Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Baila conmigo - Susan Elizabeth Phillips страница 15

Baila conmigo - Susan Elizabeth  Phillips

Скачать книгу

arrulló a su hija mientras le acariciaba la espalda. Tess liberó la placenta. El cordón dejó de palpitar, ya no era un salvavidas. Lo ató. Lo cortó.

      Y en ese preciso instante, llegó el infierno.

      —Tengo frío. Tengo mucho frío.

      El cerebro de Tess se disparó. La tez de Bianca se estaba poniendo azul. A Tess le comenzó a picar su propia piel.

      —Quítate la camisa —le ordenó a Ian.

      La miró fijamente y con cara de bobo.

      —¡Quítate la camisa! —ordenó, recogiendo a la pequeña de los brazos de Bianca y entregándosela a Ian—. Sujétala contra tu piel. ¡Mantenla caliente!

      Bianca se atragantó y luego vomitó.

      Un chorro de sangre surgió de entre sus piernas…

      Estaba teniendo un ataque.

      —¿Qué pasa? —gimió North—. ¿Qué le está pasando? ¿Por qué se está ahogando?

      Tess luchó por comprender lo que estaba pasando. Nunca había visto nada como eso, pero sabía lo que era.

      «Embolia de líquido amniótico».

      Con una claridad aterradora, las palabras que había escuchado en una conferencia mucho tiempo atrás pasaron por su cabeza como si las hubiera presenciado ayer.

      «… Es una de las complicaciones más raras del embarazo… Las células entran en el torrente sanguíneo de la madre y desencadenan una reacción alérgica… Líquido amniótico, la piel del feto o incluso un fragmento de la uña del bebé… Los tubos bronquiales se estrechan. Las vías respiratorias se cierran…».

      La última parte la recordaba palabra por palabra:

      «… A menudo, tiene como resultado la muerte de la madre».

      Era una complicación grave, pero muy poco frecuente, y era tan rara que la mayoría de las comadronas se jubilaban sin haber tenido que enfrentarse a ella. Una complicación con una tasa de mortalidad del ochenta por ciento…

      Tess agarró una toalla y la apretó contra el torrente de sangre. Su mente se aceleró mientras luchaba por encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera hacer para detener lo inevitable. Se sentía mareada, con náuseas.

      —¿Qué le pasa?

      —Shock anafiláctico. —El dulce y empalagoso aroma de la sangre invadió sus fosas nasales, pero se recompuso lo suficiente como para hablar—. Es una reacción alérgica a las células del bebé. —Una reacción alérgica mortal—. Es muy poco frecuente... e imprevisible. —Como si fuera un consuelo.

      Bianca gritó de dolor borrando todo lo que sucedía alrededor. Incluso mientras Tess oprimía la hemorragia, la presión sanguínea de Bianca seguía cayendo. Pronto no sería capaz de respirar. Necesitaba catéteres arteriales, un tubo de respiración, un ventilador. E, incluso, con toda la intervención de la medicina moderna, las mujeres seguían muriendo por aquello.

      Sin esa intervención quirúrgica… Tess luchó contra el pánico.

      —¡No lo entiendo! —gritó él—. ¿Por qué no haces nada?

      Porque no había nada que hacer.

      «Tu esposa se está muriendo, y no puedo salvarla».

      No podía decirlo en voz alta. No podía decirle que, al cabo de unos minutos, la vida de Bianca se iba a apagar por una complicación tan rara, tan catastrófica, que era casi incomprensible.

      Se sentía indefensa. Tan indefensa como se había sentido cuando Trav se estaba muriendo. El corazón le latía tan fuerte que lo sentía en la garganta. Toda su experiencia, todos sus años de experiencia no servían para nada.

      Bianca había empezado a gemir, asfixiándose. Su garganta se estaba cerrando. Tess tuvo que tomar una decisión imposible: podía hacer una traqueotomía sin anestesia, usando cualquier herramienta que hubiera en la casa. La más brutal y bárbara traqueotomía imaginable. El dolor sería insoportable. Y ¿con qué propósito? No la salvaría, solo haría su muerte más dolorosa.

      —¡No puede respirar! ¡Haz algo!

      Miró a Ian North. Vio su miedo y su perplejidad mientras el bebé yacía, olvidado, contra su pecho. En un momento, su esposa estaba arrullando a su hija y, en el siguiente, se estaba muriendo. Tess negó con la cabeza, sin decir nada, dándole a entender lo que no podía decir en voz alta.

      —¡No puedes dejar que ocurra! —Ian torció la boca y su gruñido, tan primitivo que apenas era humano, la atravesó.

      Tess se dio la vuelta, odiando su impotencia, odiándose a sí misma. Mientras Bianca jadeaba en busca de aire, Tess le acarició el pelo y luchó contra las lágrimas, tratando de calmarla, de consolarla.

      Los ojos de Bianca recorrían frenéticamente la habitación buscando a su bebé, el bebé olvidado contra el pecho de su padre. Gritó de nuevo por el dolor. Su mirada se topó con la de Tess. Sus ojos estaban vacíos y, aun así, hablaban.

      —Te lo prometo —susurró Tess mientras Bianca se desvanecía—. Te lo prometo.

      Veinte minutos después, Bianca estaba muerta.

      4

      El cuerpo de Bianca estaba inmóvil y ensangrentado.

      North estaba quieto como una estatua.

      El bebé…

      Tess se obligó a levantarse de la cama. Y cogió a la pequeña tragándose un grito. Era demasiado. Todo había sido demasiado. Eso no debería de haber pasado nunca.

      Pero había muchas cosas en la vida que no deberían pasar y, sin embargo, pasaban.

      North se movió. Unos segundos después, la puerta principal se cerró de golpe. Se había quedado sola. Sola con una muerta y una niña indefensa.

      Moviéndose de forma automática, envolvió el torso del bebé en papel film y luego en el trozo de manta que North había cortado. Se abrió la sudadera y acunó el pequeño cuerpo contra su piel. En la oscuridad de la sala de estar, sentada en el sofá, se mantuvo de espaldas a la puerta cerrada de la habitación donde reposaba el cuerpo inmóvil y frío de Bianca, su amiga charlatana y egocéntrica. La amiga a la que no había podido salvar. Por primera vez en su carrera, Tess había perdido a una madre, y nada ni nadie iba a arreglarlo.

      Las horas pasaron. No podía gritar. No podía llorar. La ira la mantenía muda. Se había dedicado a cauterizar la placenta mientras la sangre de Bianca manaba sin coagularse. Tess insufló su propio aliento al frágil bebé, no más grande que un pájaro. Había perdido a la madre. No podía perder a la hija.

      Contó los segundos entre las inspiraciones de la criatura, escuchó los pequeños gemidos y observó los débiles aleteos que indicaban que aún vivía. La luz rosada comenzó a filtrarse a través de las ventanas. Terminaba la noche más larga de su vida. Cubrió

Скачать книгу