Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips

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Baila conmigo - Susan Elizabeth  Phillips

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      Pasó una semana. Tess bailaba a medianoche cuando no podía dormir, o a las tres de la mañana, cuando una pesadilla la despertaba. Bailaba al amanecer, al atardecer y siempre que tenía problemas para respirar.

      Bianca aparecía sin avisar, a veces varias veces al día. A Tess no le importaban las visitas, a pesar de la naturaleza unilateral de la conversación de Bianca. Mucho más molestas eran las intrusiones de Ian North. Invariablemente, aparecía con una u otra excusa para alejar a su esposa de ella.

      «No encuentro mi cartera… », «Tenemos que hacer un pedido…», «Nos vamos a Knoxville…».

      Actuaba como si Tess fuera una amenaza.

      Pasó una semana. Luego otra. Tess se puso en contacto con los padres de Trav, que se estaban recuperando de la pérdida mejor que ella. Envió a sus amigos mensajes de texto con mentiras convincentes: «Estoy genial. Las montañas son preciosas».

      El hecho de tener un empleo la obligaba a salir de la cama y le recordaba que debía ducharse y peinarse. No le gustaba su trabajo, pero tampoco lo odiaba. Atender en La Chimenea Rota la ayudaba a llenar las horas, y la personalidad relajada de Phish, combinada con su afición a la marihuana, lo convertían en un jefe genial.

      Un día en que había poca clientela, Tess se conectó al wifi intermitente de la cafetería para investigar al marido de Bianca.

      «Ian Hamilton North IV, conocido por su firma callejera, IHN4, es el grafitero americano más reconocido. Último miembro de la poderosa familia North, es el único hijo del fallecido financiero Ian Hamilton North III y de la célebre Celeste Brinkman North. Aunque los artistas callejeros tienden a ocultar su identidad, North ha hecho alarde de la suya usando sus verdaderas iniciales en su firma, una práctica que se suele atribuir a la problemática relación con sus padres. Ganó notoriedad al abandonar el grafiti callejero por un trabajo más reflexivo…».

      Cerró el ordenador cuando el señor Felter golpeó el mostrador exigiendo una ración extra de sirope de avellana en el café.

      ***

      La sobrina embarazada de Phish, Savannah, era un poco menos grosera con los clientes que con Tess, y a esta comenzaba a resultarle evidente que Phish solo la mantenía allí por compromiso con el padre de la muchacha, su hermano Dave.

      —Savannah antes no era tan mala —le confió Phish un día—, pero su exnovio la dejó preñada y se fue de la ciudad. Yo supe que era un capullo la primera vez que lo vi. ¡No había oído hablar de los Grateful Dead!

      A ojos de Phish, no había pecado mayor que la falta de adoración por los Grateful Dead.

      La otra empleada de Phish era la madre de Savannah, Michelle, una rubia de gran belleza que, a los cuarenta y dos años, también estaba embarazada.

      —Creí que era la premenopausia —decía a cualquiera que la escuchara—. ¡Ja!

      Era tan difícil trabajar con Michelle como con su hija. El rencor que sentía hacia Tess se debía a que Phish la había contratado a ella en vez de a la hermana menor de Michelle.

      —Tanto dinero invertido en la universidad y terminas trabajando para Phish. —Michelle sonrió la primera vez que vio a Tess con la sudadera de Trav de la Universidad de Wisconsin.

      Savannah y Michelle tenían sus propios problemas y, pasadas tres semanas, Tess había aprendido a no meterse en medio.

      —Es como si lo hubiera hecho para vengarse de mí —le siseó Savannah a Tess—. Estar embarazadas al mismo tiempo me hace sentir un bicho raro. —Mientras limpiaba la varilla de vapor para la leche, le dio un golpe al café que acababa de preparar—. Siempre hace cosas como esa.

      —¿Quedarse embarazada? —Tess tiró a la basura los posos de café.

      —No. Es como si tratara de imitarme.

      Tess se alegró cuando dos de los camareros de El Gallo se detuvieron delante del mostrador. Charlaron con ella más tiempo del necesario, pero era más agradable hablar con ellos que con sus compañeras de trabajo.

      Por fin, Tess se dirigió a la trastienda, donde pudo continuar la discusión que había iniciado con Phish la semana anterior. Ella tenía razón. Sabía que tenía razón.

      —Solo una pequeña muestra camuflada entre las estanterías —dijo—. Para que los clientes sepan que están ahí.

      —Oye, Tess, ¿cuántas veces tengo que decirte que no pienso poner las gomitas a la vista del público? La gente que las necesita sabe que las guardo en la trastienda. —Cogió un saco de arpillera con granos de café de la estantería.

      —Los hombres maduros igual lo saben, pero ¿qué pasa con las mujeres que vengan aquí buscando condones? ¿Qué hay de los adolescentes que realmente los necesitan? —insistió. Le sentaba bien tratar de hacer algo positivo, en lugar de ser una carga para la humanidad.

      —¿Qué dices? Si vendo gomitas a los adolescentes, en el pueblo se montará la madre de todos los escándalos.

      —Confía un poco en la gente.

      —Eres una forastera, Tess. Las gomitas se quedan en la trastienda, y no hay más que hablar.

      En vez de seguir discutiendo, esperó a que Phish no estuviera y metió una pequeña muestra de condones en un lugar cerca del baño unisex. Los puso entre una pila de jabón hecho a mano, tablas de esmeril con versículos de la Biblia y un folleto de dos páginas dirigido a las adolescentes que tenían que conducir más de veinte kilómetros para poder informarse de algo. Cuando acabó su turno, escondió los condones y los folletos en el almacén. Tomar medidas, por pequeñas que fueran, era un pequeño paso adelante, y lo que Phish no supiera no iba a hacerle daño.

      ***

      Ian no había pisado el pueblo desde que Tess Hartsong empezó a trabajar en La Chimenea Rota. Y en ese momento no estaría allí si no se hubieran quedado sin café. Cuando entró, vio a Tess detrás del mostrador. Llevaba un delantal rojo atado alrededor de la cintura y se había recogido el pelo en una coleta, pero algunos mechones rebeldes se rizaban alrededor de su cara y en la nuca.

      Delante del mostrador había un hombre en vaqueros con una chaqueta de paño. Ian sabía que el tipo era el dueño de una pequeña productora de cerveza local cercana, y un solo vistazo le bastó para darse cuenta de que el señor Ipa estaba más interesado en las curvas de Tess Hartsong que en el pastel que había pedido.

      —Déjame llevarte a una barbacoa después del trabajo.

      —Gracias, pero soy vegetariana.

      ¡Ja! Había hecho una bruschetta para Bianca y se había comido una ella misma.

      —¿Qué tal si tomamos unas copas en El Gallo?

      —Es muy amable por tu parte, pero tengo novio.

      Sabía que también mentía sobre eso. La había observado lo suficiente como para saber que Tess era una solitaria.

      —Si cambias de opinión, házmelo saber. —El tipo llevó su pastel y una taza de café a la mesa, pero siguió mirándola por el rabillo del ojo. A Ian no le sorprendía que se sintiera tan atraído por sus caderas.

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