Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips

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Baila conmigo - Susan Elizabeth  Phillips

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está conociendo a todo el mundo. Dice que mucha gente del pueblo le debe su trabajo a Brad Winchester. Es el pez gordo de por aquí».

      «Tess dice que los pueblerinos recelan de los jubilados que se han mudado desde otros estados, pero no lo demuestran por el dinero que traen…».

      «Tess dice que ha conocido a algunos artistas: un tipo que trabaja con hierro, y dice que hay una mujer que hace mandolinas. Deberíamos hacer una fiesta».

      Por encima de su cadáver. Y ya se estaba cansando de oír eso de: «Tess dice…». Al parecer, Tess no había mencionado a ninguno de los ermitaños y preparacionistas que andaban por las montañas. Había conocido a varios cuando había ido de excursión, incluyendo a algunos con hijos. Eran un interesante grupo de ecologistas que querían reducir su huella de carbono, teóricos de la conspiración que se escondían del apocalipsis y un par de fanáticos religiosos.

      Ian se acercó al mostrador. Tess tenía el delantal lleno del azúcar glas de las rosquillas. Nunca entendería por qué esas densas y polvorientas rosquillas se consideraban dónuts. Salvo por su forma, no tenían nada en común con un dónut glaseado y ligero.

      —Una taza de mezcla de café de la casa, más una ración de tostadas y un par de rosquillas. Glaseadas. —Sabía lo que quería, pero, de todas formas, miró la pizarra del menú.

      —¿Vas a dejar que Bianca beba algo? —Sin preguntar si las rosquillas eran para tomar o para llevar, Tess las metió en una bolsa de papel blanco, con el resto del pedido, y le dio el café en una taza de papel en lugar de en una de porcelana.

      —Supongo que eso depende de ella.

      —¿En serio? —Sus manos se quedaron quietas en la caja registradora mientras lo miraba.

      —¿Adónde quieres ir a parar? —No le gustaba andarse con sutilezas.

      —Una taza de café no le hará ningún daño.

      —Lo recordaré.

      —¿Dónde te hiciste esa cicatriz del cuello?

      —Tratando de meterme bajo una cerca de alambre de espino, huyendo de la policía cuando tenía dieciocho años. ¿Quieres saber cómo me hice las demás? —La mayoría de la gente era demasiado educada para preguntar, pero a ella no parecía importarle la cortesía.

      A él tampoco.

      Tenía una marca en el brazo, consecuencia de un desagradable encuentro con un perro guardián en Nueva Orleans. Otra, en la pierna, que se había hecho al caerse del tejado de un edificio de apartamentos en Berlín. Cuando uno se había pasado tanto tiempo de su vida subiendo escaleras y caminando a escondidas por las oscuras calles de una ciudad, estaba destinado a encontrarse con esas mierdas.

      La que más apreciaba era la marca dentada del dorso de la mano. Su trofeo por marcar el Porsche de su padre. Era el recordatorio de una paliza que nunca olvidaría, junto con la evidencia de que se había defendido.

      —No. No es necesario. —Desdeñó su pregunta y también lo desdeñó a él.

      Ian cogió el café y el cambio. En lugar de irse, como ella parecía esperar, se sentó en el extremo opuesto de la barra y abrió la bolsa de dónuts.

      Entró una mujer. Él no sabía si era una reina local que regresaba a casa, pero su rostro en forma de diamante y su rubia belleza descolorida parecían confirmar que así era. Sin embargo, el corte de pelo estilo bob había perdido su encanto y los huesos faciales se habían afilado. Veinte años antes, tal vez hubieran sido unas facciones turgentes, pero ahora solo eran huesos.

      —Tess, ¿puedo hablar contigo?

      —Hola, señora Winchester.

      «Winchester».

      Incluso él había oído hablar del chico del pueblo que montó una empresa de dominios de internet y luego vendió el negocio por una fortuna que usó para financiar su carrera política.

      —Hola, Ava. —Tess hizo un gesto con la cabeza a la adolescente que acompañaba a la mujer.

      Y allí estaba la actual reina de la belleza. Rubia como su madre, pero con carne sobre los huesos. Mejillas redondas, labios rosados, en pleno florecimiento. Sonrió a Tess y luego dejó a su madre para unirse a otros dos adolescentes en una mesa junto a la ventana.

      —¿Podemos hablar en privado? —La señora Winchester señaló con la cabeza hacia la parte de atrás de la tienda.

      Tess era la única camarera en esos momentos, pero se dirigió hacia el minúsculo pasillo junto al baño. Ian las veía, pero no oía lo que decían.

      La señora Winchester fue la que más habló e hizo gestos tan cortantes como su propia fisionomía. Cuando Tess por fin le respondió, parecía tranquila ante el ataque. La señora Winchester sacudió la cabeza y rechazó lo que quiera que Tess hubiera dicho. Mientras tanto, su hija, Ava, se esforzaba por no mirar a su madre.

      Su curiosidad le estaba incordiando. No quería tener nada que ver con ningún drama humano que ocurriera a su alrededor. Recogió el dónut que le quedaba junto con el café y dejó una propina de un dólar en la mesa. No le gustaba que Bianca se quedara sola mucho tiempo.

      3

      La tormenta comenzó un viernes, el primer día de marzo, un mes después de que Tess empezara a trabajar en La Chimenea Rota. Llovió todo el día y también el siguiente. El domingo por la mañana, la temperatura había descendido por debajo de cero, la lluvia se había convertido en aguanieve y el arroyo Poorhouse parecía un río. En lugar de ir a trabajar, Tess quería acurrucarse bajo una manta junto a las ventanas y ver cómo el agua del arroyo se acercaba a la puerta trasera.

      La noche anterior, su Honda CR-V había logrado avanzar a duras penas por la carretera, porque los márgenes estaban inundados. Pero era imposible que el coche pudiera llegar al pueblo con el agua invadiendo la calzada. Tendría que ir al trabajo andando más de un kilómetro por la montaña, aunque la caminata de vuelta sería todavía peor. Todo por un trabajo que había aceptado por capricho.

      La cobertura del móvil era irregular, pero tenía suficiente señal para llamar a Phish, que estaba en Nashville, resacoso después de un concierto de rock.

      Cuando le dijo que no podía ir a trabajar, él olvidó la resaca.

      —… Bajar allí… —La voz se entrecortaba por la mala conexión— … Cuenta con… Alianza de Mujeres… Reunión mensual…

      —El camino está inundado. No puedo ir en coche.

      —… Has ido andando al trabajo otras veces. Dijiste… Ejercicio.

      —He ido andando cuando el clima era apropiado.

      —… Una chica de montaña ahora, no una gatita de ciudad…

      —¿Quién eres tú? Vete y pon al jefe que mola al teléfono —refunfuñó Tess.

      Pero la conexión se había cortado.

      Murmurando para sus adentros, Tess metió unos vaqueros secos, un par de zapatos planos y una

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