Instituciones, sociedad del conocimiento y mundo del trabajo. Gonzalo Varela Petito

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esta nueva corriente conocida como “evolucionista” se encuentran N. Rosenberg, G. Mensch, C. Freeman, C. Pérez, R. Nelson, S.G. Winter, G. Dosi y K. Pavitt (Sánchez Daza, 2000). Aunque los planteamientos de estos autores difieren en cuanto al enfoque y los aspectos que analizan, todos ellos tienen en común que conciben el desarrollo tecnológico como un proceso evolutivo, dinámico, acumulativo y sistémico (Vence, cit. en Sánchez Daza, 2000), viendo a la innovación como el factor explicativo fundamental del desarrollo, el cual es endógenamente determinado por la conducta de agentes heterogéneos, que tienen una capacidad de aprendizaje desigual en función del ambiente y su propia naturaleza (Tapia y Capdeville, cit. en Sánchez Daza, 2000).

      De acuerdo con Nelson y Winter, el cambio tecnológico puede ser entendido como un “proceso evolutivo generador de innovaciones”. Tales innovaciones son el resultado de la combinación del conocimiento existente o de nuevos conocimientos obtenidos de procesos interactivos de aprendizaje; es decir, a través de las interacciones en la economía, diferentes piezas de conocimiento se combinan en nuevas formas, o se crean nuevos conocimientos que en ocasiones dan por resultado un nuevo producto o proceso.

      Según Pérez (1986: 47-48) “un aspecto importante en cuanto al impacto global de un nuevo sistema tecnológico es anotado por Freeman en relación con el carácter múltiple de las innovaciones que lo constituyen. No se trata de innovaciones puramente técnicas. Cada sistema tecnológico conjuga innovaciones en insumos, productos y procesos con innovaciones organizativas y gerenciales”.

      Desde la perspectiva de las nuevas teorías económicas del crecimiento, se ha sugerido que el conocimiento es el principal recurso estratégico para asegurar el crecimiento económico en los países desarrollados (Conceicao y Heitor, 1999: 37), por lo cual las empresas están incentivando la expansión de la base de conocimiento que sustentará el incremento de su producción y la diversificación y mejoramiento de sus productos y procesos. El desarrollo económico está cada vez más apoyado en la utilización de los recursos o capacidades de investigación, lo cual permite la generación de ambientes regionales para la innovación (Etzkowitz, Webster y Healy, 1998: 17).

      Nonaka (1991) sostiene que “en una economía donde lo único cierto es la incertidumbre, la única fuente segura para conseguir una ventaja competitiva duradera es el conocimiento”. Esto ha llevado a que las empresas desarrollen y sistematicen sus capacidades internas de generación de conocimiento y de aprendizaje, pues es la forma como pueden enfrentarse a las incertidumbres de los mercados y de las tecnologías. Como lo sostiene Arias (2003: 338): “es importante que además de crear conocimiento, la empresa indague sobre cómo aprende del conocimiento que ha creado y cómo esto repercute en la creación de capacidades tecnológicas”.

      La idea del uso del conocimiento por las empresas ha sido entendida bajo el concepto de aprendizaje institucional, que según Dodgson (1993: 377) “es la manera en la cual las empresas construyen, nutren y organizan el conocimiento y las rutinas alrededor de sus actividades y en el seno de sus culturas, y adaptan y desarrollan la eficiencia organizacional mejorando el uso de las amplias habilidades de sus grupos de trabajo”. Esto implica el esfuerzo complejo y permanente de las empresas para documentar todos sus procesos y rescatar las habilidades, experiencias y aprendizajes, que constituyen la base de conocimiento tácito que es importante formalizar, para no perder las capacidades tecnológicas que la empresa va acumulando y sobre las que se basa su competitividad. Es decir, tal como lo sostiene Arias (2003: 340) basándose en Bell y Pavitt (1993: 163), el aprendizaje tecnológico se refiere a cualquier proceso por el cual se incrementan o fortalecen los recursos para generar y administrar cambios técnicos; o sea, los procesos relacionados con los conocimientos, habilidades, experiencias, estructuras institucionales y vínculos con empresas, entre empresas y fuera de ellas. Kim (1997), por su parte, define las capacidades tecnológicas, como la habilidad para hacer uso efectivo del conocimiento tecnológico para asimilar, usar, adaptar y cambiar las tecnologías.

      Capital intelectual y gerenciamiento del conocimiento

      Capital intelectual

      Las raíces teóricas del capital intelectual se pueden trazar en dos corrientes distintas de pensamiento, llamadas corriente estratégica y corriente de medición. La primera estudia la creación y el uso del conocimiento así como las relaciones entre el conocimiento y el éxito o la creación de valor; la segunda, se centra en la necesidad de desarrollar un nuevo sistema de información, para medir los datos no financieros de los tradicionales sistemas financieros (Roos et al., 2001: 34). Galbraith acuñó el término capital intelectual a fines de los años sesenta para explicar el desajuste entre el valor de los activos netos de una compañía y el valor total del mercado de la misma. Para él, capital intelectual significa acción intelectual más que simple conocimiento o puro intelecto. Desde esta posición, el capital intelectual puede considerarse tanto una forma de creación de valor como un activo en su sentido tradicional (Roos et al., 2001: 17).

      En las últimas décadas el concepto de capital intelectual se ha utilizado cada vez con mayor frecuencia en los ámbitos académico y empresarial. Si bien no existe una definición universalmente aceptada de capital intelectual, Ståhle y Hong (2003) sostienen que este concepto fue “creado para mejorar nuestro entendimiento de la era competitiva de los negocios en ambientes intensivos en conocimiento rápidamente cambiante”. Puesto que otras formas de capital —como el capital de trabajo o financiero— no parecen explicar o predecir adecuadamente el éxito de las empresas o naciones, se ha hecho cada vez más frecuente atribuir la fuente de éxito a la inteligencia, la flexibilidad y la capacidad innovadora de la gente, las organizaciones y las naciones (Ståhle y Hong, 2003: 177).

      De acuerdo con Johnson (2002: 416-17), el modelo de capital intelectual describe la ventaja intelectual de la firma en términos de tres distintos elementos: capital humano, estructural y relacional (véase diagrama 1.1). El capital de liderazgo y de ideas representan componentes del capital humano y constituyen por lo tanto el valor intelectual de los seres humanos en la empresa. Puesto que toda innovación viene del intelecto es evidente que todo capital intelectual se origina primero como capital humano; así, las ventajas de conocimiento o ideas son la base para el desarrollo del capital intelectual. El capital estructural consiste de elementos estructurales con los cuales los miembros de la empresa interactúan para crear más conocimiento u obtener el trabajo requerido para crearlo. Finalmente, el capital relacional es moderado por el capital cultural, y ambos elementos del capital intelectual representan el conocimiento que se necesita para crear y mantener relaciones de valor añadido con los consumidores, vendedores y sociedad en general.

      Diagrama 1.1. El capital intelectual

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      Para O’Donnell et al. (2003: 83), el capital intelectual puede ser definido como “un proceso dinámico de conocimiento colectivo situado, que es capaz de ser traducido en valor económico y social”. Por su parte, Nahapiet (2003: 124) utiliza el término de capital intelectual para referirse al conocimiento y a la capacidad de conocer de una colectividad social, como una organización, una comunidad intelectual o una práctica profesional. El autor adoptó esta terminología debido a su claro paralelo con el concepto de capital humano, el cual abarca el conocimiento adquirido, las habilidades y capacidades que permiten a las personas actuar en nuevas formas (Coleman, cit. en Nahapiet, 2003). El capital intelectual en esta interpretación representa un recurso valioso y una capacidad de acción basada en el conocimiento y en el conocer (Nahapiet, 2003: 124-125).

      Roos et al. (2001: 52) plantean dos definiciones, una positiva y otra negativa, de capital intelectual.

      La positiva sugiere que el capital intelectual de una empresa es la suma del conocimiento de sus miembros y de la interpretación práctica de este conocimiento, es decir, de sus marcas, patentes y trámites. La definición negativa sugiere que el capital intelectual

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