Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips

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Baila conmigo - Susan Elizabeth  Phillips

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se levantó, miles de agujas le atravesaron las piernas. La pequeña, acurrucada contra ella, aún respiraba por sí misma. Todavía estaba viva.

      A través de la ventana, vio cómo el helicóptero aterrizaba en la zona de césped entre la escuela y el barranco que se abría detrás. Donde antes solo había habido tranquilidad, en ese momento había una gran conmoción.

      —Guardia Nacional, señora. —Dos médicos irrumpieron por la puerta principal, que estaba abierta.

      —La madre está en el dormitorio. —Tess apenas podía hablar.

      Uno de los médicos desapareció en esa dirección. El segundo, poco mayor que un adolescente, se acercó a ella. Tess sabía que debía de parecer una salvaje con la ropa manchada de sangre, así que intentó recomponerse y actuar como una profesional, aunque nunca más volvería a ejercer.

      —Soy enfermera y matrona. El bebé se ha adelantado más de un mes. Está respirando por sí misma, pero necesita ir a un hospital. La madre… —Le costaba pronunciar las palabras—. Una embolia de líquido amniótico.

      La respuesta era simple, aunque debería confirmarse con la autopsia. Sería la respuesta científica. Pero ella lo sabía, su propia ira había provocado todo eso.

      Sacaron el cuerpo sin vida de Bianca en una camilla.

      —Me llevaré al bebé —dijo el médico más joven acercándose.

      —No. Tiene que llevarnos a las dos. —Tess no era la madre y esperaba que el médico se resistiera, pero él asintió con la cabeza.

      Durante el viaje en helicóptero, no vio nada más que al bebé en la incubadora portátil y el cuerpo de Bianca, cubierto, frente a ella. Cuando llegaron al hospital, Ian North no estaba por ninguna parte.

      A pesar del horrible aspecto de Tess, la enfermera jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales le permitió quedarse mientras conectaban a la criatura a un monitor y le ponían una vía intravenosa.

      —Ha tenido un comienzo difícil —confirmó la enfermera—, pero lo has hecho todo bien y la niña aguanta.

      «No todo —pensó Tess—. He perdido a la madre».

      El bebé pesaba dos kilos y medio, un peso muy decente para una niña prematura; aun así, la pulsera de identificación parecía un neumático alrededor de su tobillo. Cuando la criatura estuvo a salvo en la incubadora de la UCI neonatal, la enfermera la miró.

      —Ve a lavarte —le indicó con suavidad—. Nosotros la vigilaremos.

      Tess se sentía sucia, exhausta, derrotada. Vio a Ian North desplomado en una de las sillas de vinilo de la sala de espera, con los antebrazos apoyados en los muslos y la cabeza hundida entre las manos. Una parka abandonada yacía en la silla, a su lado. El barro seco que le cubría las botas y los vaqueros sugería que había atravesado la tempestad; así es como debía de haber conseguido pedir ayuda. Se obligó a acercarse a él.

      —Lo siento. —Su voz era plana, sin emoción; una disculpa inútil por algo que jamás había imaginado que pudiera ocurrirle.

      Él la miró con los ojos carentes de vida. Tess no le explicó que no podría haber salvado a Bianca. ¿Cómo sabía que eso era cierto? Ninguna explicación le traería a su esposa de vuelta, y ella no merecía perdón alguno.

      —¿Te ha hablado el médico sobre tu hija? —le preguntó.

      Él asintió con cortesía.

      —¿La has…? ¿La has visto?

      —No.

      —Deberías verla.

      Ian cogió la parka y se puso de pie.

      —Tú tomas las decisiones médicas. Yo firmo el papeleo. —Sacó un fajo de billetes del bolsillo, se lo tiró y se dirigió al ascensor—. No vayas a cagarla en esto también.

      ***

      Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Ian se apoyó contra la pared. ¿Cuándo se había convertido en un capullo? ¿En un ser tan despiadado como su padre?

      Bianca se había ido. Su hermosa y frágil Bianca… Su inspiración, su carga, su piedra angular, su castigo…

      Se frotó los ojos. Trató de aflojar la tensión que le oprimía el pecho. Había caminado kilómetros en la oscuridad, arrastrándose entre los árboles y los matorrales congelados, esquivando como pudo los campos inundados mientras intentaba encontrar cobertura para llamar. Tenía que pedir ayuda, tenía que conseguir un final diferente.

      La pila de su linterna se acabó, pero había seguido moviéndose, unas veces había logrado evitar algunos troncos caídos y raíces enredadas, otras no. Cuando por fin alcanzó la carretera, intentó hacer autostop, pero no circulaban muchos coches por la autopista, y los que pasaban no se mostraron dispuestos a recoger a un vagabundo lleno de mugre.

      Amaneció antes de que lograra llamar a alguien. La policía estatal lo recogió poco después y lo llevó al hospital, cuyo personal lo condujo a una pequeña sala de espera. Por fin, apareció una trabajadora social para decirle que su hija había llegado y que podía pasar a verla. Había mandado a la mierda a aquella mujer.

      —No podemos estar seguros todavía, pero todas las señales apuntan a que su mujer sufrió una embolia de líquido amniótico. Es una complicación mortal sin la debida intervención quirúrgica —le explicó un médico tras presentarse.

      Ponerle un nombre a lo que había sucedido no cambiaba el resultado. Bianca se había ido.

      El ascensor no se había movido. Ian se había olvidado de pulsar el botón.

      El médico le había hablado del bebé. No recordaba mucho de lo que le había dicho. No le importaba. Pero a Tess Hartsong sí le importaba esa niña y, como él no tenía corazón, le había echado toda la mierda encima a la infeliz bailarina endemoniada. Y así estaban.

      Las puertas del ascensor se abrieron. La mujer que lo miró desde el otro lado retrocedió rápidamente. Le escocían los ojos. Sentía la garganta como si fuera papel de lija.

      Bianca estaba muerta, y había sido culpa suya.

      ***

      Tess miró el fajo de dinero que North le había lanzado antes de marcharse. Le quemaba la palma de la mano. No quería su dinero. Estaba mal que él hubiera abandonado a su hija, que hubiera confiado en alguien que apenas conocía para tomar decisiones de vida o muerte. Pero Tess conocía el dolor demasiado bien, y casi lo había entendido.

      Una de las enfermeras le entregó un pijama sanitario y una bata. No soportaría volver a ver su ropa ensangrentada y la tiró a la basura. Solo vaciló ante la sudadera de Trav, pero a partir de ese día olería a sangre y muerte. Así que se deshizo de ella junto con los vaqueros, luego se encerró en el cuarto de baño y vomitó.

      ***

      Se quedó dormida en uno de los sillones de la UCI neonatal.

      Vio la cara torturada de Bianca.

      «¡Ayúdame! ¿Por qué no me ayudas?».

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