y dejar que lo acompañara. Por eso ella estaba muerta y él tenía que lidiar con las consecuencias, incluyendo la perturbación que suponía Tess Hartsong, que resultaba tan fuerte como la del bebé.

      Miró al fondo de la sala, donde estaba la puerta cerrada de la habitación donde Bianca había muerto. Él había permitido que ella dijera que estaban casados.

      Y a pesar de que Bianca ya no estaba, había seguido esperando a que sonara el teléfono, como había sonado tantas veces antes.

      «¡Ian! He conseguido un nuevo trabajo. Una tienda pop-up para ese nuevo y fantástico diseñador de ropa de hombre. ¡Es increíble! Estoy deseando que lo conozcas».

      «El fin de semana me voy a Aruba con Jake… Es alucinante. Ya lo verás. Nunca me había sentido así con nadie».

      «Ethan quiere que me mude con él. ¡Madre de Dios! Es tan fabuloso. No me importa que sea actor. Es diferente».

      «Ian, he tenido un día de mierda. ¿Te importa si me paso?».

      «Ian, la vida es una mierda. Voy a llevar vino».

      «Ian, ¿por qué la gente tiene que ser tan asquerosa? Ven a buscarme, porfa».

      Y Bianca le había dejado un desastre más para que él lo limpiara. Y lo haría, como siempre.

      ***

      En la escuela hacía calor, pero sin Bianca corriendo hacia la entrada para darle la bienvenida, a Tess le pareció fría. Ian fue hacia la escalera con su maleta en una mano y las cosas que ella le había pedido que llevara para el bebé en la otra.

      —Vosotras dos podéis quedaros con mi habitación. Está arriba. —Sonaba tan poco acogedor como estar bajo una tormenta de granizo.

      La escuela solo tenía dos dormitorios, lo que significaba que él se quedaría con el de abajo. La habitación donde…

      La sombra de la muerte de Bianca vagaba por todas partes. Tess, instintivamente, abrazó a Wren con más fuerza. Vivir en

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